Sin saber que se trataba de economía circular, Williams Mauad y Sebastián Rubio procuraron aprovechar todo el residuo que generan los camarones y langostinos, más allá de su sabrosa carne. Su empresa pesquera Rymar fue visionaria: en 2004 llevaban cinco años en el mercado y ocupaban la cáscara del crustáceo para extraer quitina y luego procesarla para hacer quitosano, un producto natural, biodegradable y muy eficaz en la agricultura.
“En un momento tuvimos un problema legal porque había una persona que tenía la patente de ese producto y tuvimos que cerrar este emprendimiento, pero hoy lo estamos retomando”, cuenta Mauad, uno de los dos socios de Rymar, fundada en 1999 en el puerto de Coquimbo.
En los albores de su compañía, Mauad y Rubio comenzaron a vender caparazones de camarón para hacer harina. Con el tiempo el negocio no fue tan rentable y entonces los empezaron a botar. Acumulaban 10 toneladas diarias de cáscaras de camarón y langostino en el vertedero coquimbano. Conocían las propiedades del exoesqueleto de estos crustáceos, pero no contaban con la tecnología necesaria para reintroducirlo al sistema.
“Sabíamos que estábamos botando plata al basurero. El costo diario del camión era de 16,5 pesos el kilo, más lo que significa el flete. Pero sabíamos que las cáscaras podían tener destino como un producto final y, además, al sacarlas del vertedero ayudamos al medioambiente, porque la huella de carbono que dejan por la descomposición es mucha”, comenta Mauad, ex compañero en ingeniería comercial de la Universidad Católica del Norte con Sebastián Rubio.