Proyectos autosustentables del Norte Chico sobreviven al coronavirus
Tres emprendimientos familiares y rurales inspirados en la autosustentabilidad como filosofía de vida cuentan cómo la crisis por el COVID-19 no ha alterado sustancialmente sus rutinas. Dicen, medio en broma, medio en serio, que en el cotidiano han vivido siempre en cuarentena. En tanto generan su propia energía y alimentación, a través de técnicas amigables con el medioambiente, no necesitan bajar a los centros urbanos para abastecerse de los insumos básicos. Creen que ser autosustentable emergerá como una alternativa, en armonía y comunión con la naturaleza, en el nuevo mundo post coronavirus que se proyecta.


La crisis del coronavirus sorprendió a Samuel y Marie, una pareja de turistas belgas, en un remoto pueblito del Norte Chico chileno, ubicado a 23 kilómetros de Combarbalá, y donde el sol reina sin contrapeso: Soruco. Ambos viajaron a Sudamérica a pasar su luna de miel. Ya habían recorrido la Patagonia en bicicleta y se aprontaban para continuar el viaje hasta Colombia. Las primeras medidas contra la pandemia, sin embargo, los colocó en una encrucijada: o intentaban volver a Bruselas o se quedaban en Soruco. Optaron por la segunda.
No estaban perdidos “arriba quemando el sol”, como dijera Violeta Parra, ni tampoco disfrutaban exclusivamente para sí las noches estrelladas que regalan los cielos prístinos de esta zona. Llegaron como voluntarios por intermedio de dos redes mundiales de granjas orgánicas a Chakanadirt, un proyecto de vida autosustentable fundado por Danitza Bugueño y Ruddy Viscarra.
Los belgas Samuel y Marie -él médico, ella abogada- decidieron pasar la cuarentena en este pequeño punto del mapa chileno. No solo colaboran en las tareas cotidianas de Chakanadirt: también han aprovechado de hacer astrofotografía, aprovechando las excepcionales condiciones que existen en la zona para esta práctica. En el Instagram @chakanadirt figura una de esas fotos, capturada en una noche sin luna en Soruco, que bien se podría titular “salpicón de estrellas”.
“Ellos quisieron pasar la cuarentena con nosotros. Otros tomaron la opción de irse, pero Samuel y Marie se quedaron acá. Ellos se quedaron sin poder avanzar ni devolverse de su viaje. Llevamos 30 días con ellos. Vamos a comprar en su van a los productores locales, con todas las precauciones del caso. Aún no tienen fecha de salida. Creemos que será hasta que pase la pandemia. Puede ser hasta noviembre”, revela Danitza.
El matrimonio de Danitza y Ruddy suma 13 años en Soruco con la autosustentabilidad como filosofía de vida. Vivían en el Cajón del Maipo. Les gustó sentir de cerca el rumor del río y la convivencia con la montaña. Luego dejaron sus respectivos trabajos y se lanzaron a la piscina. “Queríamos hacer una casa que fuera autosustentable, que generara su propia energía y cultivos. Tener nuestras propias abejas, gallinas y hasta energías renovables”, describe la emprendedora.
Chakanadirt fue creciendo con el correr del tiempo gracias al apoyo de INDAP, institución de la que son usuarios. Hoy Danitza y Ruddy cuentan con un amplio abanico de proyectos ligados al horizonte autosustentable. Generan su propia energía con la instalación de paneles solares y turbinas eólicas; cuentan con una huerta de autoconsumo; venden cremas, aceites y jabones de caléndula; manejan una granja; fabricaron un biodigestor para producir biogás; aprendieron a hacer hornos solares y enseñan a construirlos; y hace un año comenzaron a ofrecer un servicio de turismo rural, abocado a mostrar “experiencias de aprendizaje orientadas a alcanzar el bienestar humano a través de estrategias enmarcadas en el desarrollo sustentable, regenerativo y local”, según consigna la página web del emprendimiento www.chakanadirt.cl. Un video que muestra el espíritu del proyecto se puede ver aquí.
