Incendios en Chile: cómo avanzan las estrategias para recuperar el bosque nativo
Conaf y docentes de universidades trabajan en la restauración ecológica de terrenos particulares y áreas protegidas que perdieron formaciones vegetales ricas en biodiversidad producto de uno de los incendios de mayor magnitud del país: el megaincendio de 2017. Si bien en las áreas arrasadas por el fuego hoy se aprecian brotes que nacen de árboles dañados, las tareas se concentran en eliminar especies invasoras, recolectar semillas y en la elaboración de técnicas que permitan la reparación de los suelos. Una experiencia que podría servir para revertir el daño causado este verano por los incendios en Aysén.
En lo que va de esta temporada, se han quemado en Chile casi 70 mil hectáreas, prácticamente el doble que las 36.600 hectáreas que se destruyeron en el verano 2017-2018. Parte importante de ese incremento se concentra en las regiones de Maule, Biobío y La Araucanía, pero sin dudas que uno de los principales focos de preocupación por la magnitud del daño se registró en la Región de Aysén, donde a la fecha se han quemado 15.712 hectáreas, un 28.584% más que en el período anterior y 1.317% más que el promedio del último quinquenio.
Aunque aún no existe un detalle acabado por parte de Conaf respecto de qué tipo de vegetación es la que se quemó en Aysén, se trata principalmente de densas áreas de bosque nativo donde se concentran especies como lenga, ñirres y coihues. Un incendio que se materializó principalmente en el sector de Colonia Sur, en Cochrane, donde el fuego se propagó por cerca de 90 kilómetros arrasando miles de hectáreas de bosque nativo. Todo esto pese a los esfuerzos deplegados, y a que se esperaba que este fuera un año crítico en materia de incendios por un escenario climático adverso.
¿Cómo se recupera un daño de esa magnitud? La última experiencia similar se registró durante enero y febrero de 2017, cuando la denominada “tormenta de fuego” arrasó con 570.197 hectáreas de la zona centro-sur del país, donde se propagó con extrema rapidez y múltiples focos y que se ensañó particularmente con la Región del Maule, que concentró casi la mitad del daño. Allí, más de 2.100 agricultores resultaron afectados, se perdieron 57 mil cabezas de ganado, 26 mil colmenas y 8.360 personas resultaron damnificadas.
Los expertos coinciden en que hay un antes y un después de ese megaincendio. Hasta ese momento la escala global de medición de incendios llegaba hasta la categoría de “quinta generación”, que era considerada como la más destructiva, pero luego de ese siniestro el Sistema de Protección Civil de la Unión Europea cambió sus parámetros y estableció una nueva clasificación llamada “sexta generación”: incendios más veloces, destructivos y de alta intensidad, que incluso generan alteraciones a nivel atmosférico.
A nivel ecológico, se registró una alta severidad (pérdida de materia orgánica sobre y bajo el suelo) y resultó dañada un área importante de vegetación protegida por Conaf. Según un informe elaborado por esta entidad se perdieron 89.347 de bosque nativo.
Víctor Lagos, encargado nacional del Programa de Restauración Ecológica en el Sistema Nacional de Áreas Silvestres Protegidas del Estado (SNASPE) de Conaf, especifica que en esa oportunidad se vieron afectadas siete unidades desde la Región de Coquimbo al Biobío, entre ellas el Parque Nacional Bosque Fray Jorge, Reserva Nacional Lago Peñuelas, Reserva Nacional Roblería Cobre de Loncha y Reserva Nacional Los Ruiles.
“Dentro de estas unidades se quemaron 154 hectáreas. Uno podría pensar que es poco, pero lamentablemente este incendio ocurrió en áreas donde el SNASPE tiene la más baja representatividad”, dice Lagos, quien agrega que en esa zona mediterránea se encuentra la mayor biodiversidad y endemismo del país. “Es donde hay más especies exclusivas que, si desaparecen, desaparecen del planeta”.
Tras el incendio, de inmediato se diseñaron acciones tempranas de restauración ecológica enmarcados en los Planes de Recuperación, Conservación y Gestión de Especies (Recoge) que lidera el Ministerio de Medio Ambiente. Así, han avanzado de manera lenta, pero segura.
Primero cercaron los terrenos afectados para evitar el ingreso de ganado, siguieron con un control de especies exóticas invasoras para evitar que las plantas de pino reemplazaran el bosque nativo, y se centraron en la captura de germoplasma (semillas, esporas o partes de planta) para la recuperación de lugares más afectados, donde el ecosistema no tendría la capacidad de recuperarse solos.
