Emprendedores universitarios: tres proyectos que buscan romper paradigmas y crear nuevos modelos de negocios desde la ciencia, la sostenibilidad y la educación
En su primera versión, el concurso Impacto Emprendedor —impulsado por el Banco de Chile y la Universidad del Desarrollo— convocó a más de 750 estudiantes de pregrado y recién egresados de 48 instituciones de educación superior. Tras un largo proceso de mentorías y apoyo para el desarrollo de sus ideas, tres proyectos se coronaron como los grandes ganadores del concurso, y de un premio de $2 millones más un kit de implementación para escalarlos. Esta es la historia del propósito y la innovación que está detrás de cada una de estas iniciativas.
Incrementar la productividad del país es uno de los ejes claves para el desarrollo futuro del país, y en ellos las universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica —y sus alumnos— juegan un rol clave no solo en la formación de capital humano y generación de conocimiento, sino también como polos de desarrollo de la innovación empresarial. Y hoy, el emprendimiento surgido desde estos centros de estudio parece estar teniendo un fuerte impulso. Así lo demostró el primer concurso Impacto Emprendedor impulsado por el Banco de Chile y la Universidad del Desarrollo, que convocó a más de 750 estudiantes de pregrado y recién egresados de 48 instituciones de educación superior.
El proceso fue intenso. Los equipos emprendedores pasaron por un proceso de formación de tres meses acompañados por mentores del mundo del emprendimiento, quienes los orientaron e impulsaron en el desarrollo de sus iniciativas y en los procesos de validación. En ese camino, los 25 seleccionados para la segunda etapa del concurso recibieron un apoyo de $300.000 para desarrollar un plan de validación técnica, y los 10 finalistas otros $700.000 para la validación comercial.
Finalmente, tres proyectos resultaron ganadores. Todas ellas iniciativas con propósito, con una mirada de negocios distinta y que buscan entregar no solo una solución a problemas a través de una alta dosis de innovación, ciencia y tecnología, sino que también se hacen cargo de los desafíos futuros de la sociedad, con la mirada puesta en la sostenibilidad para el desarrollo del país. Y en el caso de esta primera versión de Impacto Emprendedor, todos ellos de regiones. Estas son las tres propuestas ganadoras que hoy surgen desde estudiantes universitarios que buscan impactar en la sociedad.
Taxobot: Inteligencia Artificial para enfrentar la marea roja
Leonardo Olivares llevaba dos años en Ingeniería Naval de la Universidad Austral, en Valdivia, cuando en un laboratorio de hidrodinámica, probando el comportamiento de embarcaciones frente a las olas, se encontró con un alumno de cursos más avanzados que llegó con la propuesta de hacer un robot autónomo sumergible. Lo ayudó en el desarrollo de la idea, haciendo algunas cosas chicas, pero eso le permitió ver cómo gestionaba y preparaba el proyecto y —más importante— le dejó adentro el “bichito” de hacer cosas por su cuenta, de emprender un proyecto. Años más tarde, haciendo la práctica en una salmonera en Puerto Montt, le tocó ver de primera fuente los “bloom algales”, las Floraciones de Algas Nocivas (FAN) conocidas principalmente por la “marea roja”.
La curiosidad por el tema lo llevó a estudiarlo para entender la problemática, sus causas, y cómo se podía detectar. Hoy esto último se hace, básicamente, tomando una muestra de agua y analizándola al microscopio para detectar la presencia de la microalga. Entonces decidió darle una vuelta y analizar la viabilidad de incorporar sensores electrónicos en su detección, y luego cómo incorporar Inteligencia Artificial (IA) en el proceso.
“Entonces me di cuenta que reconociendo patrones morfológicos, o la taxonomía de la microalga, uno podía ir puliendo el algoritmo hasta que llegue a unos grados de precisión más o menos altos. Me pareció interesante, y empecé a ver cómo hacerlo. La primera idea fue instalar una boya en el agua que esté monitoreando permanentemente. Ese fue mi primer diseño. Pero claro, la electrónica y el agua no se llevan muy bien, entonces para poder sellar eso y que funcione es carísimo, hablamos de $300 millones para un prototipo. Quién le va a pasar $300 millones a un cabro que no tiene ni título. Nadie”, recuerda Olivares.
Entonces empezó a pulir la idea. Lo primero que resolvió es que lo principal es la detección del alga, y que eso no necesariamente se tiene que hacer en el agua. Empezó a trabajar entonces en el microscopio. Probó con cámaras de los teléfonos, incorporando una cámara Gopro, hasta llegar finalmente a un microscopio trinocular, que además de los dos visores tiene incorporada una cámara arriba. El desafío fue entonces automatizar todo ese proceso, para que la máquina haga un escaneo de la muestra, y la envíe a un computador para su análisis y posterior envío de los resultados.