“Este lugar nos gustó porque había mucho sol. Primero tuvimos que comprar un derecho para vivir en una comunidad agrícola. Todo fue concebido a través del sol, era lo que más había. Por eso Ruddy creó los hornos solares como tecnología para tener intercambio con la comunidad, porque ahí sentimos que había una seguridad. Conocimos técnicas ancestrales para calentar el agua”, recuerda Bugueño.
La abundancia de sol contrastaba con la falta de agua. Soruco, como tantos pueblos del Norte Chico, sufre los efectos de la prolongada sequía, razón por la cual Danitza y Ruddy tuvieron que hacer biofiltros para aprovechar el agua e implementar un sistema tecnificado de riego por goteo. “Nuestro gran problema es el agua, uno acá aprende a vivir con muy poca agua”, acota Danitza, técnica en turismo. Dicen que no gastan más de lo que necesitan, y no producen más de lo que consumen y venden.
“Calculamos que para tener una producción sustentable debíamos tener 500 metros cuadrados por persona de cultivos. Como somos 5 en total -tenemos 3 hijos: Yanay, Iker y Ainoha- tenemos 2.500 m2 de cultivos, que incluyen hortalizas y cereales. Cuando nos dimos cuenta de que necesitábamos cocinar las cosechas, y no estábamos cerca de las empresas que surten gas, decidimos hacer los hornos solares. También generamos deshidratadores solares”, complementa Ruddy Viscarra, ingeniero de sistemas.
Llegaron a fabricar 300 hornos solares. Pero a la comunidad contigua no se acostumbró a cocinar mediante esta vía. Tanta era la aversión, que decidieron hacer un prototipo de biodigestor para tener biogás, hecho a partir de los desechos de las cabras. “Por un tema cultural a la gente le gusta cocinar con fuego, le gusta mucho el olor a leña y sienten que el horno le quita la gracia”, agrega Viscarra.

“Chakanadirt nos ha enseñado a vivir de forma más austera y a desprendernos de las comodidades que hay en la ciudad. Hemos tenido que aprender a vivir sin agua, por ejemplo. Somos más conscientes de nuestra huella ecológica”.
La llegada del coronavirus no altera la rutina
“Cuando empezó la pandemia, nos dimos cuenta de que vivíamos en cuarentena todos los días desde hace mucho tiempo”, dice entre risas Danitza, consultada acerca de cómo el coronavirus ha ido alterando la rutina. El matrimonio cuenta que, con suerte, bajan una vez cada 15 días a Combarbalá a proveerse de cosas, pero “siento que nuestro trabajo no se ha visto afectado, ni tampoco el de la gente de campo de acá”.
Bugueño cree que este estilo de vida que ellos adoptaron no es tan fácil de replicar para otras familias. Sin embargo, considera que es una buena alternativa para vivir en armonía y comunión con la naturaleza y, principalmente, porque “nos ha enseñado a vivir de forma más austera y a desprendernos de las comodidades que hay en la ciudad. Hemos tenido que aprender a vivir sin agua, por ejemplo”.
Es esa austeridad lo que está enseñando la pandemia, señalan Danitza y Ruddy. “Nosotros no dependemos del gas y de la comida de otros. Hemos aprendido a aprovechar al máximo nuestros recursos. Somos más conscientes de nuestra huella ecológica”, apuntan. Sin perjuicio de aquello, estiman que sin el trabajo colaborativo con su comunidad local, sería más dificultoso sobrellevar la pandemia.
Donde sí se han visto golpeados es en la venta de los productos que ofrecen. “Hace 40 días que no vendemos nada, eso no nos había ocurrido nunca”, lamenta Danitza, quien explica que hoy no hay buses disponibles, debido a las restricciones, para trasladar sus preparaciones desde Soruco a los centros neurálgicos como Coquimbo y La Serena. A cambio, apelan al trueque: cambian carne por semillas, o pimentones por flores, según sea el caso. “Somos sustentables, pero vendemos cosas que preparamos para ser sustentables”, aclara Ruddy.

