“Escribir el libro sobre la comunidad diaguita Chipasse Ta Tatara me permitió tocar el tema indígena de una forma que no está en ninguna parte”
El escritor Jorge Cruz Campillay, oriundo de la localidad atacameña de El Tránsito y quien ha indagado en profundidad sobre la historia del Valle del Huasco, realizó la obra “Chipasse Ta Tatara, el renacer de un pueblo”. El libro fue publicado y presentado en agosto pasado, gracias a un compromiso adquirido por la empresa ISA Interchile en la consulta indígena realizada en el marco del proyecto de la línea de transmisión eléctrica Cardones-Polpaico, que pasa por las tierras de esa comunidad diaguita, en la comuna de Freirina.
Cuando tenía 60 años, Jorge Cruz Campillay decidió dejar su trabajo en una empresa donde tenía un muy buen cargo y, de un día para otro, renunció siguiendo su intuición. Su área era la electrónica e incluso se especializó en energía nuclear, según cuenta; “siempre fui muy cuadrado”, añade. “Todos los conocimientos que tuve de física, matemáticas, etc. me sirvieron mucho para desarrollarme en la parte laboral, me trajeron muchas satisfacciones profesionales, pero es solo para el mundo que nosotros conocemos”, comenta en referencia a que existen situaciones que van mucho más allá de la comprensión cotidiana del ser humano.
“Nunca me interesó mucho el tema de mis ancestros, pero llegué a una etapa que cambió algo en mi (…) Ahora último estoy entendiendo muchas cosas (…) Entré a otro mundo; hace un tiempo empecé con la hipnosis, luego meditación trascendental, imposición de manos, soy maestro de reiki, y hago sanación cuántica”.
Con esa visión de la vida y desde su terreno en la periferia de Vallenar (unos 7 km. hacia la costa), el escritor y apasionado por la historia Cruz Campillay hizo un alto en sus labores de regadío de su predio para conversar con País Circular sobre su último libro y el nuevo proyecto en el cual trabaja, siempre vinculado a su tierra natal en el Valle de Huasco.
“Chipasse Ta Tatara, el renacer de un pueblo” fue presentado en agosto pasado. Es el octavo de sus libros publicados, donde se incluyen cinco novelas (La loica bajo el pimiento, 2004; El pequeño pastor, 2006; Un faro de esperanza, 2008; Bajo el sol de Canutillo, 2010; La sombra del sauce, 2012), un libro de fotografías que es un catastro del arte rupestre en el valle (Las pintadas del Huasco, 2013), y una participación como coautor de Biodiversidad de la Provincia (2015).
Su última obra, sobre Chipasse Ta Tatara surgió por un encargo. A fines de 2020 lo invitaron desde ISA Interchile a escribir sobre esa comunidad diaguita ubicada en la comuna de Freirina y él aceptó gustoso para contar no solo sobre la comunidad, sino también sobre su génesis e, incluso, especular al respecto.
El compromiso de la empresa de energía para realizar esta publicación se remonta a 2014-2015, cuando junto a la comunidad Chipasse Ta Tatara fueron protagonistas de la primera consulta indígena para un proyecto de energía en el país. Se trataba de la línea de transmisión eléctrica Cardones-Polpaico, cuyo trazado iba a pasar por tierras de esa comunidad diaguita, en la comuna de Freirina, provincia de Huasco, 180 kilómetros al sur de Copiapó. Producto de esa consulta se estableció una relación de buena vecindad entre la comunidad e ISA, que ha ido cumpliendo todos los compromisos alcanzados además de otras colaboraciones mutuas.
En el Protocolo de Acuerdo Final (PAF) alcanzado se estipula, entre otras responsabilidades de ISA, la “elaboración y edición de un libro sobre la cultura Diaguita en la Quebrada Tatara, comuna de Freirina”.
Cruz Campillay cree que lo eligieron a él para esta misión debido a su conocimiento del lugar, su trayectoria y su relación previa con los habitantes de la zona. “La comunidad le pidió a ISA que fuera yo porque me conocían de antes, porque siempre estoy apoyando grupos culturales, indígenas; siempre estoy dando charlas, haciendo exposiciones, entonces era de su confianza”.
