¿Por qué el fuego se propaga tan rápido en las plantaciones forestales y por qué es urgente modificar el diseño de esos paisajes?
Los investigadores del Laboratorio de Invasiones Biológicas y académicos de la U. de Concepción, doctores Rafael García y Aníbal Pauchard, han estudiado largamente el impacto de las especies invasoras, entre ellas el pino y eucalipto. Señalan que, si bien las características de esas plantas influyen en las catástrofes de los incendios forestales, el principal error que ha llevado a la actual crisis es la falta de planificación territorial, que generó la homogeneización del paisaje en la zona de Ñuble, Biobío y La Araucanía.


En un lapso de solo una semana, el fuego se ha propagado con tanta rapidez en las regiones de Ñuble, Biobío y La Araucanía que ha consumido más de 360 mil hectáreas, llevándose además 24 vidas humanas y consumiendo más de mil 400 viviendas. Se trata de una de las peores tragedias de este tipo en el país, a pesar del despliegue de cientos de bomberos y brigadistas, aviones, helicópteros y otros equipos nacionales e internacionales. Respecto al tipo de vegetación que se quema en estos incendios forestales, si bien aún no están las cifras de los actuales siniestros, las estadísticas de CONAF muestra la siguiente proporción en el último quinquenio: 29,6% corresponde a plantaciones forestales, principalmente pino y eucalipto; 26,1% a matorrales; 16,11% a pastizales; y 14,4% a otro tipo de arbolado.
De acuerdo a información aparecida ayer en el diario El Mercurio, según las primeras estimaciones de los daños causados por los incendios de las primeras semanas de febrero a los sectores productivos, el forestal es el más afectado; las principales empresas del rubro informaban sobre unas 50 mil hectáreas afectadas (40 mil Arauco y 10 mil CMPC).
Los expertos señalan que las plantaciones forestales no son la causa de los incendios, sin embargo, la alta densidad de dichos cultivos y la falta de una planificación territorial adecuada -menos homogénea-, se cuentan entre los principales factores que provocan una rápida propagación y los efectos catastróficos. “Los monocultivos no son la causa, pero tampoco aportan mucho a una solución rápida”, señala el doctor Rafael García, director del Laboratorio de Invasiones Biológicas (LIB), una iniciativa conjunta de la Universidad de Concepción (UdeC) y el Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB).
El académico subraya que para que se produzca el incendio forestal deben confluir -al menos- tres elementos: clima idóneo, combustible y una fuente de ignición. En estos momentos, “estamos en las condiciones climáticas ideales, con mucho calor, fuertes vientos y en medio de una larga sequía; hay combustible acumulado en abundancia (biomasa vegetal de árboles, arbustos y pastos); y en cuanto a la fuente de ignición, en esta zona es la acción humana (…), desde el valle hasta la costa, todos los incendios son originados por las personas, que por acción voluntaria o involuntaria producen esa chispa necesaria para que se genere el fuego”, explica.
Además, es categórico al decir que todos los combustibles vegetales se queman, tanto especies nativas como exóticas y que, por lo tanto, cuando se habla de “cortafuego” se trata de la necesidad de “grandes áreas desprovistas de vegetación, despejadas para que el fuego no siga avanzando. No existe no existe un vegetal o un tipo de bosque que sea a prueba de fuego”.
Sin embargo, no todo el combustible vegetal arde de la misma forma; “la principal diferencia entre un bosque nativo y una plantación (de pino o eucalipto) tiene que ver con la velocidad. El fuego dentro de las plantaciones avanza muy pero muy rápido, se queman tan rápido que no se alcanzan ni a carbonizar, en cuestión de segundos o minutos el fuego avanza varias hectáreas”, señala García, quien es Doctor en Ciencias Forestales de la UdeC y académico de la misma Facultad.
Las tres regiones más afectadas por los actuales incendios tienen grandes superficies de monocultivos. Según datos de la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (Odepa) del Ministerio de Agricultura, la superficie total de la región de Ñuble es de poco más de 1.300.000 hectáreas, de las cuales 900 mil son plantaciones forestales, principalmente pino y eucalipto; Biobío tiene 2.389.000 hectáreas, siendo poco más de 875 mil de plantaciones; y La Araucanía cuenta con algo más de 3.184.000 de hectáreas, de las que más de 632 mil son monocultivo de las mismas especies exóticas antes mencionadas.
