Estudio sobre bofedales de Antofagasta arroja primeras luces sobre los impactos de la minería y la variabilidad climática en estos ecosistemas altoandinos
La investigación es la primera que se realiza en el marco del “Proyecto Núcleo Milenio en Turberas Andinas (AndesPeat)”, cuyo objetivo es analizar en profundidad y de forma multidisciplinaria estos humedales altiplánicos indispensables para regular el ciclo hídrico, para mitigar el cambio climático y para la vida de las comunidades aimaras. Este primer estudio a nivel regional fue encabezado por el investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad y de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Roberto Chávez. “Nos estamos esforzado en hacer ciencia que sirva para tomar decisiones y hacer políticas públicas”, señala el académico en conversación con País Circular.
Hablar de humedales se ha hecho cada vez más frecuente en Chile. Si bien diversas organizaciones han llamado hace años la atención sobre la necesidad de su protección, debido a la importancia que tienen en el ciclo hídrico y mantención de la diversidad -entre otros-, es a partir de la ley de Humedales Urbanos (21.202, enero 2020) que este tipo de ecosistemas ha tenido una notoria presencia en la discusión pública.
Para ampliar la preservación y detener el deterioro de otros humedales, actualmente hay en el Congreso varios proyectos de ley, como el de humedales en zonas rurales (boletín N°14987-12), y el de un tipo especial de humedal: las turberas (boletín N°12017-12). Este último se refiere en especial a turberas ubicadas en la zona sur de Chile, que están en riesgo debido a la creciente explotación de la turba, materia orgánica que se utiliza como combustible, sustrato para la agricultura y otros usos industriales.
Menos conocido es otro tipo de humedal de turbera, llamado bofedal, que se encuentra en el altiplano andino, territorio compartido por Chile, Bolivia, Perú y Argentina. Entre los múltiples servicios ecosistémicos que prestan los bofedales destaca el almacenamiento y limpieza de agua, así como la retención de carbono, algo que los hace indispensables para la mitigación del cambio climático. Además, han sido parte de la vida de las comunidades andinas desde tiempos inmemoriales, pero en Chile existe poca investigación sobre ellos.
Para subsanar esa deficiencia, académicos e investigadores a lo largo del país formaron un grupo multidisciplinario para desarrollar el “Proyecto Núcleo Milenio en Turberas Andinas (AndesPeat)”, que a fines del año pasado se adjudicó financiamiento de la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID) de Chile. Su objetivo es proporcionar una evaluación completa de la interacción de diversos factores naturales y sociales en las transformaciones de los bofedales y esbozar una visión compartida sobre sus cambios.
Un primer estudio que forma parte de este proyecto fue dado a conocer recientemente, con una aproximación a los efectos que han tenido sobre los bofedales de la región de Antofagasta el cambio climático y la acción humana, en particular la gran la minería del cobre, debido al consumo hídrico de la industria, es especial durante el siglo XX. Este estudio fue encabezado por uno de los investigadores principales del proyecto AndesPeat, Roberto Chávez Oyanedel, investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB) y académico del Instituto de Geografía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso (PUCV).
Estudiaron 442 bofedales de la región de Antofagasta mediante el análisis de casi 9 mil imágenes satelitales -captadas entre 1986 y 2018-, información que se complementó con datos sobre los derechos de agua e información sobre los índices de temperatura y precipitaciones. El estudio indica que en el siglo pasado se extrajeron grandes volúmenes de agua superficiales y subterráneas en la Provincia del Loa, tanto para actividades mineras como para el abastecimiento hídrico de las principales ciudades de la región. En este contexto, los investigadores consultaron los registros oficiales de la Dirección General de Aguas (DGA) sobre los derechos de agua (DDA) otorgados a la industria extractiva, desde 1905 hasta 2018, período en el cual descubrieron que el total de (DDA) otorgados aumentó en 465%.
El profesor Chávez -quien dirige el Laboratorio de Geo-información y Percepción Remota de la PUCV- enfatiza la importancia de considerar tanto los factores climáticos como humanos (actividad de industrias extractivas y marcos institucionales deficientes), porque la suma de sus efectos ha puesto en riesgo a “estos maravillosos ecosistemas altoandinos”.