“Esta pandemia hay que tomarla desde el lado más provechoso. Nos enseña que debemos anticiparnos y no depender de nada ni de nadie. Nos dice que tenemos que ser autosustentables: es muy importante para sobrevivir y mejorar nuestra calidad de vida. Yo incluso estoy haciendo mi propio pan. Me está quedando bueno”.
Granja La Pacha Mama en eterna cuarentena
La granja autosustentable La Pacha Mama, proyecto del matrimonio de Macarena Valdés y Marco Aceituno cuya historia fue publicada en País Circular el pasado 14 de febrero, siente que no ha cambiado sustancialmente su rutina a causa del coronavirus. “Si no tuviéramos televisión o si nuestros hijos no tuvieran que quedarse en casa sin poder ir al colegio, no tendríamos idea de la pandemia, ya que nuestra rutina es la misma que todos los días”, cuenta Macarena Valdés.
Ambos administradores de este proyecto, situado en la parte alta de Los Molles, desde donde se obtiene una vista primorosa del Océano Pacífico, cuentan que “hemos alimentado a los animales, limpiamos los corrales, sembramos y cosechamos, tenemos luz, hemos creado biogás y biodiésel propio. Tenemos nuestro tiempo y mente tranquilos. Estamos ocupados en las cosas normales. Los niños no están con miedo ni angustiados. Todo lo contrario: estamos viviendo realmente una vida tranquila sin ningún problema”.
En su casa, ubicada dentro de la misma granja, Macarena y Marco -tambien usuarios de INDAP- generan su propia energía para vivir a través de paneles solares. Emplean un sistema de riego por goteo para sus cultivos y reutilizan todo ese volumen de agua, con lo cual logran la anhelada eficiencia hídrica. Cuentan con un novedoso sistema de producción de forraje hidropónico para alimentar a los más de 140 animales que tienen en sus corrales.
Del mismo modo que Chakanadirt, los creadores de la granja La Pacha Mama (@granja.lapachamama en Instagram) no necesitan salir de sus hogares asiduamente. Marco Aceituno solo baja al balneario de Los Molles cada 15 días aproximadamente, casi siempre para comprar semilla de avena con la cual después germina el forraje hidropónico. “Esta pandemia hay que tomarla desde el lado más provechoso. Nos enseña que debemos anticiparnos y no depender de nada ni de nadie. Nos dice que tenemos que ser autosustentables: es muy importante para sobrevivir y mejorar nuestra calidad de vida. Yo incluso estoy haciendo mi propio pan. Me está quedando bueno”, agrega Macarena Valdés.
Según ella, “hay que incentivar en el entorno a que la gente tenga sus siembras propias y ojalá decirle a la gente campesina que fabriquen sus propios biodigestores para estar abastecidos siempre y a bajo costo. Además, logramos descontaminar, ya que usamos los residuos orgánicos de los animales”.
Tal vez la única adaptación al contexto del COVID-19 sea la de ejercer de profesores de sus pequeños hijos/as. Una de ellas, Victoria (6), cumplía su primer año en la escuela, pero la suspensión de las clases y el polémico adelanto de las vacaciones la llevaron de vuelta a la casa.
“Es difícil, porque todos los días tengo que dejar dos a tres horas para estudiar. No puedo imprimir nada, me toca hacer las tareas a la antigua. Copiar y reescribir todo. Marco sufre todos los días, porque se queda solo todos los días haciendo las cosas en la tarde. Tratamos de adelantar los estudios en la mañana, para que la tarde no sea tan pesada para Marco. Solo espero que los niños no pierdan el año escolar y sería una pena para Victoria. Era su primer año. Estaba emocionada por ir por primera vez a la escuela y solo quiere volver a ver a su tía Belén”, explica Macarena.

La lucha de la granja Eluney en Petorca
El matrimonio de Narciso Calderón -más conocido como Chicho- y Jocelyn Hernández se dejó asesorar por Macarena y Marco de la granja La Pachamama. Hace unos años su proyecto dio un giro decisivo hacia la autosustentabilidad, principalmente gracias a la generación de forraje hidropónico a partir de semilla de avena.
