Cauxo es, básicamente, un emprendimiento creado por amantes de la bicicleta. Nicole Beltramín y María José Abarzúa vendían accesorios para bicis cada una por separado en el barrio Esmeralda, en pleno centro de Santiago, con sus proyectos Enhebra Estampa y Crespa, respectivamente. Compartían un espacio con un taller de bicicletas en el que se acumulaban muchas cámaras de bicicletas que, en el fondo, correspondían a basura que partía hacia los vertederos.
Ese hallazgo les hizo repensar la manera de seguir funcionando. Decidieron que ya no serían más competencia, sino colaboradoras. La necesidad de procesar esas cámaras de bicicletas desechadas las impulsó a fusionarse y armar la empresa Cauxo, con el objetivo de crear nuevos productos a partir de esta materia prima secundaria. Por entonces Sebastián Contreras ya estaba involucrado de lleno en el proyecto.
“Ese taller tenía un patio interior que básicamente era un acopio de cámaras y cachureos. Las fundadoras del proyecto tenían ganas de ocupar el patio, pero no podían por el espacio que éstas ocupaban. Ahí se dieron cuenta de que podían coserlas. Advirtieron que era un material noble que soportaba una aguja de una máquina industrial que tenía muchas posibilidades debido a su resistencia”, comenta Contreras.
Desde entonces, agrega él, la empresa “creció como una bola de nieve” casi apenas fue fundada. El trío potenció sus habilidades y logró rescatar las primeras cámaras de bicicletas para fabricar alforjas y otros productos básicos. Luego pasaron a los bolsos y mochilas. Y después ya el tranco fue imparable: desde billeteras hasta aros, pasando por cinturones y estuches, para ser utilizados en las mismas bicis o en otros menesteres.
Pese a la gran innovación que representa el proyecto Cauxo -cuyo equipo está compuesto por más personas desde que se originó-, Contreras siente que apenas logran “hacer un rasguño” al impacto que generan las cámaras en los vertederos. Y ahí, según él, se produce una cierta paradoja: desde la revuelta social del 18 de octubre y la pandemia, asegura Contreras, la bicicleta fue una respuesta y su uso se masificó en las calles. Sin embargo, esto trajo como consecuencia la mayor generación de cámaras como residuos, ya que es mucho más barato reemplazarlo por otra que reutilizarla.
“Lo primero que le ofrecemos al cliente que llega a reparar su bici es reutilizar la cámara pinchada. Si eso no es posible, ahí recién les explicamos que hay un proyecto. Eso lo decimos para que enganchen. Les pedimos que las donen y así nos abastecemos”, prosigue Contreras, quien revela que antes de la pandemia mantenían algunos convenios con otros talleres de bicicletas que les donaban sus cámaras desechadas. Por ahora, el grueso de las cámaras con las que trabajan son de los mismos clientes.
De todas maneras, explica Sebastián, “nuestro primer discurso es que la gente parche su cámara todas las veces que sea posible, porque es el principio de las 7R: primero reutilizar. Es uno de los pilares de la economía circular”.