Bosque Hundido, muebles que nacen de troncos rescatados desde lagos chilenos
Hace tres años, dos ingenieros y un arquitecto crearon este emprendimiento sustentable, en el que rescatan viejas maderas nativas del fondo del agua, y las convierten en mueblería de alta calidad. “Les damos una segunda vida a estos troncos que cayeron por acción del ser humano, y aportamos al equilibrio del planeta”, cuenta Felipe Martino, uno de los tres socios de Bosque Hundido.
Pedro Vial solía veranear en el lago Panguipulli con su familia. Hace unos cuatro años introdujo un bote en el agua, pero un enorme tronco no lo dejaba zarpar, lo encallaba. Él, entonces, observó más en detalle la madera y advirtió que era de buena calidad. Con una cuerda extrajo el tronco del lago y fabricó una mesa. Al poco tiempo, se lo contó a su amigo Felipe Martino en un asado, y una loca idea se les empezó a fijar a ambos.
Felipe hacía buceo apnea y caza submarina desde pequeño, y ahí comenzó a cobrar sentido lo que le relató Pedro, compañero de curso suyo desde primero básico. Cuando ya decidieron lanzarse a la piscina, Felipe llamó a su hermano Rodrigo, que también practicaba las mismas actividades acuáticas, y los tres socios fundaron Bosque Hundido, un emprendimiento que recupera troncos de árboles nativos desde el fondo de los lagos sureños y luego los convierte en mueblería de primera calidad.
“Era una idea en pañales, pero conjugaba naturaleza, deporte y equilibrio con el medioambiente. No sabíamos muy bien cuántos troncos íbamos a sacar. Sabemos que el sureño saca madera con bueyes desde ríos y lagos para cercos de vaca o para leña. Eso funciona. Otra cosa era entender los tiempos de secado para mueblería”, explica Felipe Martino, ingeniero comercial de profesión. Su hermano Rodrigo es ingeniero acuicultor, y Pedro es arquitecto.
Tres años ya suma Bosque Hundido en el mercado con una variada oferta de mesas, escritorios, veladores construidos a partir de viejos maderos que rescatan desde los lagos Panguipulli, Calafquén, Riñihue y Pirihueico. Estos troncos muertos, explica Felipe, provienen de las antiguas rutas madereras navegables, ya que los caminos terrestres eran muy escasos y, en otros tramos del paisaje sureño, simplemente no existían.
“La mayoría de los troncos que retiramos cayeron a los lagos por acción del ser humano. Caían desde las embarcaciones o eran la consecuencia de los incendios y el corte tala rasa que fue muy extendido en el sur. En una menor proporción son troncos que caen naturalmente. Pero nosotros rescatamos troncos aserrados por ambos lados, de cuatro o cinco metros, y es una madera de muy buena calidad. Al final de cuentas, le damos una segunda vida a esos troncos y aportamos al equilibrio del planeta”, se explaya Felipe Martino.
La búsqueda no se realiza por el área completa de los lagos, sino que por partes específicas. Usan una especie de balsa y un sistema de huinchas y tecles de levante para sacar del agua los maderos que los buzos -tanto Felipe como Rodrigo se dedican a eso, con otros colaboradores- encuentran. Antes buceaban solo en apnea, pero la tecnología ha ido evolucionando, dice Martino. Allí han hallado restos de mañío, raulí, laurel, lingue, roble, ulmo y coihue, con los que en un proceso posterior elaboran mesas, escritorios y bancas.
Una vez en la superficie terrestre, Bosque Hundido, cuyo aserradero está en Panguipulli, somete los troncos a un proceso de secado que varía según la especie del árbol.
“El secado más rápido dura un año y dos meses, y el más lento, más de tres años. Depende del grosor del corte. Mientras más grueso, más lento es el secado. Idealmente el secado es a la sombra y bajo techo, protegido de la lluvia”, explica Martino.
Luego, la madera recorre casi mil kilómetros hasta llegar a Santiago, donde Bosque Hundido cuenta con un taller para darle forma definitiva a la madera y dar comienzo al proceso de venta.
Cuando rescatan la madera, ellos pueden notar a través de los anillos las edades de los árboles cuyos troncos se precipitaron al lecho del lago. A juicio de Felipe Martino, “la madera es como el vino”. Y explica: “Por ejemplo hemos encontrado lingue de un metro de diámetro y leyendo los anillos ese árbol fácilmente tiene 250 y hasta 300 años. O sea, llegaron a su madurez absoluta. No se comparan con las maderas nativas de bosques jóvenes, que no tienen más de 60 años. La madera que rescatamos es más noble, más densa, más ‘apellinada’, como se suele describir al roble pellín que tiene un rojo intenso. En cambio, la madera del roble hualle es clarucha”.
“Las maderas que cayeron por errores del pasado, donde se talaban los bosques a destajo, se recuperan. Y el niño también entiende lo que es un raulí, un lingue, un roble. De esa forma aportamos al cuidado de la naturaleza”
Otra madera muy valiosa, que no goza de mucha reputación, es el laurel. A los tres emprendedores les gusta trabajar con este árbol. “Siempre se pensó que era de una segunda línea, pero nosotros la validamos como una madera de muy buena calidad. Cada madera que reciclamos puede ser distinta según su posición en el lago. Por ejemplo un laurel sacado desde la orilla del lago no es lo mismo que si está cuatro metros más allá. A algunas les llega más la luz del sol; otras están más protegidas o con más barro. De eso depende el tono de la madera”, añade Martino.
A los tres emprendedores les gusta imaginar la figura del árbol muerto que renace en otras manos y para otros fines.
“Ese es el sentido ‘espiritual’ de lo que hacemos. En septiembre hicimos una entrega de dos juegos de mesa en roble en Puerto Octay, o sea, a orillas del lago Llanquihue. Para nosotros es un intercambio lacustre, sabiendo que el tronco venía del fondo del lago Panguipulli. Creemos que podemos aportar en algo cerrando el círculo. Las maderas que cayeron por errores del pasado, donde se talaban los bosques a destajo, se recuperan. Y el niño también entiende lo que es un raulí, un lingue, un roble. De esa forma aportamos al cuidado de la naturaleza”, cierra el ingeniero comercial.