Y el escritor vio en esta tarea encomendada una oportunidad interesante: “Cuando me preguntaron si podía hacer el libro yo dije macanudo, porque era la oportunidad para tocar el tema indígena, diaguita, de una forma distinta que no hay en ninguna parte. Era la oportunidad para dejar plasmado -al menos una parte- mucho conocimiento reunido hasta ese instante”.
Consultado sobre la forma en que ha reunido ese conocimiento, Cruz Campillay remite a un párrafo incluido en las primeras páginas de “Chipasse Ta Tatara, el renacer de un pueblo”: Para acercarnos y recuperar su historia perdida en la brumosa memoria y entender las vicisitudes de los primeros hombres asentados en este singular paño de terreno, es necesario ir a la fuente misma, a sus habitantes, descendientes de aquellos. Con la perspectiva del tiempo transcurrido, hoy es otra promoción, con una cultura diferente, porque ya no es posible hallar un rincón en nuestra tierra donde se conserve invariable la vida indígena, que no sean los que reconocemos como propios de los chilenos; sin embargo, en sus rutinarios desplazamientos serranos, utilizan los mismos senderos de trashumancia y pisos ecológicos de la raza vieja, extraordinario legado cultural transmitido desde los primeros tiempos por los ancianos patriarcas en el seno familiar.
Luego profundiza y señala que prácticamente no existen documentos con antecedentes de los habitantes de esa zona, y que en la Historia de Chile no hay nada sobre ellos. “Entonces, todo lo que yo publico ahí son cosas que he escuchado desde pequeño (…) Cuando uno es niño es una esponja que absorbe todo lo que escucha, lo que ve, y con el tiempo algunas cosas le resuenan y a mí me resonaron, así que por eso en el libro hay elementos que no están en ninguna otra parte”.
Entre las cosas que le resuenan y que hoy es difícil de encontrar, dice, está el kakán, lengua originaria diaguita. “Son palabras que se perdieron, yo me acuerdo de cuando estaba chico, por ejemplo, de la palabra chey, que se usaba para hablar de la amante, y Mamu Ashpa, que es la Madre Tierra“.
El escritor subraya que su libro “no es un texto histórico”, sino un relato de lo que él ha visto y escuchado.
Así, la información sobre los diaguitas del Valle de Huasco plasmadas en el libro proviene principalmente de recuerdos del autor, de su trabajo previo de investigación, lecturas y de la tradición oral. “Siempre me ha gustado conversar con viejitos, muchas personas que ya no están, pero hace 10 o 20 años yo conversaba con ellos, los escuchaba, a pesar de que en general la gente siempre es reacia a conversar de los temas antiguos”. ¿A qué se debe esa reticencia? “Porque nosotros sufrimos históricamente un menosprecio por nuestro pasado indígena, por los tiempos vividos”, relata, y añade que le parece comprensible que en el proceso de Independencia y formación del país las autoridades establecieran que todos los habitantes eran “chilenos”, sin reconocer lo indígena. “Ahora lo podemos cuestionar, pero para esa época era algo grandioso”, dice.
Sobre este punto, en el texto recientemente publicado señala: A raíz de que algunos historiadores contemporáneos han asentado la premisa de que los indios diaguitas desaparecieron por el mestizaje cultural y racial o fueron dispersos por el desarraigo, conviene hacer alguna reflexión al respecto. Como fue mencionado en los primeros capítulos, la adopción de apellidos españoles por algunos pocos, su incorporación a la sociedad colonial y republicana los más, no significó la desaparición de este pueblo originario. Más aun, su presencia independiente del aparataje administrador colonial, hasta más allá de la Revolución Emancipadora, nos hace suponer que los mestizos como los indios racialmente puros se plegaron sencillamente a la nacionalidad chilena, donde perduramos aún como ciudadanos de raigambre indígena, con mayor o menor grado de mestizaje.