“En esta investigación evaluamos todo el registro del satélite Landsat, el más antiguo con imágenes de Chile (…). Esta herramienta nos permitió observar de manera sistemática y cuantitativa la productividad de la vegetación. Queríamos saber si en la mayor parte de la zona donde está concentrada la minería del cobre había efectos extremos sobre los bofedales”, explica Chávez, quien conversó con País Circular sobre los resultados del estudio.
“La idea del Núcleo es generar un observatorio de acceso libre, un sitio web con acceso público donde se coloquen las alertas rojas de los bofedales que están mostrando algún efecto de disturbio grave, información útil que sirva para hacer política pública, y que también sirva para las mismas mineras que necesitan saber lo que está pasando en las zonas donde están interviniendo”.
-¿Cuáles fueron los principales hallazgos?
Se trata de un primer estudio, a escala regional, para tener una especie de resumen de todos los cientos de bofedales que hay ahí y determinar si ha habido un efecto a escala de toda la región. No se trata de un estudio de los efectos de una minera en particular sobre un bofedal en particular, que sería un trabajo a una escala geográfica muy fina.
El resultado del estudio muestra que en los últimos 30 años los bofedales han seguido más bien el ritmo del clima, no se ve un efecto a escala regional negativo sobre los bofedales. Pero lo que sí nos pareció muy curioso es que hay una franja territorial en la cual desde que existen satélites -años 80- no hay bofedales verdes. Y esta franja coincide con la zona donde se entregaron más derechos de agua en el siglo XX.
Como se trata de una investigación con imágenes satelitales, no podemos saber qué pasó antes de que esas imágenes existieran. Es como que los satélites llegaron tarde, porque en los años 80 ya se habían entregado muchos DDA, entonces no pudimos ver el estado de los bofedales previo a su otorgamiento.
Esa franja es un descubrimiento importante, se trata de una zona extraña porque hay bofedales arriba y abajo, pero en esa zona hay muy poquitos. Esto deja abierta la pregunta sobre si quizá había bofedales muy verdes ahí antes. Esa interrogante queda para nuevas investigaciones que realizaremos en el marco de AndesPeat, tanto a nivel satelital como estudios antropológicos e históricos.
-¿Están contemplados esos estudios?
Claro que sí. Los investigadores esas disciplinas harán los estudios complementarios, con vestigios que perduran en la zona, y a nivel satelital haremos un estudio mucho más finito, que es a escala de pixel. Vamos a monitorear cada pedacito de bofedal a una resolución de 30 por 30 metros, para poder ver si partes de algún bofedal podían estar siendo impactadas por una extracción de agua.
Primero vamos a estudiar algunos bofedales en particular, cuya selección está en proceso. En el Núcleo Milenio hay un equipo de abogadas ambientales que nos van a indicar ciertos conflictos ambientales particulares que vamos a analizar para ver si hay daños en algunos casos. La idea hacia el final del proyecto es revisar no solamente la región de Antofagasta, sino todos los bofedales en su distribución a lo largo de Chile; ese es un trabajo que tenemos de aquí a 3 años.
La idea del Núcleo es generar un observatorio de acceso libre, un sitio web con acceso público donde se coloquen las alertas rojas de los bofedales que están mostrando algún efecto de disturbio grave, información útil que sirva para hacer política pública, y que también sirva para las mismas mineras que necesitan saber lo que está pasando en las zonas donde están interviniendo.
-En relación al cambio climático, ¿qué efectos pudieron observar?
A diferencia de lo que pasa en Chile central, donde se ven los efectos de la sequía más extrema del siglo, en la zona de los bofedales hemos visto en los últimos 10 años un proceso de enverdecimiento, mayormente influenciado por la precipitación y la temperatura de la estación húmeda, que en el altiplano es el verano.
Esto, en cierta forma, es bueno, porque los bofedales no están desapareciendo en su capacidad de producir biomasa vegetal. Pero, por otra parte, es un riesgo, porque podría estar enmascarando efectos negativos. Es decir, puede que haya extracciones de agua cuyos efectos quedan ocultos por el enverdecimiento, y esto puede hacer creer que no hay efecto, pero sí lo hay y no se percibe debido al verdor causado por una condición hídrica un poco más favorable en la última década. Pero si esto se acaba, el impacto de una potencial extracción podría ser aún mayor. Por esto es súper importante monitorear lo que está sucediendo y hacer los estudios comparativos.
