Vino del Desierto: el proyecto de la única cepa de origen chileno con un incipiente desarrollo en economía circular
Este proyecto de investigación aplicada de la Universidad Arturo Prat (UNAP) logró producir un vino, en pleno desierto de la Región de Tarapacá, con la primera cepa vinífera chilena, bautizada como Tamarugal, tras un largo proceso de pruebas a nivel internacional. Actualmente destinan los corchos, orujos y botellas, entre otros residuos, a otros emprendedores que los trabajan para generar otros productos. Además, se valen de la eficiencia hídrica para producir vino, utilizando solo 8.000 metros cúbicos por hectárea al año para ello.
Históricamente la Región de Tarapacá, aun en la época pre-republicana, fue una productora importante de vino. Al menos este auge alcanzó hasta 1949, año en que se registró el último reporte de producción. Después de ello, hubo un vacío que solo pudo ser compensado a partir del año 2003, cuando la Universidad Arturo Prat (UNAP) comenzó a realizar una búsqueda de las plantas que se usaban como uva.
“Había una cosa sentimental de recuperar la memoria de ese vino, y otra más técnica, de contar con plantas que no necesitaban un proceso de adaptación, ya que se sabía que habían producido vino, solo que habían estado más de 80 años abandonadas”, dice Marcelo Lanino, académico de la Facultad de Recursos Naturales Renovables de la UNAP y director del proyecto Vino del Desierto, que dio vida a este vino nacido en pleno desierto de la región tarapaqueña.
La búsqueda fue fructífera: se encontraron plantas en huertos caseros, en terrenos abandonados, que habían sobrevivido. Básicamente los terrenos pesquisados estaban ubicados en Pica y Matilla, al interior de la región, donde las plantas halladas se pudieron diferenciar solo por características; solo se podia saber si eran cepas blancas o tintas.
“Establecimos un jardín de variedades en la Estación Experimental Canchones, en la comuna de Pozo Almonte, y empezamos a hacer un rescate del material recolectado. En 2006 hicimos nuestra primera vendimia, orientada a los estudiantes de agronomía de la UNAP, y luego se incorporaron estudiantes de otras carreras”, recuerda Lanino.
A poco andar, los encargados del proyecto vitivinícola -perteneciente a la UNAP- se dieron cuenta de que este desarrollo concitaba el interés de la gente, “mucho más allá de lo que habíamos presupuestado, ya que incluso comenzaron a llegar turistas, se convirtió en algo más costumbrista, con música folklórica y comida tradicional”, agrega el encargado del proyecto.
Luego de adjudicarse un Fondo para la Innovación y la Competitividad (FIC) del Gobierno Regional de Tarapacá, consiguieron un capital importante para realizar un cambio tecnológico en el sistema de producción. “Compramos equipamiento de acero inoxidable, trajimos personal de capacitación, trajimos enólogos para el proceso de vinificación y lograr un vino de calidad”, añade Lanino.
“Tenemos varios emprendedores que nos solicitan los materiales de acuerdo a sus necesidades. Estamos en un proceso de aprender. Sabemos que nuestros orujos son ocupados en productos cosméticos, como labiales, cremas faciales, champúes. También los corchos son convertidos en llaveros o en joyas”.
La cepa Tamarugal: única en Chile
Buena parte de los fondos obtenidos vía FIC sirvieron para prolongar la investigación. Había intriga por identificar las cepas que estaban detrás del proyecto, por lo que el foco estuvo puesto en obtener los patrones genéticos de cinco cepas: en primer término, se logró identifficar solo la cepa País, una cepa antigua y muy común en Chile introducida por los españoles; luego el análisis se llevó a España, donde se pudieron identificar dos cepas más: Gros Colman (que tenía origen en Georgia, en la extinta Unión Soviética) y la Ahmeur bou Ahmeur (de origen argelino). Los dos restantes genotipos blancos, sin identificar, fueron enviados a Francia. donde se distinguió solo una de las cepas: la Torrontés Riojano, de origen argentino.
A pesar de constatar 7.000 genotipos, había una cepa sin identificar. Sin embargo, el año 2016, llegó una noticia que sacudió los cimientos del proyecto Vino del Desierto. el Servicio Agrícola y Ganadero (SAG) determinó que dicha cepa no tenía otro patrón genético reconocido, por lo que era una nueva cepa vinífica chilena, a la que le llamaron Tamarugal. Es la única cepa reconocida como de origen chileno.
“Con otro proyecto FIC, logramos transformar todo este conocimiento en una ruta enoturística. Adquirimos una serie de habilitaciones y la idea es, ahora, mostrar un modelo de negocios donde los agricultores puedan hacer enoturismo, producir sus vinos directamente, con la cepa Tamarugal, o con las otras cepas que ofrecemos”, apunta Marcelo Lanino, cuyo proyecto que dirige se ha convertido en un ejemplo a seguir en la Región de Tarapacá.
“Con otro proyecto FIC, logramos transformar todo este conocimiento en una ruta enoturística. Adquirimos una serie de habilitaciones y la idea es, ahora, mostrar un modelo de negocios donde los agricultores puedan hacer enoturismo”.
Economía circular incipiente
A partir del año 2017, Vino del Desierto comenzó a incorporar principios de sustentabilidad a su producción. No obstante ello, las prácticas de manejo sustentable del agua ya estaban incluidas en su modelo de negocios, puesto que el clima adverso que se encuentra en el desierto los obligó a implementar un sistema de riego tecnificado y por goteo bajo criterios de eficiencia hídrica. Actualmente gastan unos 8.000 metros cúbicos de agua por hectárea anualmente.
Luego llegó el turno de emplear criterios de economía circular. “Antes nos preguntaban qué hacíamos con las botellas y estábamos a la espera de que pudiéramos usarlas en algo”, comenta Lanino. Actualmente trabajan con una red de 10 emprendedoras y emprendedores a quienes se les facilita corchos, botellas, gorras, orujos y otro tipo de residuos.
“Tenemos varios emprendedores que nos solicitan los materiales de acuerdo a sus necesidades. Estamos en un proceso de aprender. Sabemos que nuestros orujos son ocupados en productos cosméticos, como labiales, cremas faciales, champúes. También los corchos son convertidos en llaveros o en joyas. Las mismas pasas se incorporan para helados. Es para una amplitud de cosas”, agrega el director del proyecto Vino del Desierto.
Ubicada la viña en la misma Estación Experimental Canchones, en Pozo Almonte, el proyecto ofrece hoy una alternativa turística para todos quienes llegan a visitar Iquique y que, sin embargo, buscan otra opción a través del enoturismo. “Entre martes y viernes tenemos personal en nuestra estación experimental, que es nuestro principal canal de venta hoy. El viernes y sábado ofrecemos visitas. Además, estamos en proceso de transmitir a los agricultores nuestra experiencia en el desarrollo de un vino de calidad”, cierra Lanino.