En la naturaleza está la solución de todo. Esa fue la premisa que impulsó al bioquímico Francisco Palma a investigar, mezclar, probar y empezar de nuevo una y otra vez, hasta dar con un producto que permitiera extender la vida de los alimentos utilizando solo productos naturales, como una solución para la industria pero, fundamentalmente, pensando en el consumidor final: que todo lo que se lleve a la boca provenga de la naturaleza.
Pero para lograr eso primero tuvo que dar un paso previo, cuando decidió saltar de la bioquímica -y la investigación propia de la ciencia básica- a la ingeniería aplicada a través de un doctorado en ciencias de la ingeniería.
“Mi inquietud fue cómo llevar la ciencia básica a una ciencia mucho más aplicada, que ojalá pudiese alcanzar a la población con lo que yo desarrolle o invente. En ese espíritu me salí de la bioquímica y me subí a la ingeniería, y los productos naturales siempre me llamaron la atención. Soy un convencido que en la naturaleza está la solución a todos los problemas”, dice Palma.
Así, en el marco de su investigación doctoral, comenzó a trabajar con la extracción de compuestos de alto valor agregado a partir de residuos de la agroindustria para crear recubrimientos comestibles que tuvieran la capacidad de extender la vida de los alimentos. Comenzó con los filetes de salmón, que era lo que se estaba trabajando en ese minuto en el laboratorio de la universidad, pero cuando decidió buscar su propio camino pensó de inmediato en la fruta.
“Se me ocurrió la manzana. Se podía formar una película por fuera, pensando en que la cáscara es más bien una película comestible. Entonces acuñamos el concepto de que este producto es una segunda piel, porque los ingredientes que lleva son los mismos que ya están presentes en las frutas”, explica Francisco Palma.