Desde viñas en Chiloé hasta gansos para combatir plagas: así se adapta la industria del vino al cambio climático
Los efectos del calentamiento global en el vino chileno se traducen en golpes de calor en los racimos de uva y déficit de recurso hídrico para riego. Los viticultores han tomado el desafío como una oportunidad, desplazando sus cultivos hacia el sur del país o plantando en altura para capturar las bajas temperaturas. Además, otras empresas del rubro han apostado a la conservación de la biodiversidad dentro de sus propios predios, para así aprovechar los beneficios que brindan los ecosistemas nativos a la producción de vino. Y ojo: en un futuro cercano las vendimias podrían adelantarse para febrero.


Rodrigo Barría, gerente agrícola de Viña Montes, viajó el pasado lunes a la isla Añihué, Chiloé, para constatar el estado actual de los viñedos más australes del país. La empresa apostó por probar la respuesta de diferentes cepas en territorios inexplorados por la industria y se instaló hace un año en esa pequeña isla frente a las costas de Mechuque. Por ahora, los brotes tienen vista al mar, y en 2021 la compañía prevé lanzar al mercado la primera botella de vino chilote.
“Vimos el cambio climático como una oportunidad. Es una apuesta que ojalá nos resulte. Estamos evaluando cinco variedades de uva para espumante y vino. Es un clima templado marítimo, estamos a 30 metros del mar, por lo que no hay heladas. Averiguando sobre las condiciones climáticas con la Universidad de Chile, decidimos irnos a las zonas de Chiloé donde lloviera menos y hubiera más temperatura”, comenta Barría.
La búsqueda de nuevos terrenos de cultivo es una de las medidas de adaptación que ha tomado la industria para afrontar el cambio climático, dicen los expertos. “Se ha ampliado la latitud de plantaciones. Antes decíamos que la zona vitivinícola de Chile estaba concentrada entre la Región de Valparaíso y la del Biobío, pero ahora se ha desplazado más al norte y más al sur”, explica Adriana Cerón, presidenta de la Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos Enólogos de Chile (ANIAE).
“Vimos el cambio climático como una oportunidad. Es una apuesta que ojalá nos resulte. Estamos evaluando cinco variedades de uva para espumante y vino. Es un clima templado marítimo, estamos a 30 metros del mar, por lo que no hay heladas. Decidimos irnos a las zonas de Chiloé donde lloviera menos y hubiera más temperatura”.
De acuerdo a los análisis, el clima fresco de Chiloé en condiciones naturales permitirá una producción de espumantes en años normales y vinos en años cálidos. Para aumentar la temperatura de los brotes, Viña Montes montó una hilera de conchas de choritos y almejas sobre las plantaciones. “Pensamos en darle otro polo de desarrollo a Chiloé, porque el vino atrae turismo y genera mano de obra, porque después de los problemas con las salmoneras, hay mucha cesantía”, cuenta Rodrigo Barría.
Esta innovación de Viña Montes se suma a la de otras compañías que, frente al alza sostenida de temperaturas y la escasez del recurso hídrico, han resuelto extender su área de influencia, subiendo hacia la montaña. “El cultivo de vid también se ha desplazado en altitud, buscando menos temperatura. Ahora tenemos viñedos sobre los 2.000 metros sobre el nivel del mar, como los de Alcohuaz, en el Valle de Elqui, por ejemplo. También en los faldeos cordilleranos. Cambió la geografía del vino”, plantea Adriana Cerón, de ANIAE.
Del mismo modo, Cerón descarta que la ampliación de la viticultura impacte a otros territorios de ecosistemas valiosos y necesarios de conservar. “No lo veo como un riesgo. El vino ha sabido convivir con el ser humano: no es invasivo como puede ser una plantación forestal, donde se planta, se hace crecer, se tala y los suelos se empobrecen”, piensa.
A juicio de la especialista, el cambio climático en la industria vitivinícola se manifiesta principalmente “en la megasequía que ya suma 10 años y la falta de disponibilidad del recurso hídrico para el cultivo”. Eso provoca que se anticipen las cosechas entre dos y tres semanas y, por ende, es posible que en un futuro cercano las tradicionales fiestas de la vendimia se adelanten para febrero.