“Entonces, me abaraté muchos millones simplificándolo”, dice Leonardo Olivares. Hoy Taxobot analiza las muestras con un software especializado que usa machine learning (aprendizaje automatizado) en la detección de alguna FAN y su concentración, en tiempo real. La única participación humana es la toma y colocación de la muestra en el microscopio.
“Con la solución a la que llegamos —agrega— se están minimizando los tiempos enormemente. Un biólogo marino se demora entre 20 y 25 minutos por muestra, esto lo hace en 5 minutos e incluso menos. Entonces ya tenemos ahí un avance, podemos analizar muchas muestras muy rápido, y esto es sumamente importante porque estos bloom de algas en una hora pueden tener 700 mil peces muertos, además del desastre ambiental por la contaminación del agua, y por eso es tan importante generar estas alertas. A Sernapesca le gustó porque no pueden tener fiscalizadores en todos lados, pero este equipo sí puede, y esa data les llega directamente a Valparaíso”.
Hoy están apuntando a hacer algunas mejoras desde el punto de vista científico, como incorporar fluorescencia a las muestras para distinguir con mayor claridad qué es biológico o no en una muestra, y así incrementar el rango del algoritmo. Y también mejorar el microscopio, ya que el hecho de haber automatizado todo el proceso desde el escaneo y detección hasta el envío de la información lo transforma en un producto en sí mismo. “Con eso resolvimos varias problemáticas que podrían serle útiles a otros. Hoy el rango de clientes es amplio, la ciencia, el área pública —como Sernapesca— y las empresas también. El potencial que le vio la gente del Banco de Chile y los fondos ángeles a lo que estamos desarrollando es que no se trata de un problema que está presente solo acá, cualquier país con costa lo tiene”, afirma Olivares.
Ganar el concurso Impacto Emprendedor, dice, le permitirá cambiar la cámara y lentes del microscopio, mejores piezas mecánicas y mejorar la electrónica, para llegar a la mejor versión posible del producto. Y junto con ello, tener tres o cuatro en pruebas al mismo tiempo para ir mejorando su evolución e innovación. Para ello ya tiene contactos con Salmonchile, Sernapesca, empresas pesqueras y navieras.
“Con el premio apuntamos a alcanzar el mejor prototipo posible. La premisa siempre ha sido tratar de hacer la mayor cantidad de cosas con la menor cantidad de recursos posibles, y por eso sobre el 95% de los fondos que vamos recibiendo los reinvertimos en el proyecto. También queremos darle ahora una mirada ambiental porque esto está contaminando el agua, se mueren peces, se mueren animales, entonces es algo que nos falta abordar ahora porque estamos súper enfocados en lo técnico. Ahora que ganamos recursos y tenemos tiempo, la idea es ir avanzando de forma paralela con ideas en esta línea”, afirma el creador de Taxobot.
Kriket, granjas de insectos que transforman plumavit en alimento
La idea partió en un programa de emprendimiento para universitarios. Alexander Götz y Agustín Troncoso, estudiantes de ingeniería civil industrial de la Universidad del Desarrollo en Concepción, se plantearon entonces buscar algo que fuera sustentable. Con esa perspectiva, se pusieron a analizar los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y llegaron al desafío alimentario, considerando que, según las proyecciones demográficas, al año 2050 la humanidad requerirá un 70% más de alimentos de lo que estamos produciendo actualmente.
“Nos dimos cuenta que la mayoría de los cultivos proteicos eran poco sostenibles, me refiero a la harina de pescado, a la soya o la carne. Nuestra primera idea fue hacer snack de insectos para la alimentación humana, como un sustituto proteico a la carne en base a insectos”, recuerda Götz. Entonces empezaron a investigar sobre insectos. Primero con grillos (de ahí el nombre de su emprendimiento, Kriket) y luego con moscas soldado, tenebrios… Pero se dieron cuenta que iban a enfrentar problemas. Primero de regulación sanitaria y después culturales, de que fuera aceptado un producto de alimentación humana basado en insectos. Entonces pivotearon la idea y se pasaron a la alimentación animal.
Finalmente se decantaron por el tenebrio molitor, tanto por sus propiedades como porque se trata de un cultivo más limpio. Pero es un cultivo caro, y buscaron cómo reducir los costos de producción. El principal es el alimento, residuos orgánicos secos o de cereales, y le sigue el de mantener calefaccionada la incubadora, que necesita de entre 21º y 30º Celsius para una reproducción óptima. Decidieron poner plumavit en las cajas para mantener el calor, y entonces las larvas empezaron a comérselo.
