Estamos insertos en una economía de escala global donde las decisiones de compra están normadas por tratados y tarifas, donde los estados y grandes inversionistas realizan esfuerzos por posicionarse en las cadenas de valor y estacar banderas en los bloques productivos de cada uno de los bienes que comercializamos, distribuimos, compramos y consumimos. Según Resource Panel, cada año se consumen 92 billones de toneladas de material, de las cuales los países de altos ingresos son responsables en una escala de 13 a 1 en relación a los países de bajos ingresos.
Las industrias extractivas, por su parte, emiten la mitad de los gases de efecto invernadero del planeta y son causantes de más del 80% de la pérdida de biodiversidad. ¿En qué momento esta trama que funciona tan organizadamente bajo leyes aparentemente perfectas y mundialmente aceptadas pasó a ser tan cuestionada? Esta pregunta compleja, donde su respuesta no es sencilla y puede abordarse desde múltiples aristas (sociocultural, medioambiental, política, etc.).
Desde el punto de vista de la economía de los materiales, hoy necesitamos 1,7 planetas Tierra para sostener el estilo de vida que llevamos y que en 30 años más esta cifra ascenderá a 2,7 planetas. Esto da cuenta del desacople que existe entre los recursos finitos y las necesidades aparentemente ilimitadas. La idea de sostener un crecimiento económico de manera incesante y constante bajo un modelo de consumo lineal, sobrepasa toda la lógica que da forma a los ritmos de regeneración que existen en la naturaleza.
La Economía Circular se contrapone al “Comprar, Usar, Tirar” a través de una disociación entre la actividad económica y el consumo de recursos naturales. Este modelo posee herramientas para lograr atender las necesidades humanas a partir del manejo criterioso de los flujos materiales basado en sus tres pilares: Eliminar residuos y contaminación desde el diseño; Mantener productos y materiales en uso; y Regenerar sistemas naturales. Dentro de estas herramientas se encuentra la servitización, que es la práctica de reducir el consumo de materiales a través de un cambio orientado a transformar a los consumidores de productos, en usuarios de servicios (Vandermerwe & Rada, 1988). La existencia de mercados con bienes subutilizados, en conjunto con modelos de negocio innovadores, tecnologías apropiadas y políticas públicas que aceleren la desmaterialización, son los elementos críticos que generan un entorno propicio para el desarrollo de la servitización.
Las barreras y desafíos a enfrentar
Dentro de las barreras que han determinado el rol histórico de la servitización, la percepción cultural basada en la relación de posesión y bienestar que existe entre los consumidores es una de las más desafiantes. En el caso de la vivienda, por ejemplo, los beneficios percibidos de los propietarios de un inmueble exceden a la flexibilidad de los arrendatarios, lo cual ha posicionado el “sueño de la casa propia” como un imperativo social muy arraigado en las sociedades contemporáneas. Sin embargo, en casos como el alquiler de disfraces y el préstamo de libros en bibliotecas, la demanda por servicios ha trascendido como el modelo más lógico hasta el día de hoy. Esto es una demostración de que los clientes validan los sistemas de servicios cuando existen estructuras adecuadas y beneficios percibibles.
Existen también barreras culturales en los productores y principalmente en aquellas industrias que se han posicionado con productos no especializados de consumo masivo. ¿Por qué una compañía que ha forjado su éxito en base a la venta de productos materiales querría cambiar su fórmula? La presión sobre los recursos naturales y los mercados con clientes cada vez más exigentes son el punto de inflexión que diferenciará a las marcas que ven la desmaterialización como una oportunidad y no como un problema. El potencial de la servitización yace en gatillar la desmaterialización de productos que hasta ahora se han caracterizado por ser bienes de consumo y que presentan características idóneas para convertirse en servicios. De esta manera, la servitización en conjunto con el ecodiseño y las estrategias que promueven la circularidad, tienen como desafío estudiar y reformular las experiencias de los usuarios en todos los aspectos posibles y principalmente en aquellos sectores donde el estado del arte conlleva un alto impacto ambiental.