Es muy complejo separar el cambio climático de las intervenciones locales. Uno de los objetivos del observatorio es tener ese análisis fino que permita ver los efectos locales que sean parciales, es decir, que no afecten a un bofedal completo, pero sí a una de sus partes.
“Hay una franja territorial en la cual desde que existen satélites -años 80- no hay bofedales verdes. Y esta franja coincide con la zona donde se entregaron más derechos de agua en el siglo XX”.
-¿Ese verdor se debe a mayores precipitaciones altiplánicas debido al cambio climático?
Efectivamente hemos visto mayores precipitaciones, ha habido lluvias intensas que en las ciudades han causado cortes de caminos en el verano, en lo que se conoce como invierno boliviano. No obstante, tenemos una teoría para la cual debemos hacer mucha más investigación para comprobarla: como el cambio climático está provocando un derretimiento acelerado de los glaciares -eso lo sabemos-, pensamos que parte de esa agua está alimentando más a los bofedales, lo que explicaría en cierta forma este enverdecimiento de los últimos años.
Entonces, si las lluvias cambian o los glaciares se terminan de derretir y ya no aportan más agua, vamos a volver a la tendencia de desecamiento y eso, sumado a una intervención local, podría ser más dramático en el caso de algunos bofedales.
-¿Hay estudios previos sobre bofedales?
En el Laboratorio de Geo-Información y Percepción Remota hicimos el primer catastro digital de bofedales, no solamente en la región de Antofagasta, sino que en todo el altiplano de la vertiente occidental de los Andes, donde catastramos 5.665 bofedales activos mediante sensoramiento remoto. Desde el punto de vista de la percepción remota a veces respondemos preguntas súper simples -¿cuántos bofedales hay, dónde están, siguen verdes?-, pero que son importantes para poder tomar decisiones.
Actualmente hay un postulado muy interesante que está tomando fuerza, que consiste en adoptar políticas públicas basadas en conocimiento científico. Por eso tenemos que esforzarnos en hacer ciencia que sirva para políticas públicas; eso es lo que esperamos que resulte de este Núcleo Milenio AndesPeat.
-¿Por qué es relevante esta información y las decisiones que se tomen respecto a los bofedales?
Existen al menos tres grandes razones por las cuales los bofedales son relevantes ambiental y socialmente.
La primera es que son imprescindibles para regular el ciclo hidrológico en la zona norte. Los bofedales son un excelente regulador de agua; la recogen, almacenan y después la entregan en forma constante, limpia y filtrada. Muchas de las industrias mineras y también las ciudades del norte dependen estrechamente del agua que van entregando regularmente los bofedales. Por ejemplo en Arica, todo el valle de Azapa depende de bofedales que están en el altiplano. Cuando hay lluvias torrenciales que en algunos casos han provocado avalanchas de barro que incluso han causado pérdidas humanas, en las zonas donde hay bofedales eso no ocurre, porque el bofedal es como una gran esponja de materia orgánica y de plantas que absorben esa agua y después la van entregando reguladamente con un caudal continuo durante todo el año.
En segundo lugar, hay otra característica menos conocida, que es la capacidad de retener carbono. Como se encuentran en altura, donde hace mucho frío, tienen una tasa de descomposición súper lenta y son capaces de acumular mucho carbono; es decir, son uno de los principales sumideros de carbono, indispensables para mitigar el calentamiento global. En todo el mundo hay una preocupación por mantener ahí el carbono que tienen atrapado y que sigan atrapando carbono. Pero al aumentar la temperatura global se empieza a provocar una descomposición acelerada de esa materia orgánica y el carbono vuelve a la atmósfera.
Y como tercera razón, tenemos la relación que por siglos han mantenido las comunidades aimaras con los bofedales. Ahí tenemos un patrimonio cultural inmenso, de la simbiosis entre estas comunidades que han vivido de una manera respetuosa con su medio ambiente, promoviendo su conservación y su desarrollo en sus actividades diarias, que también es algo que tenemos que conservar como país.