“Hay zonas como Casablanca, que no era una zona tradicional de cultivo de vid. Se descubrió y se desarrolló muy rápido esa zona, pero hoy tiene agotado el recurso hídrico subterráneo, no se pueden hacer más pozos. Nadie podrá iniciar una nueva plantación, eso es preocupante”, relata la enóloga.
“El cultivo de vid también se ha desplazado en altitud, buscando menos temperatura. Ahora tenemos viñedos sobre los 2.000 metros sobre el nivel del mar, como los de Alcohuaz, en el Valle de Elqui, por ejemplo. También en los faldeos cordilleranos. Cambió la geografía del vino”.

De los veinte años que suma Rodrigo Barría en Viña Montes, recuerda un episodio especial: cuando cumplía su quinto año en ese trabajo, empezó a notar los primeros cambios en el campo de Marchigüe, y luego se hicieron más permanentes. “En esa temporada había bastante golpe de sol, los racimos se quemaban y comenzó a ser consecutivo: antes eso no se veía”, señala el gerente agrícola de la marca.
Para contrarrestar esto, agrega Barría, “dejamos el follaje abierto, de manera que fuera tapando la zona de racimos”. Al mismo tiempo, para paliar la escasez de agua, crearon una metodología de ahorro del recurso. “Antes los brotes eran de 1,10 metros o 1,20 metros, pero nos dimos cuenta de que no era necesario dejarlos de ese tamaño. Pudimos bajar hasta 80 centímetros los brotes, y con eso ahorrábamos un 17 por ciento de agua. La producción y calidad eran las mismas”, asegura. También dejaron zonas cero riego.
Más que la “calidad”, Adriana Cerón vislumbra un cambio de “estilos” de vino por efectos del calentamiento global y otros factores. Ella postula que el primer concepto es “bastante amplio y puede ser subjetivo”, pero “si hay cepas blancas que están plantadas en una zona que se vuelve muy cálida, puede que el aroma se vea disminuido. A lo mejor esos blancos súper frutosos serán más austeros en aroma y cambien hacia un estilo con más volumen en el paladar”.
“Si hay cepas blancas que están plantadas en una zona que se vuelve muy cálida, puede que el aroma se vea disminuido. A lo mejor esos blancos súper frutosos serán más austeros en aroma y cambien hacia un estilo con más volumen en el paladar”.
Vino y biodiversidad
Viña Montes es una de las 20 empresas que trabaja en alianza con el Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad (VCCB), del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y la Universidad Austral de Chile (UACH). El Programa (www.vccb.cl) -dirigido por la académica de la UACH y doctora en Ecología, Olga Barbosa- es una iniciativa científica que investiga cómo los paisajes naturales proveen servicios ecosistémicos o ambientales (entendidos como beneficios directos o indirectos que la humanidad obtiene de la naturaleza) a la industria vitivinícola en un escenario de creciente impacto humano y cambio climático.
En concreto, VCCB capacita a los trabajadores y a la plana directiva de sus compañías asociadas en prácticas de manejo de los viñedos. Los sensibiliza acerca de la importancia de mantener intacta la vegetación nativa o hacer corredores biológicos (franjas de vegetación nativa en un paisaje productivo que esencialmente permiten la dispersión de plantas y animales) en los predios para mejorar su producción. Así logran conservar los beneficios ambientales suministrados por la biodiversidad del llamado “ecosistema mediterráneo”, zona de la geografía chilena que es el corazón de la producción en el rubro vitivinícola.
Esta zona mediterránea de Chile reviste importancia mundial para la conservación biológica. Sin embargo, de acuerdo a datos del mismo Programa, “menos del 1% de su superficie se encuentra bajo alguna categoría de conservación en el Sistema de Áreas Protegidas del Estado (SNASPE)”. De modo que VCCB se esfuerza en hacer comprender que “conservar no implica cerrar una zona con un ‘no tocar’, sino que existen diversas maneras que contribuyen a proteger nuestros ecosistemas y mantener la provisión de los servicios ecosistémicos”, apunta Karina Godoy, coordinadora del Programa.
