Equidad de género: hacia un cambio cultural libre de juicios
“Visibilizar la desigualdad y la discriminación que vivimos las mujeres es importante para que se produzca un cambio cultural que nos permita desarrollar todo nuestro potencial en el ámbito que deseemos desempeñarnos, que nos dé la posibilidad de elegir con total libertad lo que queremos ser y dónde pretendemos llegar, sin que se nos encasille o se nos enjuicie”.
A los 36 años asumí mi primer cargo gerencial en una empresa. En ese entonces tenía cuatro hijos pequeños y tuve que aprender a delegar algunas tareas que, hasta hoy, se creen “propias” de una madre, como preparar la comida y hacer el aseo, y compartir otras actividades con mi marido, como acompañar a los niños al colegio, llevarlos al médico, ayudarlos a estudiar, etcétera. Por eso, en este proceso fue fundamental el apoyo familiar y contar con personas que, de alguna manera, relevaron mi presencia en la casa.
Si bien he tenido el privilegio de poder desarrollarme profesionalmente, no todas han podido lograrlo, pues son muchas las barreras que debemos sortear, entre ellas la discriminación, el machismo, la brecha salarial, la violencia y falta de oportunidades. Los avances han sido progresivos, pero demasiado lentos, por eso es urgente movilizar a las empresas, incorporar aceleradores que permitan eliminar sesgos culturales y crear políticas públicas que apunten a ese objetivo, como el proyecto de “Sala cuna universal” y el de “Cuotas en los directorios”. Aunque en este último aún se debe discutir su implementación y gradualidad.
Chile posee una baja representación femenina a todo nivel en el mundo del trabajo, especialmente en los cargos de alta dirección. Según el estudio “Modelos de diversidad de género en los directorios”, elaborado en 2022 por Fundación ChileMujeres y OIT, el 47% de las empresas chilenas aún no cuenta con mujeres en sus directorios y solo el 2,7% tiene más de tres en estos espacios. En esta línea, el reciente “Handbook de Género” de la Comisión para el Mercado Financiero (CMF), señaló que en nuestro país una de cada diez mujeres se encuentra en la plana mayor en el sector privado.
A esto se suma que el 7% de las empresas tiene solo a una mujer como gerenta general y el 20% no tiene a ninguna, reveló el Ranking IMAD 2022.
Efectivamente, existe un techo de cristal que impide que podamos acceder y permanecer en puestos de responsabilidad o poder. Pero eso no es todo, porque hay temas que muchas mujeres compartimos, a pesar de las diversas experiencias: la dualidad entre el trabajo doméstico y las obligaciones fuera del hogar, lo que va de la mano con una sensación de culpabilidad y una creciente sobreexigencia.
Aparte de la frustración con la que cargamos por no poder cumplir con todos los quehaceres autoimpuestos y socialmente demandados, hay que lidiar con comentarios y situaciones incómodas, porque el entorno tiende a juzgar constantemente nuestros pasos. Si queremos crecer en el plano profesional nos catalogan de “malas madres” y si nos preocupamos exclusivamente de la casa dicen que “no trabajamos”. Ni hablar de aquellas que se esfuerzan por rendir en ambos lugares, quienes muchas veces ven deteriorada su salud mental por el estrés.
Visibilizar la desigualdad y la discriminación que vivimos las mujeres es importante para que se produzca un cambio cultural que nos permita desarrollar todo nuestro potencial en el ámbito que deseemos desempeñarnos, que nos dé la posibilidad de elegir con total libertad lo que queremos ser y dónde pretendemos llegar, sin que se nos encasille o se nos enjuicie.
No hay que olvidar que la igualdad de género, junto con ser una cuestión de justicia social, es un derecho, y nuestra integración en diferentes ámbitos brinda bienestar a los entornos.
He podido evidenciar que el sector privado está cada día más consciente de que para avanzar hacia un desarrollo sostenible se necesitan ambientes equitativos, justos e inclusivos y en eso es clave contar con una perspectiva de género. Trabajar en un ambiente armónico, seguro y con un equilibrio real en la tasa de participación de hombres y mujeres favorece en gran medida los índices de productividad, impulsa la innovación y la motivación de los equipos.
Esta mirada requiere necesariamente de una estrategia organizacional comprometida con la equidad de género, basada en políticas internas que se sustenten en indicadores, pues al medir nuestras acciones sabremos si vamos o no en la dirección correcta.
Durante mi carrera he formado parte de un grupo de mujeres que confió en sus capacidades y que sorteó los obstáculos que impedían un crecimiento laboral. Nuestra opción fue y ha sido difícil y no ha estado exenta de costos personales y emocionales, sin embargo, me llena de orgullo ver el recorrido que hicimos y que, con o sin intencionalidad, aportamos a las transformaciones que están ocurriendo.
Hoy espero que aumenten las tasas de participación femenina en el corto y mediano plazo, que el sector público y privado sigan trabajando en conjunto para acelerar la paridad y, por sobre todo, que las nuevas generaciones de mujeres sean valoradas y puedan desarrollarse en libertad, sin ningún sesgo de género.