“No teníamos información de esto, y encontramos que se había hecho un estudio hace una década en Stanford, Estados Unidos, que había visto que estas larvas podían alimentarse de poliestireno, pero la investigación no se siguió desarrollando. Entonces a las larvas para alimentación animal, le agregamos este elemento de que son capaces de comerse el poliestireno, y empezamos a probar cómo acelerar el proceso de degradar este plástico, si no bioacumulaba, si era seguro para alimentar animales”, dice Alexander Götz.
Hoy están en una etapa de validación y ventas. Tienen tres granjas piloto en Chillán, Yumbel y Santiago, y han ido mejorando el prototipo de incubadora. Estas cajas de cultivo están automatizadas y con al menos el 80% de las variables —temperatura, humedad, oxígeno— controladas. El agricultor que las cuida solo debe alimentarlas y hacer una revisión semanal de las larvas.
Trabajan con avicultores de criaderos de gallinas libres, y una granja de insectos produce hasta 18 kilos de larvas cada seis semanas, las que se convierten en un suplemento alimenticio para las aves. En ese período, se comen cerca de 2 kilos de plumavit —el equivalente a lo que traen dos cajas de televisores grandes— junto con el cereal. De cada kilo de larvas, un 55% son proteínas y entre un 25% y 30% son lípidos.
“Lo que hemos visto en los ensayos con gallinas es que se mejora su salud, son más resistentes a enfermedades, y son más productivas. Esto lo pudimos probar porque en la granja donde estamos piloteando no usan antibióticos, entonces nos sirvió mucho más para ver si reaccionaban mejor. Y hemos visto que aumenta el Omega 3 del huevo”, afirma Götz.
Actualmente trabajan en el modelo final de incubadora para sacarlo al mercado. “Ya tenemos un prototipo final que trabajamos con el concurso Impacto Emprendedor y el avicultor de Yumbel. Hicimos muchas más pruebas, testeos y ensayos con estas gallinas, y pudimos obtener resultados de cómo impacta su desarrollo. Queríamos tener esa seguridad para poder venderla al mercado”, afirma.
El dinero del premio ayudará a crear este producto, agrega, pero más allá de ello, una de las principales ayudas del programa fue el apoyo de mentorías. “Cuando uno es universitario tiene que estar lidiando con las clases y el emprendimiento, y se hace mucho más difícil, entonces tener este tipo de mentores que te entregan, que están apoyándote, poniendo plazos, también te mantiene a raya combinando la universidad. Ellos mismos ya han tenido emprendimientos y te entregan toda esa enseñanza, y eso es muy valioso”, dice el co-creador de Kriket.
¿La importancia de desarrollar esta idea? “Finalmente, lo que estamos proponiendo es una producción local, que no solamente sea sustentable sino que también sea rentable. Vemos que Chile tiene una crisis hídrica, que el medio agrícola tiene poca tecnología implementada, y que hay menos personas —y de mayor edad— que se están haciendo cargo de los campos. Buscar métodos más eficientes de producir proteínas, que ocupen menos espacio, que generen menos CO2 y que ocupen menos agua era algo que encontrábamos necesario abarcar y solucionar. La pandemia también nos enseñó de las crisis de las cadenas de suministro, entonces tener una producción local es el futuro para todos los países”, dice Götz.
Body Defense, mejorar la educación a través de videojuegos
A Ricardo Flores, estudiante de ingeniería civil industrial de la Universidad de Concepción, siempre le gustaron los videojuegos. Es también un gamer, y desde hace un par de años veía desarrollando una idea con un amigo: crear un videojuego que ayudara al aprendizaje de los niños. Esta se materializó en Body Defense, juego educativo en el que los niños pueden entrar al cuerpo humano para poder ver su funcionamiento, sus mecanismos de defensa, y aprender de manera lúdica contenidos de biología.
“Cuando conversábamos con profesores, con personas ligadas al área educación, nos dimos cuenta que para ellos era complejo el tema de los laboratorios, el hacer actividades didácticas de forma rápida y dinámica. Cuando empezamos este proyecto les decíamos que queríamos hacer un juego que les enseñe y los encante con la ciencia. Y cuando empezamos a ver esto como una posibilidad de negocio nos dimos cuenta que los videojuegos educativos era un área que había que explotar, que es necesario cubrir, y nos encantó. Así nació Body Defense”, recuerda Flores.
