En Francia las AMAP surgen en 2001 impulsadas por asociaciones militantes tanto de agricultores como de consumidores. Esta iniciativa comienza a tomar forma en febrero, luego de una reunión eco-ciudadana de ATTAC en Aubagne, donde se trató el tema de la mala alimentación. La primera AMAP aparece en abril del mismo año en la ciudad de Ollioules, en el sur de Francia.
Para la encargada de la Red Nacional de AMAP (MIRAMAP) y ex agricultora de la región de Burdeos, Elisabeth Carbone, “la mayoría de las personas que se integran a una AMAP lo hacen por razones de salud o por el medioambiente. Los agricultores vienen en general por el aspecto económico, porque dicen que van a vender anticipadamente, están seguros de lo que les van a pagar. Pero finalmente se produce algo que nadie antes había previsto: este vínculo se parece al que antes tenían las familias con el médico de cabecera. Se crea una relación estrecha con las personas, a veces hasta de amistad. No es una relación de cliente o consumidor; más bien es una relación basada en el intercambio, de tipo: yo produzco alimentos, necesito ganarme la vida, y del otro lado: yo deseo consumir buenos productos. Va mucho más allá de ser ‘otra forma’ de comercialización, es realmente cambiar el modelo de nuestra forma de vida”.
Durante los años de funcionamiento de las AMAP, se calcula que existe un número mínimo de consumidores que deben adherir para que este sistema pueda funcionar correctamente. “Se necesitan 40 personas para que un agricultor pueda vivir, pero es algo que va a depender de cada lugar también. Por ejemplo alrededor de la región parisina hay tierras agrícolas muy buenas, en otros lugares no son tan buenas, por lo que no es simple. Pero creo que tiene que ser a escala humana, más allá de 100 personas se vuelve complicado el manejo, el vínculo con las personas se vuelve difícil, cuesta más conocerlas, pienso que conocer a las personas es importante”, explica Carbone.
Más vegetales, menos desperdicio
Alrededor de 10 millones de toneladas de alimentos son desperdiciadas en Francia cada año; de ellas, un tercio corresponde a alimentos que son rechazados al agricultor, ya sea porque no cumplen con el calibraje solicitado, por una sobreproducción o por problemas de transporte. Uno de los beneficios de las AMAP es que ningún alimento se pierde, porque no están sometidos al calibraje, no hay fluctuaciones entre la oferta y la demanda (ya que los consumidores han pagado por adelantado y no saben qué recibirán cada semana) y al encontrarse los campos en zonas próximas a los lugares de distribución, la comida no se estropea durante el trayecto.
Evelyne Boulogne es una consumidora de AMAP desde hace 6 años, o como ella prefiere llamarse, es una “amapiana”. “Nosotros no nos llamamos consumidores, nos decimos amapianos, es decir que somos consumidores comprometidos”. Explica que “ser parte de una AMAP es en cierto sentido un compromiso de pagar un salario justo a un campesino. Nuestra motivación también es estar seguros de comer alimentos orgánicos y sin pesticidas, que son cultivados con cuidado y que son recolectados el mismo día, que no han sido embalados, ni refrigerados ni son transportados por largas distancias. Son alimentos cosechados el mismo día de la distribución, que están maduros, que son de la temporada, que son de la región parisina. No tenemos tomates, por ejemplo, porque en esta región no se dan, así que consumimos las verduras que salen en este territorio. El campesino se compromete a cultivar entre 40 a 50 verduras, y a distribuirnos un mínimo de 10 verduras cada semana”.
Pese a que no hay ninguna regla estricta con respecto a la distancia en que deben estar situados los centros de distribución de los campos del agricultor, siempre se trata de reducir lo máximo posible la huella de carbono al momento de transportar los alimentos. “Tratamos de que los productores sean lo más cercanos posible. Lo que hicimos para minimizar los desplazamientos es que todos los otros productores también son del sector, entonces Jean Marc pasa a buscar la harina, los huevos, las gallinas y el pan de los otros productores que se encuentran en un radio de no más de 30 kilómetros entre ellos”, cuenta Evelyne Boulogne.