“(En los incendios forestales) La principal diferencia entre un bosque nativo y una plantación (de pino o eucalipto) tiene que ver con la velocidad. El fuego dentro de las plantaciones avanza muy pero muy rápido, se queman tan rápido que no se alcanzan ni a carbonizar, en cuestión de segundos o minutos el fuego avanza varias hectáreas”.

Nativo vs. plantación
“El bosque nativo, al tener distintas especies, de diversos tamaños, especies rastreras, árboles muertos, ramas en todos los estratos, mayor humedad, hace que el fuego avance mucho más lento -en relación a las plantaciones-, por lo que un incendio en bosque nativo sería más fácil de combatir”, comenta el Dr. García al teléfono desde Concepción, “con harto humo por todas partes y cenizas cayendo”.
El bosque nativo, además, suele ser mucho más tupido, las copas están cerradas y con especies en distintos niveles, condiciones que favorecen que la humedad se mantenga en su interior y en el suelo, donde la hojarasca está constantemente húmeda, explica el director del LIB.
En cambio, las plantaciones, al estar diseñadas para ser cosechadas para producir madera, “generalmente están podadas, se maneja la vegetación acompañante, no hay sotobosque (matas y arbustos), llega mucha luz a su interior, por lo que el suelo es pura hojarasca seca todo el año”.
Estas condiciones, resume el académico de la UdeC, también implican una diferencia importante en la probabilidad del inicio del fuego: “Por ejemplo, una colilla de cigarro encendida es poco probable que encienda un bosque nativo, porque la hojarasca está húmeda; en una plantación de pinos, esa misma colilla probablemente va a arder rápidamente por las hojas de pino secas”.
En cuanto a la velocidad de propagación, también está relacionada con el manejo forestal: “La homogeneidad de la plantación hace que el fuego avance de forma rápida y uniforme; las copas tienen la misma altura y el fuego pasa muy rápido porque es un continuo de combustible”.
El bosque, en cambio, es más heterogéneo, con lugares muy húmedos, a veces hay rocas, no hay uniformidad en las copas ni en el suelo, lo que el comportamiento del fuego es más irregular y avanza más lento. No obstante, añade el Dr. García, investigador asociado del IEB, “el bosque nativo acumula una gran carga de combustible, biomasa, mucha hoja, árboles muertos, y si se llega a quemar, la intensidad de ese fuego probablemente va a ser más alta, va a quedar ardiendo y va a costar apagarlo”.
Además, añade, “por la transformación del paisaje que hemos generado, el bosque nativo está relegado a los lugares de más difícil acceso, en el fondo de las quebradas o en los cerros más altos, entonces llegar a combatir el incendio en el bosque nativo es muy difícil y la carga de combustible hace que arda más tiempo; generalmente se terminan apagando al final de la temporada, cuando comienzan las lluvias”.
La transformación del paisaje a la que se refiere el especialista tiene relación con la expansión de las plantaciones forestales, que comenzó a partir de mediados de los años ’70, fomentada desde el Estado como una forma de “regular la actividad forestal en suelos de aptitud preferentemente forestal y en suelos degradados e incentivar la forestación, en especial, por parte de los pequeños propietarios forestales y aquélla necesaria para la prevención de la degradación, protección y recuperación de los suelos del territorio nacional” (DL 701, 1974).
Esa expansión no incluyó una planificación territorial adecuada.
“En esto hay que ser bien claro: lo que está sucediendo ahora no le conviene a nadie; a las empresas forestales no les conviene el desastre, esto hace que su actividad no sea sustentable. No podemos esperar más como región, como país”.

El principal error
“Finalmente, se homogeniza el paisaje con esta cobertura de monocultivos. Ese ha sido el error fundamental. Se debió pensar ok, vamos a hacer este buen negocio, que es bueno para el país, pero vamos a poner un límite”, explica Aníbal Pauchard, fundador e investigador asociado del Laboratorio de Invasiones Biológicas (LIB).
“Fue un error porque se consideró una sola variable, que es la económica, que es valiosa, pero es solo una. Ahora estamos pagando las externalidades negativas, y las pagan todos los ciudadanos y habitantes de territorio, y la biodiversidad ni hablar, la naturaleza”.
Pauchard, Doctor en Ecología Forestal de la Universidad de Montana y académico de la Facultad de Ciencias Forestales de la UdeC, añade que los devastadores incendios “son la coronación de una serie de procesos de degradación del territorio”. En ese sentido, explica que la degradación -que afecta a flora, fauna, recursos hídricos, propiedades físicas y químicas del suelo, etc.- se remonta a varios siglos.