“Conservar no implica cerrar una zona con un ‘no tocar’, sino que existen diversas maneras que contribuyen a proteger nuestros ecosistemas y mantener la provisión de los servicios ecosistémicos, como sucede en las viñas”.

De esta manera, VCCB procura conservar biológicamente terrenos de plena actividad humana como la industria del vino. Tras 10 años de operación, el Programa ha conseguido que las 20 viñas socias en conjunto protejan 27.571 hectáreas de bosque y material esclerófilo en la zona central de Chile. En promedio, complementa Karina Godoy, “nuestros colaboradores protegen 2,49 hectáreas de vegetación nativa por cada hectárea plantada con vid”.
Viña Montes es una de las socias de mayor antigüedad en el Programa. El trabajo asociativo comenzó en 2010 y redundó en un cambio desde medidas de sustentabilidad más “instintivas” -dice el gerente agrícola Rodrigo Barría- a otras más sistematizadas y basadas en evidencia científica.
“Para don Aurelio Montes, el dueño de la viña, era importante preservar los árboles más adultos en nuestro campo más grande. Por lo tanto, nosotros no tenemos daños de pájaros en las vides, ya que las aves de rapiña que se ubican en estos árboles mantienen la población de pájaros a raya o los espantan. Siempre prohibimos la caza de zorros y, de esa manera, no hemos tenido problemas con los conejos. También cortamos todo lo que es maleza: los aromos y los eucaliptus se eliminaron. Los hallábamos bonitos, pero nos enseñarnos a cortarlos”, explica Barría.
El representante de Viña Montes explica que varias acciones fueron descubiertas a partir de la alianza con VCCB. Cita el caso de las abejas que combaten la chaqueta amarilla, una especie invasora convertida en plaga en la agricultura: “Tenemos dos sectores con colmenas y eso hace que la abeja limpie cualquier daño que produzca la chaqueta amarilla. En el otoño, la chaqueta amarilla no se come toda la uva, sino que la deja ahí, deja el grano roto con jugo. La abeja, entonces, lo seca, lo lame y con eso impide que se desarrollen hongos. Entonces hay una simbiosis entre las abejas y nosotros, nos brindan servicios ecosistémicos”.
El control de las plagas a través de los recursos de la propia naturaleza es una de las prácticas que intenciona el Programa. Viña Cono Sur, el socio más antiguo de VCCB (desde septiembre de 2007), aplica este principio: su predio de Chimbarongo cuenta con un grupo de gansos para combatir la proliferación de un insecto muy dañino para la industria: el burrito de la vid. En el caso de las vides de la isla Añihué, de Viña Montes, plantaron árboles nativos alrededor de un potrero que tenía espinillo, una planta invasora muy diseminada por el territorio chilote. “Además los árboles nos sirven de defensa contra el viento”, acota Rodrigo Barría.
“Cuando Viña Cono Sur hace su transición orgánica, observa más las naturaleza para trabajar con ella y no contra ella (…) Controlan el burrito de la vid con gansos que dejan pastar en la viña y se aprovechan de comer estos bichitos. Eso es un servicio ecosistémico: porque el ganso se está alimentando y nos hace un favor porque se come un insecto que nosotros no queremos que esté ahí”.

Según explica la directora de VCCB, Olga Barbosa, en el programa de VTR Por la razón o la ciencia, “antes de que Cono Sur partiera su transición orgánica, ellos tenían una plaga y aplicaban algún producto. Pero cuando hacen la transición, observan más la naturaleza para trabajar con ella y no contra ella (…) Controlan el burrito de la vid con gansos que dejan pastar en la viña y se aprovechan de comer estos bichitos. Eso es un servicio ecosistémico: porque el ganso se está alimentando y nos hace un favor porque se come un insecto que nosotros no queremos que esté ahí”.