El proyecto de Calderón y Hernández es la granja Eluney (@granja_eluney en Instagram), en plena provincia de Petorca, una de las más afligidas por la escasez hídrica, mezcla entre sequía y lo que la población más desmedrada de la zona denuncia como saqueo. Rodeada de monocultivos de paltos, Eluney se ubica en Palquico, un pueblito ubicado a la vera de la ruta D-37 E, que une Illapel y Cabildo.
Dice Chicho que por Palquico se veía el curso de agua del Estero Las Palmas; hoy es una zanja de pura polvareda. “Yo era de Viña, pero desde chico venía a Palquico. Estaba enamorado de este pueblo: había agua, siembra, me encantaba cómo producir fruto. Hoy es muy distinto. Se murió el ecosistema”, complementa Narciso, quien culpa al agronegocio de las paltas de secar los valles con lo que llama el “robo de las aguas”. A él le llega agua vía camiones aljibe, pero, según ha constatado, “a mucha gente que vive más en altura no les llega el agua, no creo que estén cumpliendo con la medida básica del lavado de manos. Nos recomiendan lavarnos las manos, pero no todos pueden hacer lo mismo”.
Chicho se formó como soldador industrial, pero una enfermedad a la columna les obligó, tanto a él como a Jocelyn, quien sí es natural de Palquico, a reinventarse. “Empezamos a hacer mermeladas caceras orgánicas y logramos montar una parcela demostrativa. Cuando llegamos, la parcela estaba llena de espinos y la tuvimos que transformar. Le dimos muy fuerte al cultivo de la tuna, la que consideramos como la fruta del futuro porque necesita muy poca agua”, dice Narciso.
Conforme al paso del tiempo, la producción se fue engrosando. “Había fruta, mermeladas y teníamos unos olivos. Después tuvimos gallinas y con mi hermano montamos una pequeña avícola. Pero necesitan harta agua, por lo que vamos a reducir muchas gallinas y nos vamos a quedar con las justas para sustentarnos”, añade Calderón.
Con la ayuda de la granja La Pacha Mama, se convencieron de producir forraje hidropónico para sus animales. Se declaran eternamente agradecidos de Marco y Macarena. No compran nada de carne ni verduras. Acaso bajan a Cabildo a comprar arroz y tallarines. Pero lo hacen muy pocas veces. A lo sumo una vez al mes, dicen Narciso y Jocelyn, por lo que la cuarentena simplemente no es un tema para ellos.
Marco y Macarena, de La Pacha Mama, también los convidaron a producir biogás para lograr cocinar lo que producían en sus cultivos. Luego llegó el turno de dar a conocer lo que hacían, y así nació la posibilidad de obtener ingresos por visitas. Los interesados pagaban con dinero o bien con productos como un kilo de maíz, por citar un caso puntual.
“Estamos en pleno cambio: cerrando la avícola y creando una granja para que el público venga a verla. Después de la pandemia, queremos hacer una pequeña inauguración. Nosotros primero creamos esto para sobrevivir; después vino la opción de las visitas”, explica Jocelyn Hernández.
Sobre la cuarentena por el COVID-19, Chicho afirma que no les ha afectado tan duramente. Lo único que realizan por precaución es desinfectar bien la ropa que usan cuando cruzan desde su casa a la parcela. “Todos los días seguimos en lo mismo; lo único es que nuestro hijo de 14 años, Ashton, está de vacaciones adelantadas”, añade Jocelyn.
Eso sí, las ventas han bajado debido a que llega menos público a comprar por obvias razones. “Las mermeladas que teníamos para vender, ahora las consumimos nosotros”, cuenta Chicho, mientras que Jocelyn apunta que llevar una vida autosustentable es “un acto de rebeldía contra el sistema”.
Según ella, al adoptar este estilo de vida, “somos libres, no estamos esclavizados, tenemos tiempo para nosotros como pareja y como familia. Las lucas se necesitan para las cosas que no tenemos. Pero es nuestra forma de rebelarnos contra el sistema”.
Instagram de los proyectos:
Chakanadirt: @chakanadirt
Granja La Pacha Mama: @granja.lapachamama
Granja Eluney: @granja.eluney