Ángeles y Demonios
“Al leer la diversidad de artículos presentados en materias ambientales, se extraña un hilo conductor, en términos de principios y valores ambientales, de protección a nuestros ecosistemas enfocados hacia alcanzar una salud global – planetaria y humana – y que no pueden ser solo explicados por el reconocimiento de una crisis climática. Se extraña un proceso de reflexión profunda, más que explicitar una lista larga de reivindicaciones, más cercana a un manual de instrucciones que a un marco conceptual para el desarrollo legislativo”.
Permanecer en silencio esperando el primer borrador de un documento, parece ser no solo prudente sino lo más indicado en vista de reducir el entrecruzamiento de opiniones y declaraciones de quienes la han escrito, como de la calidad en contenidos. Esto evita el confundir a quienes de una u otra manera buscan hacerse una opinión de cara de emitir un voto informado en el caso de la Constitución; documento que no solo es relevante en su contenido, sino que posee implicancias de cambiar la vida de millones y de nuestras futuras generaciones.
Quienes hemos participado en la elaboración de informes internacionales, sabemos que un primer borrador suele tener una cantidad elevada de errores y discongruencias, así como una baja calidad en su contenido en relación al cual debiera ser su versión final. Esto es especialmente sensible en temáticas controversiales o que gatillan diferentes susceptibilidades, siendo una de estas nuestra relación con el medioambiente.
En este contexto, el borrador de Constitución es lo más cercano al primer borrador, teniendo una alta cantidad de artículos que debieran estar integrados a un contexto global que modifica su ejecución en particular.
Al leer la diversidad de artículos presentados en materias ambientales, se extraña un hilo conductor, en términos de principios y valores ambientales, de protección a nuestros ecosistemas enfocados hacia alcanzar una salud global – planetaria y humana – y que no pueden ser solo explicados por el reconocimiento de una crisis climática. Se extraña un proceso de reflexión profunda, más que explicitar una lista larga de reivindicaciones, más cercana a un manual de instrucciones que a un marco conceptual para el desarrollo legislativo.
En lo procedimental, las declaraciones y opiniones de quienes fueron los encargados en su redacción, olvidaron que no se representan a sí mismos, sino que a muchos otros, incluyendo a aquellos con los cuales no se está en acuerdo. El comportamiento de algunos constituyentes simplemente no estuvo a la altura de los desafíos. Quizá en Chile nos acostumbramos a dar nuestras opiniones en forma de cuña mediática para saber quién golpea más fuerte, al más puro estilo de los combates en la FMS o Freestyle Rap; cuñas carentes de contenido, haciendo un uso inapropiado de conceptos, con beligerancia o irresponsabilidad que podrían costarnos el cambiar la vida de millones por un anhelo quizá de llamar la atención, revancha, egoísmo o simplemente torpeza. Peor aun, mezclan sus cuñas con conceptos técnicos a los cuales les atribuyen connotaciones morales que no tienen y que más bien dividen y fraccionan aún más a un país fracturado y dividido.
La carencia de integración en el texto refleja lo que hemos discutido en diversos reportes internacionales: evidencia de los cambios en estilos de vida de una parte de la población – principalmente de occidente – que crean realidades sobre la experiencia particular – y que visualizan la valorización de preferencias personales; como por ejemplo, el incremento desde los llamados “DINKs” o “Double Income No Kids”, cambios en dietas alimentarias, hasta movimientos animalistas o espiritualistas que buscan reconfigurar los sistemas bajo sus creencias más que comprender los sistemas socio-ambientales, quizá debido a una eco-ansiedad frente a las crisis globales.
Sin embargo, tales cambios de vida – que siempre han existido a través de nuestra historia – no pueden ser impuestos como una globalidad o normalidad a partir de particularidades; en especial cuando la evidencia no es contundente acerca de sus implicancias.
La sección de medioambiente así, presenta temas y obligaciones de las cuales es el Estado el responsable en hacerse cargo más que un ente conductor, dejando de lado sistemas de gobernanza inclusivos que determinen que todos los grupos de interés deban hacerse cargo. Habla de derechos, en vez de obligaciones para todos en la protección del medioambiente. Es más, se exacerban cualidades paternalistas en el rol del Estado cuando en los artículos anteriores se alude al reconocimiento de un país de múltiples identidades.
Esto mismo sucede con nombrar de forma puntual la protección de componentes naturales específicos sin ninguna explicación en el por qué otros no fueron incluidos; como si los ecosistemas no evolucionaran o desconociendo sus servicios de regulación, provisión y estéticos-culturales. Es más, la riqueza de nuestra biodiversidad en todos sus niveles es dejada de lado, mostrando una desprolijidad o cierta visión reduccionista que de alguna forma – si es aprobada la Constitución – deberemos corregir a posteriori. La integración de estos a sus capítulos en agua y minerales carecen también de un hilo conductor, estando lejos nuestra Constitución de ser una Constitución Ecológica.
Cuando se inició la escritura de los documentos, el “Nuestro Futuro en Común” y “El Futuro que Queremos”, del cual se desprenden los Objetivos del Desarrollo Sostenible y la Agenda 2030 a nivel multilateral, se generó un articulado de más de 195 objetivos con diagramas complejos, llevando a críticas sobre lo poco practicable a nivel de políticas que este poseía. Al corto andar, la simplificación en su estructura, la definición de menos objetivos, pero el desarrollo de un marco conceptual más robusto y común de trabajo; conllevó finalmente a la fijación de 17 objetivos y a la definición de 170 metas que pueden ser adaptadas a cualquier realidad territorial, cultural y social. En nuestro caso, estamos lejos de eso, en especial que a nivel global para este siglo los modelos de desarrollos deben apuntar hacia un desarrollo sostenible y donde nunca este se explicita a través del documento.
¿Desarrollo Sostenible, Sostenibilidad Ambiental, permitir el desarrollo local de sistemas de gobernanza de bienes comunes, sostenibilidad de nuestros ecosistemas y sus servicios? Nada de aquello quedó escrito, dejándonos lejos de los desafíos globales a costa de quienes pensaron en un articulado tipo cuña para la FMS, en vez de pensar en el “Chile que Queremos”. Espero poder en las próximas columnas referirme en específico a cada artículo, siendo los desafíos comunes algo que no está logrado.