“Si el ecosistema no está sano y faltan componentes, no todas las funciones (de los servicios ecosistémicos) se pueden generar. Si degradamos un sistema, el beneficio se ve degradado o definitivamente puede desaparecer”, advierte en la misma grabación Olga Barbosa, una de las tres científicas chilenas que entregó antecedentes para la redacción final del informe mundial IPBES, que constató una pérdida de la biodiversidad “sin precedentes” en el planeta.
La visión de los viñateros independientes
Con 10 años de existencia, el Movimiento de Viñateros Independientes (MOVI) reúne a pequeños productores de vino y procura “promocionar el Chile vitivinícola e imagen país con más actores que solo unas pocas empresas”, reza en su declaración de principios. La organización cuenta con 35 viñas asociadas que tratan, dicen, “de romper con los extremos del producto elitista o el producto popular”.
Hasta hace muy poco, Sven Bruchfeld fungía como presidente del MOVI. Él, además, es cofundador de una viña adscrita al Movimiento: Viña Polkura, ubicada en Marchigüe, en la franja occidental del Valle de Colchagua, y cuya principal cepa de producción es el syrah. “Tanto para MOVI como para Polkura, el tema del cambio climático es extremadamente relevante”, dice.
En el MOVI, sin embargo, no cabe la posibilidad inmediata de moverse hacia nuevas áreas de cultivo, porque “somos empresas chiquitas: no es llegar y cambiarse”. Según él, es claro que “las actuales zonas van a cambiar, pero no van a dejar de servir”. Entonces, “más que desplazarse a otro lugar, la pregunta es cómo te adaptas”, cree.
Desde su visión más global, Bruchfeld piensa que esas medidas de adaptación al calentamiento global se deben resolver de forma individual, “porque las realidades son todas diferentes”. Según él, “tenemos 35 socios y 35 soluciones diferentes”. A su juicio, no es algo que como asociación se pueda abordar: “Ni siquiera a nivel de Vinos de Chile se ha tomado una medida conjunta”.
“Tanto para MOVI como para Viña Polkura, el tema del cambio climático es extremadamente relevante. Pero no cabe la posibilidad de movernos de lugar, porque somos empresas chiquitas: no es llegar y cambiarse. Más que desplazarse, la pregunta es cómo te adaptas”.
Donde sí estima posible lograr un acuerdo mancomunado es en mitigación, pero eso entraña políticas públicas a nivel país, que puedan contagiar a otros. “Si lo haces en chico, siempre está el riesgo de hacer algo hippie, para la foto, y nosotros no queremos que se vea bonito para la foto: queremos que funcione”.
En mitigación al cambio climático propiamente tal, Viña Polkura trabaja con paneles fotovoltaicos que incluso generan un excedente de energía. De igual modo, se encuentran en plena etapa de evaluación sobre qué medidas de compensación de emisiones de carbono adoptarán.
Además, se hallan en definición de la superficie de hectáreas destinadas a conservación. Polkura también es miembro del Programa Vino, Cambio Climático y Biodiversidad, dirigido por Olga Barbosa, con quien ha tenido un debate abierto sobre si plantar eucaliptus o bosque nativo. “Ese programa es maravilloso, pero he tenido una discusión: yo digo que es mejor plantar árboles más eficientes como los eucaliptus, y ella es partidaria del bosque nativo”, declara.
Si el ex presidente de MOVI tiene una postura clara con respecto al cambio climático se lo debe al otro socio fundador, que por estos días tiene mucho, muchísimo trabajo: él es Gonzalo Muñoz, designado por el Gobierno como “Champion” de la COP25 y presidente ejecutivo de la galardonada empresa de reciclaje Triciclos.
“Gran parte de lo que hemos empujado ha sido una visión de él. Estoy positivamente contaminado del discurso de Gonzalo”, dice Bruchfeld, quien revela que Muñoz, por ahora, está un poco alejado del día a día de la viña, a raíz de la demandante tarea que cumplirá en la cumbre del clima que acogerá Chile en diciembre próximo.