Cuando estaban en ese proceso de desarrollo, llegó la pandemia por Covid-19, las cuarentenas y el cierre de colegios. Y eso les dio la oportunidad de demostrar y validar su trabajo. “Nos decían por qué un colegio te compraría un videojuego, estaba un poco ese estigma de que los papás no pagan la mensualidad del hijo para que vayan a jugar, o que esa sea tu tarea. Pero nosotros decíamos ‘ese es el sueño de un niño, que su tarea sea jugar’. Entonces de repente llega la pandemia, y te das cuenta que ya no puedes hacer clases presenciales, que hay que integrar nuevas metodologías, que los niños se aburren con un profesor todo el día frente a una pantalla”, dice Flores.
“Aunque fue una situación dura para todos —agrega—, entre los más preocupados estaban los profesores porque ahora las clases eran online, no todos tenían las herramientas, y hacer una clase dinámica era extremadamente difícil. Encontramos una oportunidad, ante la necesidad de tener herramientas pedagógicas que funcionen. Decidimos cambiar el paradigma sobre los videojuegos, que pueden ayudar a que cierres una clase perfecto, que los niños entiendan un concepto que a lo mejor fue difícil a lo largo del día. Nos sirvió porque apareció la disposición de decir ‘como estamos en un ambiente incómodo, probemos cosas nuevas y veamos qué sale de acá’. Ese cambio en la disposición no solo nos abrió una ventana, se cayó toda la pared”.
Hoy están probando el videojuego con tres colegios: un Liceo Bicentenario, un colegio de La Dehesa, y un colegio de Concepción. Un profesor del equipo de Body Defense trabaja codo a codo con los docentes de estos establecimientos para ir validando, crear ambientes de prueba para los niños, ver qué conceptos funcionan, qué les gusta y qué no. También han ido generando un manual docente y un manual de implementación para los profesores.
Y el juego en sí también ha ido cambiando en base a las necesidades de los mismos niños y profesores, pero manteniendo el concepto de que los niños ingresen al cuerpo humano. Entre otras cosas, pasó de ser para un solo jugador, a una experiencia multiplayer. “Para los profesores era súper valiosa la interacción entre los alumnos, que se pudieran desarrollar misiones dentro de un nivel en que tengan que trabajar en conjunto para alcanzar objetivos”, explica Ricardo Flores. Así, al ir avanzando niveles los niños deben trabajar en conjunto para, por ejemplo, eliminar el coronavirus, un neumococo o un grupo de parásitos que atacan el cuerpo. Siempre partiendo de un caso clínico, que los lleva a realizar deducciones en base a los síntomas del paciente.
Para definir los contenidos, trabajaron con la seremi de Educación del Biobío. Hoy tienen profesores y psicólogos educacionales en el equipo, que los ayudan a alinear contenidos curriculares y objetivos pedagógicos a través de herramientas o metodologías. Y la historia se va construyendo en torno a eso, pero sin perder de vista que el juego tiene que ser entretenido. “Siempre entendimos que si haces un juego solo para que aprendan, para que memoricen cosas, no va a tener ningún éxito. Tienes que hacer un juego entretenido, donde aprender sea una consecuencia”, dice Flores.
Hoy su objetivo es llevar el juego fuera de las fronteras del país, y tiene metas claras: llegar a más de 3 millones de usuarios en Latinoamérica, y ojalá a más de 15 millones de personas en el mundo. “Yo sé que nuestro juego es mejor que lo que hay actualmente en el mercado, porque lo pensamos distinto, porque lo diseñamos desde los profesores, con ayuda de los alumnos. Porque no solamente es juego, también es un manual docente y una plataforma”, afirma.
Para alcanzar esa meta, el apoyo del premio que acaban de ganar ha sido importante, agrega. “El equipo del concurso Impacto Emprendedor hizo un trabajo tremendo y nos ayudaron muchísimo. Te dicen ‘esto es lo que vas a enfrentar a futuro, trabajemos para que esto pueda salir, y salir bien’, con profesionales especialistas en el área. Más que el dinero —que ayuda—, es la oportunidad de conseguir cosas nuevas importantes, es un peldaño más para conseguir la cima”.
Su apuesta mayor es cambiar la forma en que se está educando a los niños. “Si bien los ambientes van a volver a la normalidad, a la presencialidad, las herramientas digitales ya no se las puedes quitar a los nativos digitales. Van a ser los incentivos para hacer que los ramos sean entretenidos, dinámicos, y la pandemia nos demostró que si bien la educación online es más difícil, también te abre otras oportunidades. Yo podría haber hecho la mitad de las cosas que hice en el último tiempo si hubiese estado en clases presenciales. Nunca hubiese podido defender un proyecto en Santiago, hacer un certamen en la tarde, y prepararme para hablar al otro día con un inversionista en el extranjero. Esto va a ser cada día más común”.