Incendios severos y restauración
Sin embargo, esta no es la única iniciativa de rescate. Con fondos de Conaf, Miguel Castillo, investigador del Laboratorio de Incendios Forestales de la Universidad de Chile, dirige un proyecto de restauración ambiental para bosque esclerófilo (vegetación propia de la zona central) de las regiones de Valparaíso, Metropolitana, O’Higgins y Maule.
“Aquí no sólo hay que considerar el área o superficie afectada, sino también el nivel de daño. Si fue un incendio superficial, solo en las copas (de severidad 1 o 2) o si fue un incendio estacionario, es decir, donde la llama afectó profundamente y llegó hasta el suelo mineral (severidad 5)”, señala.
“No sólo hay que considerar el área o superficie afectada, sino también el nivel de daño. Si fue un incendio superficial, solo en las copas (de severidad 1 o 2) o si fue un incendio estacionario, es decir, donde la llama afectó profundamente y llegó hasta el suelo mineral (severidad 5)”
Con esta información recolectada en ocho parcelas de muestreo, ahora empezará a proponer acciones. “En las regiones de O’Higgins y del Maule fue un incendio más severo porque había más biomasa, más masa forestal, había más combustible”, dice Castillo.
El docente asegura que antes de cualquier intervención, hay que dejar actuar a la naturaleza. “Hay dos grandes líneas: no hacer nada (restauración pasiva) y hacer algo (restauración activa). Primero se recurre a la restauración pasiva y, en algunos casos, especialmente en sitios clave para la conservación, se proponen obras físicas y biológicas para promover la recuperación de áreas boscosas. Las primeras se refieren a diques, empalizadas (zanjas) y muros de erosión, entre otros. Las otras, en tanto, tienen que ver con plantaciones y enriquecimiento del terreno”.
Frente a los incipientes avances, Lagos se muestra optimista. “Es verdad que el daño fue extenso. Si en este momento se recorren las áreas, se puede apreciar una regeneración, bosques en estado renoval. Muchas especies tienen yemas y luego de un incendio algunas se reactivaron. Yo creo que el 70 u 80 por ciento de lo que se quemó se va a recuperar pronto, pero antes hay que preocuparse del suelo y la disponibilidad de agua”.
El resiliente ruil
Si bien muchas especies presentaron pérdidas, hay una en especial que sufrió una reducción importante en su distribución: el ruil (Nothofagus alessandrii). Este árbol, microendémico de la Región del Maule, es considerado Monumento Natural desde 2007 y es uno de los más amenazados del mundo. Debido a su importancia, en los últimos dos años Conaf ha centrado sus esfuerzos en tratar de recuperar las 16,4 de las 89 hectáreas de la reserva Los Ruiles que se quemaron en 2017.
En esa línea cerraron el perímetro de la unidad, pusieron guardaparques de punto fijo e iniciaron un control de especies exóticas, pues el terreno se transformó en una alfombra de pinos. Para detener la invasión, hace algunas semanas congregaron a 30 jóvenes a través del programa “Vive tus parques” (VTP) del Instituto Nacional de la Juventud (Injuv), quienes retiraron 50 mil plantas.
El problema es que no todos los terrenos han corrido la misma suerte, según afirma José San Martín, profesor del Instituto de Ciencias Biológicas de la Universidad de Talca.
En total hoy quedan entre 142 y 182 hectáreas con ruiles, luego de que el fuego arrasara con 172 de ellas. Muchas de esas superficies pertenecen a privados, quienes las han abandonado por falta de recursos. “No han recibido ayuda para limpiar los sitios, considerando que una hectárea de ruiles puede tener hasta 700 mil plantas de pino”, asegura San Martín.
Junto a su equipo monitorea cinco predios que suman alrededor de 300 hectáreas. Tres pertenecen empresas y dos a pequeños propietarios. “El ruil es capaz de recuperarse. Dos meses después del incendio varios de ellos que resultaron quemados, pero que mantuvieron su cepa, rebrotaron. Incluso algunos tocones tienen sobre los cien rebrotes y hasta con dos metros de altura ¡Eso es fantástico! Ahora se debe evaluar qué ocurre con la población de rebrotes de aquí a 3 o 5 años, si se mantienen o habrá selección natural”, puntualiza.