“Toda esta zona del centro-sur de Chile fue altamente degradada desde 1600 en adelante; en 1800 fue el granero del mundo, se enviaba trigo hasta a California durante la fiebre del oro. Cuando llegan las plantaciones, hace unos 50 años, es como la última fase de esta degradación. Estas plantaciones empiezan a completar el paisaje, es un cultivo muy rentable económicamente y, por otro lado, también se ve como una solución para la erosión. Hay que ser realista, esta zona estaba muy erosionada; había bosque nativo, pero entremedio había mucha degradación de suelos, usados para trigo y otros cultivos y totalmente erosionados”, comenta Pauchard, también desde la región del Biobío, en el sector de camino a Santa Juana, a pocos kilómetros de uno de los incendios más mortíferos.
El académico resume que “todo lo que se podía llenar, se llenó de plantaciones de pino y, más tardíamente, de eucalipto”. La primera etapa de plantaciones fue sobre suelo degradado, pero plantar estas especies se volvió tan rentable, dice Pauchard, que después hubo un proceso de cambio de cultivos, en territorios que no estaban tan degradados, que también los convirtieron en plantaciones. “Incluso comienzan a utilizarse suelos con renovales de bosque nativo, los cortan, queman, es lo que se denomina sustitución de bosque nativo, eso está documentado, hay papers que abordan la sustitución”.
En los años ’90, hubo una nueva etapa, en la que incluso pequeños propietarios cambiaron sus cultivos, pasando, por ejemplo, de viñedos de uva país -característico de la zona de Quillón, Ñuble- a pino y eucalipto. “No es un problema solo de las empresas forestales, es un problema del territorio en su conjunto, y así se debe abordar”, subraya el académico de la UdeC.
A este proceso se suman otras variables que también inciden de manera importante en el inicio y propagación de los incendios. El Dr. Pauchard explica que existen otras plantas, introducidas y nativas, que con la sequía, los vientos cálidos y la poca humedad se secan rápidamente y, sin un buen manejo, se queman; “hay zarzamora, retamilla, incluso quila, todo mezclado, es un combustible muy fino y fácilmente inflamable”. El académico, que ha estudiado este fenómeno, explica que una vez que se apaga el incendio, al año siguiente las que más germinan son estas especies invasoras, que una vez más son las primeras que se encienden si no hay un manejo. “Se ha eliminado el ganado -no soy muy fan del ganado porque tiene impacto-, pero sin las ovejas y el ganado vacuno hay mucha más biomasa; una estrategia que se ha aplicado en Estados Unidos es tener corredores para pastoreo, ojalá ganado menor -como ovejas- para que no dañen el suelo, y puede ayudar a reducir estas crisis”.
A su vez, el Dr. García comenta que existen terrenos abandonados, donde abunda el combustible vegetal; de hecho, dice, “el fuego en general no se inicia dentro de las plantaciones, sino en la zona periurbana o en pastizales o matorrales degradados”.

Soluciones: manejo y heterogeneidad
Frente a esta situación, ambos investigadores del LIB coinciden en que es urgente hacer una planificación territorial que permita cambiar el pasaje para hacerlo más heterogéneo y, de esa forma, volverlo más resiliente. Es una forma de abordar el problema en un mediano y largo plazo, pero se debe comenzar ahora a avanzar en ello, señalan.
No obstante, en el corto plazo, García indica que “lo que tenemos a la mano para empezar a cambiar desde ya, para evitar la propagación y efectos catastróficos, es el manejo de las plantaciones. Tenemos que avanzar hacia una silvicultura preventiva. No podemos tener plantaciones manejadas de la misma manera que hasta ahora. Por mencionar solo algunas cosas, la cercanía con las carreteras, a los centros poblados, la densidad, eso hay que modificarlo en lo inmediato”.
Menciona que las empresas forestales invierten harto en control de incendios y que en general Chile es eficaz en el control, si se piensa que cada año hay entre 5 mil y 7 mil incendios y la gran mayoría son controlados. Pero hay que invertir en “prevención real, bajando el combustible, manteniendo los cortafuegos todo el año y ayudando a los campesinos en faenas para que no quemen”.
