Turberas de Patagonia: un gigantesco vaso de agua en medio del desierto
“No se conocen los volúmenes de turba y carbono almacenado en las turberas de Patagonia, por lo que su potencial valoración para integrarse a mercados globales de carbono se ve todavía como una ilusión. Lo poco que se sabe de ellas está fragmentado y es insuficiente”.
Las turberas patagónicas son humedales increíblemente valiosos por su rica y endémica biodiversidad y las contribuciones o servicios ecosistémicos críticos que brindan a las comunidades locales, como suelo, agua; así como a la comunidad global por ser los mayores sumideros de carbono terrestre en un mundo cada vez más caliente.
La fracción chilena de turberas patagónicas por sí sola contiene aproximadamente 4.800 millones de toneladas de carbono acumuladas durante alrededor de 18.000 años, lo que representa cerca de 4,7 veces más carbono que la biomasa aérea de los bosques de todo nuestro país. Las turberas argentinas complementan y amplían estas cifras, especialmente en Tierra de Fuego, que constituye el 95% de las turberas que se encuentran en Argentina, concentradas en el lado oriental de la isla.
A pesar de su vital importancia local y global, existe una amplia brecha en torno al conocimiento, la valoración y la gestión de conservación de estos humedales. No existe un mapa completo y detallado de su ubicación exacta, ni conocimiento en relación con su taxonomía, tipología, composición o extensión. Menos se conoce de su hidrología y su aporte crítico a la mantención de acuíferos en lugares como Chiloé, a pesar que se sabe juega un rol crítico para proveer agua a esta isla. No se conocen los volúmenes de turba y carbono almacenado en las turberas de Patagonia, por lo que su potencial valoración para integrarse a mercados globales de carbono se ve todavía como una ilusión. Lo poco que se sabe de ellas está fragmentado y es insuficiente.
Como era esperable, las turberas patagónicas enfrentan diversas amenazas, como la minería de turba, la extracción de musgo y la invasión de especies exóticas como castores. Los ecosistemas de turberas son drenados y destruidos, transformándolos en fuentes netas de emisión de gases de efecto invernadero (GEI). El alcance de este impacto permanece indeterminado, debido, en parte, a esta falta de conocimiento, que suma a la falta de comprensión local sobre los valores y contribuciones que estos ecosistemas prestan, la carencia de políticas de protección efectivas, entre otras cosas.
Chile está dando pasos políticos firmes para abordar el cambio climático, considerando la protección y gestión de la conservación de sus turberas. Sin ir más lejos, las turberas de Patagonia están hoy representadas en la COP26 en el primer Pabellón de Turberas que se levanta en una Conferencia de Cambio Climático. Debido a su gigantesco valor nuestro Estado las incorporó a sus compromisos climáticos (NDC), esperando avanzar en el corto plazo en el desarrollo de ciencia pertinente a la gestión de su conservación, completando inventarios que permitan avanzar hacia su protección. Hoy Chile cuenta con una Hoja de Ruta estratégica para la conservación de las turberas, un proceso liderado por WCS y el Ministerio del Medio Ambiente, lo que suma al interés del Congreso de favorecer su reconocimiento y conservación y que se demuestra en la existencia de tres proyectos de Ley actualmente en discusión. Proceso similar ocurre en Argentina, pues las turberas están igualmente incorporadas en su NDC, se desarrollan sendas investigaciones que esperan alimentar un plan de acción de uso racional de las turberas en Tierra del Fuego. Todo esto ofrece una oportunidad política para avanzar en la conservación de las turberas australes, aumentando las oportunidades para expandir e integrar los esfuerzos de conservación en toda la Patagonia.
La conservación y el uso racional de las turberas patagónicas requiere sin embargo del desarrollo de capacidades a escala local, su incorporación como parte integral de procesos de planificación y desarrollo regional que esperan ser impulsados por las nuevas gobernaciones de la zona, todo lo que precisa de disponer recursos financieros adecuados a las tareas críticas y urgentes. Todo este esfuerzo, debe construirse siguiendo la lógica de la naturaleza: operando en múltiples niveles, construyendo compromiso de largo plazo entre todos los actores de los territorios desde las autoridades locales, las comunidades y las organizaciones de la sociedad civil, y finalmente activando las acciones apropiadas de conservación y monitoreo propias de un mundo que se adapta a la incertidumbre en un mundo cada vez más seco y caliente.