El escritor habla de “nosotros” al referirse a los protagonistas de su libro, los habitantes del valle y sus ancestros, pues su apellido Campillay deja en evidencia su sangre diaguita, a pesar de que para él no fue tema sino hasta hace poco.
“Yo tengo ancestros diaguitas, aunque me vine a dar cuenta hace algunos años no más porque nunca me había preocupado antes. Vengo de un pueblito que se llama El Tránsito, 70 kilómetros al interior de Vallenar, un lugar que yo diría que es casi la cuna del sector diaguita”.
“Mi padre llegó ahí, mi madre era hija de un carabinero que jubiló en el lugar, ahí se conocieron. Mi madre tenía apellido Campillay, que significa corazón o alma de guanaco; mi padre tenía apellido Cruz y hace un tiempo, por un primo, supe que por lado paterno tengo ancestros entre los primeros conquistadores”.
“Siempre me ha gustado conversar con viejitos, muchas personas que ya no están, pero hace 10 o 20 años yo conversaba con ellos, los escuchaba, a pesar de que en general la gente siempre es reacia a conversar de los temas antiguos”.
Cuenta que cuando tenía 10 años lo enviaron a La Cisterna (Región Metropolitana), “pero cada vez que podía me arrancaba a mi tierra, en El Tránsito. Cuando tenía como 13 o 14 años mis papás querían vender e irse a Santiago, pero yo me opuse y me hicieron caso. No sé por qué lo hice, en ese momento no sabía, era algo fuera del entendimiento humano”.
Ahora, no obstante, entiende la vida de otra manera y cree que “uno siempre hace las cosas con un propósito, aunque no lo reconoce o no sabe en el instante”. Esto lo confirmó en el terreno donde vive actualmente, donde se instaló de forma permanente hace cinco años. Relata que hace un tiempo tenían a unas personas trabajando en una zona donde hay bosque y esos trabajadores les preguntaron que debían hacer con los corrales de chanchos; Cruz Campillay, sorprendido, fue a mirar, porque no tenía chanchos, y resultó que se trataba de restos de tumbas indígenas. “Estaban muy maltratadas, pero ese lugar ahora lo tenemos cuidado, toda la familia lo respeta, es sagrado para nosotros; entonces entendí que por eso llegué acá, alguien tenía que cuidarlo”.
Ese hallazgo no es algo improbable, dice, porque “en este valle, donde uno camine encuentra restos indígenas, de mar a cordillera”, donde se desarrolló la cultura Molle primero y luego la cultura Diaguita, con una vida trashumante y una cosmovisión en armonía con la naturaleza, con un alto concepto de la belleza y la espiritualidad. “Los historiadores serios en cuanto a este tema, de los años 1940-1950, dicen que los diaguitas somos el pueblo más desarrollado que hubo en Chile, aun nosotros respecto a los (diaguitas) argentinos, porque lo que hemos visto de lo que se ha podido rescatar de todas las vasijas, todas esas cosas, las figuras son de una calidad extraordinaria, eso demuestra una cultura más desarrollada”, relata Cruz Campillay.
Respecto a sus nuevos proyectos literarios, el autor cuenta que está trabajando en un libro sobre su pueblo natal, con el nombre preliminar de “Tránsito, la historia de un pueblo andino”; aún no tiene de fecha de publicación, aunque debiera ser relativamente pronto. “Pensaba publicar este año, pero se ha complicado la búsqueda de información que considero interesante (…) Me ha costado que me respondan, y eso que es información de hace 50 años nada más”, comenta y vuelve a dejar en evidencia la escasez de datos y la necesidad de dejar plasmadas las historias del Valle de Huasco para que no se pierdan.
Al respecto, Cruz Campillay remite nuevamente a una reflexión que forma parte de “Chipasse Ta Tatara, el renacer de un pueblo”: Para minimizar la pérdida cultural como pueblo originario, debemos escuchar lo poco que nos queda de su tradición oral, sabiduría lentamente acumulada y casi innata, rescatarla y atesorarla. En la medida que dignifiquemos nuestro pasado, dignificaremos el presente y el futuro.