En cuanto a la planificación, los dos académicos de la UdeC subrayan que se debe hacer con la participación de todos los actores del territorio, pues son ellos los que conocen realmente las características, problemas y necesidades.
“Todos los territorios son distintos, son realidades diferentes, los municipios juegan un rol muy importante, también las juntas de vecinos, los comités de Agua Potable Rural, y desde ahí comenzar a buscar soluciones, acorde a la realidad de cada territorio, con fuerte presencia del Estado a través de las agencias que correspondan”, dice el profesor García. Por ejemplo, agrega, en La Araucanía hay cultivos de avena y trigo donde por costumbre en marzo se queman los desechos; en ese caso, si se prohíbe la quema hay que dar una alternativa viable para dejar de quemar esos desechos orgánicos, por ejemplo, una trituradora comunitaria.
Según Pauchard, “hay que sentarse en una mesa con los distintos actores, no solo el pequeño propietario, también el mediano, las empresas, con los expertos del gobierno, de la academia, y llegar a ciertas ecuaciones que den la funcionalidad; hablamos a veces de multifuncionalidad del paisaje y eso se puede lograr. La parte académica, de modelos de desarrollo, está. El punto es si lo queremos hacer y qué estamos dispuestos a entregar en este proceso”.
Junto a lo anterior, la premisa básica, indican ambos académicos, es fomentar la heterogeneidad del paisaje y pensar con rigurosidad dónde se instalan no solo las plantaciones, sino también la viviendas, cómo son los flujos de las personas, de los animales, de la vegetación, el agua, etc. García comenta que, por ejemplo, una plantación puede tener un cortafuego, un área de 20 metros despejada, pero si no hay control y fiscalización alguien puede construir una cabaña en ese espacio, quedando en una situación de riesgo. Sobre este punto, advierte sobre la forma poco planificada en que se están realizando las cada vez más comunes parcelaciones en zona rural.
Dentro de la heterogeneidad del paisaje se debe considerar la restauración de zonas de bosque nativo, “para no tener esa continuidad tan grande que tenemos actualmente de formaciones homogéneas de miles de hectáreas de una sola especie, de la misma altura, que va a favorecer la propagación del fuego”, dice el director del LIB. Además, esa restauración debe considerar especies nativas resilientes, que rebrotan bien después del fuego, en especial para zonas de mayor riesgo. La restauración se puede comenzar, indica, con las áreas abandonadas pues, ya habría una diferencia al tener allí nativo en vez de pastizales, provocando un comportamiento distinto del fuego. Paralelamente, hay que bajar la densidad de las plantaciones.
El director del LIB sostiene que en este proceso, “lo primero que se necesita es un Estado presente”, a través de la fiscalización real -tanto del área forestal como de la construcción- y de una combinación entre incentivos y legislación que apunte a forzar los cambios.
Pauchard coincide plenamente con la necesidad de apoyo estatal. “Si queremos recuperar el bosque nativo vamos a tener que poner mucho esfuerzo en hacerlo, hay que ser realista”, señala en referencia a la degradación del territorio y a que “la biodiversidad de las regiones de Maule, Ñuble, Biobío y La Araucanía, sobre todo costera, está en grave peligro (…) Quedan muy pocas áreas naturales, los fragmentos de bosque nativo son muy pequeños”.
“Para un pequeño propietario, si el Estado no le ayuda, si no hay incentivos y subsidios, esto no va a funcionar. No se trata de llegar y decir plante nativo, eso es muy simplista. Hay que ponerse la mano en el bolsillo y decir que esto se tiene que proteger porque ya se han perdido muchos servicios ecosistémicos, entre ellos el agua. Las regiones de Biobío y La Araucanía están entre las que más dinero deben gastar para abastecer a sus habitantes con camiones aljibe, porque las tomas de agua tradicionales ya no están funcionando -a causa de una mezcla entre sequía, cambio de uso de suelo, vegetación no adecuada-, lo que es claro es que la gente rural no tiene acceso al agua como debiera, y eso ha empeorado la calidad de vida de las personas”, añade el fundador del LIB.
El proceso no es gratis ni tan sencillo, dice, tiene un costo y, obviamente, los márgenes de ganancia pueden ser más reducidos, pero se gana un paisaje sustentable. Y concluye, de forma atajante: “En esto hay que ser bien claro: lo que está sucediendo ahora no le conviene a nadie; a las empresas forestales no les conviene el desastre, esto hace que su actividad no sea sustentable. No podemos esperar más como región, como país”.