– ¿Cuál consideras que es el rol de la industria de la moda en los cambios de estilos de vida?
Creo que las marcas son las que tienen que hacer que los estilos de vida de los consumidores cambien a modos más sostenibles; considero que tiene al menos un 60% de la responsabilidad, porque ellas fueron las que nos llevaron a este modelo de fast fashion, nos torturaron con publicidad donde nos decían que necesitábamos más ropa, a precios más bajos, cuando nadie necesitaba más ropa. Entonces, cuando ahora una marca dice ‘es que los clientes no lo compran’, yo le digo ‘invierte la misma cantidad de plata en publicidad que has usado antes y vas a ver’.
Las personas quieren contribuir, nadie quiere malograr el ambiente, ni maltratar a otros, pero si no encuentran opciones ni información, ¿cómo van a hacerlo? El cliente exige cada vez más información, más transparencia, y la marca no puede obviar su responsabilidad de entregar información de calidad.
Para impulsar nuevos estilos de vida desde el consumidor se tiene que generar una conexión emocional, que sea algo atractivo, lindo y divertido tener nuevos modelos de consumo. El negocio de la moda, a través del marketing, tiene ese desafío, de hacer que esta experiencia se entienda, pero no mostrar solamente osos que están muriendo, porque ir a comprar con culpa no es divertido.
– ¿Qué se debe hacer para lograr una industria de moda más sostenible?, ¿es una opción la ropa de segunda mano?
No tengo la fórmula mágica, nadie la tiene. Estamos en un proceso de transición, tenemos que probar y testear, es un reto colectivo.
La lógica de la economía circular apunta un poco a lo que se hacía antes, a reusar, reparar, reusar una y otra vez y, ojalá, que nunca se vuelva un residuo.
Respecto a la ropa de segunda mano, quizá en Latinoamérica no se ve muy bien, pero por ejemplo en España es recontra cool. Yo tengo unos pantalones que me compré hace unos siete años en una tienda de segunda mano en Alemania y son mis pantalones preferidos, de esas prendas que van contigo toda la vida.
Las empresas están probando si el reúso y la reparación funcionan como negocio, si es rentable, porque no hay pruebas, muchas están testeando.
Por otra parte, para que el consumidor se acostumbre y lo quiera, también debe haber un esfuerzo de la industria. Si las marcas trabajan para crear historias detrás de la ropa de segunda mano pueden transformarla en una opción interesante, es un tema de marketing, de cómo lo vendas, porque hay cosas que de verdad son de mucha calidad, no son basura.
– ¿Qué rol cumple el diseño en una moda más sustentable?
El diseño de las prendas es clave, ahí se decide prácticamente todo: los materiales, cuánto va a durar, los procesos de producción, etc.
El diseño tiene el desafío de abordar el tema de toxicidad, de cambiar los materiales, de idear prendas para que puedan ser residuo cero, que se puedan reparar, reusar, que puedan durar. Eso requiere cambiar la manera en que se piensa la prenda, cómo se diseña, cómo se construye. Cuando eso se traslada a una empresa grande, significa también cambiar las máquinas, lo que genera un problema de producción.
Hace unos años Greenpeace realizó la campaña Detox, donde analizó la efectividad de 19 grandes marcas de ropa en la eliminación del uso de sustancias tóxicas de su cadena de suministro. Esta campaña impulsó un movimiento muy relevante sobre un tema del que no hablamos mucho: los químicos. Es algo que no se está atacando porque el consumidor no sabe y porque las empresas no tienen idea de cómo actuar frente a eso. Hay algunos avances, como la perspectiva Cradle to cradle (de la cuna a la cuna), que evalúa los componentes de acuerdo a la salud humana y ambiental, reciclabilidad o compostabilidad y características de fabricación de una manera muy exigente, pero aún muy pocas marcas lo contemplan.
– ¿Por qué el tema de los químicos es tan complejo y tan importante?
El uso de químicos es algo transversal en todo el ciclo de vida de la ropa y se trata de un problema enorme porque no hay trazabilidad, es muy opaco.
Su utilización está presente desde la creación de los materiales. Por ejemplo, la necesidad de químicos para hacer del petróleo un tejido como es el poliéster, los químicos para hacer que el rayón y la viscosa sean esa maravilla de tela proveniente de un árbol, la gran cantidad de sustancias en los pesticidas y herbicidas para que los cultivos de algodón rindan lo que tienen que rendir. Y eso es solo en la parte de extracción o producción de materia prima.
Después está el proceso de transformación, teñido, acabado, químicos para que no se vaya el color, para que no necesite planchado; todas esas cosas mágicas son por sustancias químicas. En muchos casos se desarrollan químicos que no sabemos realmente qué consecuencias tienen más allá de lo que provoca en la prenda, pero puede tener efectos secundarios; es como los medicamentos, uno te quita el dolor de cabeza pero te malogra el intestino, y nos damos cuenta de eso con el tiempo, no al principio. Se va sustituyendo una sustancia por otra, pero no sabemos si la que viene es peor que la anterior. Y esos químicos están en la ropa que llevamos puesta todo el día.
En la fase de fin de vida, los químicos dificultan que la prenda se pueda reciclar. En el reciclaje mecánico creo que no es tanto problema, pero cuando se quiere separar telas no es fácil.
Además, no hay trazabilidad de esos químicos. Los que se colocan en el hilado los desconoce el que hace la tela, y los que este le agrega no los conoce el que crea la prenda; es un problema gigantesco, porque llega un momento en que no tenemos idea y hacer esa trazabilidad es extremadamente difícil.
Y durante el uso de la prenda, la persona no solo se lleva los tóxicos a la piel, sino que cuando la lava esos químicos se van por el caño al río o al mar, y muchos de esos productos no se pueden depurar.
Creo que este tema de la toxicidad debiera ser un buen motivo para que el consumidor se preocupe, porque afecta directamente su salud, y gran parte de un estilo de vida más sostenible pasa por estilos de vida más saludables.