Granja La Pacha Mama: el proyecto familiar autosustentable que florece en medio de la sequía
A siete kilómetros de Los Molles, desde la Ruta 5 Norte cerro arriba, Macarena Valdés y Marco Aceituno levantaron este emprendimiento totalmente autónomo aun con la catástrofe hídrica que afecta a la zona. A través del uso de forraje verde hidropónico, y con apenas dos litros de agua por cosecha, logran alimentar a los 139 animales de su granja, por lo que piensan que este sistema puede ser una solución para los crianceros del sector golpeados por las muertes de su ganado. Cuentan además con sus propias hortalizas, y su casa, ubicada en el mismo predio, se alimenta de paneles solares, energía eólica y hasta de biogás, producido con el guano de los propios animales.
“Estos tiempos de sequía están para que uno aprenda… o se hunde”, murmura Marco Aceituno, mirando por el espejo retrovisor de su camioneta, mientras conduce por unas pronunciadas curvas en Santa María, sector alto del balneario de Los Molles, ubicado siete kilómetros al interior desde la Ruta 5 Norte. A medida que el vehículo va escalando metros, el mar se pronuncia en toda su azulosa inmensidad y trae una brisa refrescante. Alrededor del camino de tierra, sin embargo, los cerros lucen los efectos de la prolongada sequía: árboles y arbustos resecos, ningún rastro de un charco y menos de animales en pastoreo.
Contra todo pronóstico, en esta zona de la comuna de La Ligua golpeada ferozmente por la crisis hídrica -también asociada a la usurpación de agua perpetrada por la agroindustria- crece un proyecto de casa y granja autosustentable digno de ser replicado por las comunidades aledañas: la granja La Pacha Mama (instagram @granja.lapachamama), creada por Marco Aceituno y Macarena Valdés. Este matrimonio llegó a vivir hace tres años al sector, buscando reinventar sus vidas tras sufrir una estafa en Colina que los dejó en la ruina. Adquirieron un terreno en Santa María y hoy lideran un proyecto que en su conjunto, desde la propia vivienda hasta la granja y las hortalizas cultivadas, funciona con total autonomía, apelando a tecnologías básicas nacidas de las propias manos de Macarena y Marco.
“Todo esto fue surgiendo por necesidad, nosotros ni siquiera éramos formados en el campo. Nunca estuvo en nuestros planes ser autosustentables ni ecológicos”, asegura Aceituno, mientras él y Macarena realizan una especie de tour por su espacio, cuya vista hacia el Pacífico solo es alterada por las torres de alta tensión del proyecto Cardones-Polpaico. “Nos dijeron que no habría impacto y se nos murieron todas las abejas de las colmenas”, dice, molesto, Marco.
Este proyecto familiar, también conformado por sus hijos Alfonso (9) y Alfredo (4), y su hija Victoria (6), aplica los principios de la sustentabilidad y la eficiencia hídrica y energética en una de las zonas más críticas del país. De hecho, cada semana un camión aljibe del municipio de La Ligua abastece de 5 mil litros de agua al matrimonio en la soledad del cerro, y con eso se tienen que batir para sostener la granja y acometer las labores domésticas. Cuando se instalaron en este terreno, no obstante, iban caminando o en tractor con sus tres pequeños a rescatar agua de un pozo. Debían sacarle las impurezas y ahí recién servía para ducharse, cocinar, lavar y darles de beber a los animales.
“Todo esto fue surgiendo por necesidad, nosotros ni siquiera éramos formados en el campo. Nunca estuvo en nuestros planes ser autosustentables ni ecológicos”.
Toda el agua que hoy emplean para regar un tipo de cultivo es reutilizada en otros para evitar la pérdida del recurso. Lo hacen con un sistema de riego por goteo a través de unas canaletas que ambos construyeron: el agua escurre por la tierra y al final de su recorrido es rescatada con un balde, ya enriquecida con nuevos nutrientes, para ser utilizada en otras verduras.
Al lado de los principales cultivos -betarragas, zanahorias, zapallos, porotos, frutillas, tunas, cebollas y un largo etcétera- figuran dos biodigestores que permiten generar biogás para uso dentro de la vivienda. Éste entra en acción cuando los paneles solares sufren algún desperfecto o cuando la pequeña aspa de energía eólica colgada del techo no logra producir calefacción y electricidad dentro del hogar. Sea como fuere, la casa es totalmente autónoma respecto de la red eléctrica central. “Lo mejor de todo es cuando no tienes que pagar luz, agua ni gas. Eso no le gusta al sistema”, dice, entre risas, Marco Aceituno.
El forraje hidropónico, la solución para la crisis
Partieron solo con un par de conejos. Pero la necesidad los llevó a adquirir cada vez más animales y lo hicieron a través de trueque con los nuevos vecinos: por ejemplo, la pareja regalaba herramientas y hasta refrigeradores a cambio de ganado. Así fueron criando pavos, cabritos, vacas, gallinas, terneros, corderos y alpacas. Hoy cuentan con 139 animales acreditados por el SAG en la granja La Pacha Mama. Cada corral está marcado con un cartel de madera con el nombre de la especie. Dicha señalética y otras inversiones han sido entregadas a la familia por Prodesal, un programa al que INDAP transfiere recursos para apoyar a usuarios/as de la institución como Macarena y Marco.
Con el manejo de este espacio, la familia completa obtiene el sustento para la canasta de alimentación básica: carne, queso, huevos y leche, entre otros productos. Macarena Valdés reconoce, no obstante, que cuando se instalaron en Santa María “no teníamos un objetivo muy claro. Nunca nos planteamos tener una granja, pero sí necesitábamos algo concreto para seguir subsistiendo”. El guano generado por la crianza del ganado, en tanto, se destina a producir el biogás que se utiliza como reserva en la vivienda del matrimonio.
“Uno puede darse el tiempo de tener su propio forraje con mínimos recursos y con técnicas simples. Yo gasto 150 pesos por el kilo de avena para hacer forraje verde. Pero vas a alimentar a tus animales con 15 pesos, porque un kilo de avena genera 10 kilos de forraje verde. Entonces eso permite un ahorro mucho mayor para el campesino que comprar fardos de pastos a unos precios que son casi imposibles de cubrir”.
Para salvaguardar el problema de la falta de forraje para animales, debido a la emergencia hídrica que tiene en vilo a la zona, ambos emprendedores apelaron a un sistema que les garantiza total independencia de la asistencia externa: el forraje verde hidropónico, es decir, sin necesidad de cultivo en tierra. En otro rincón del predio, cubierto por una malla blanquiverde, se encuentra el invernadero donde se crea este alimento: contiene ocho camellones con pasto sobre una capa alfombrada de avena que sirve para alimentar diariamente a todo el ganado. Cada camellón entrega 30 kilos de forraje, a partir de 3 kilos de semilla de avena cultivada y apenas dos litros de agua. El riego automático y los paneles fotovoltaicos para su funcionamiento fueron proporcionados por INDAP.
“El forraje verde hidropónico nace porque necesitamos alimentar a nuestros animales con un mínimo de agua. Para una cama de 8 metros de largo y 1,5 de ancho necesita solamente dos litros de agua y tres kilos de avena. La avena que usamos no necesita más agua y en estas zonas con mayor temperatura rinde más resultados. La cosecha es de seis o siete días, y puede ser incluso en cinco. Un camellón sirve para alimentar en un día a todo nuestro ganado”, explica Aceituno.
En tanto, Macarena Valdés piensa que este sistema hidropónico de forraje verde podría acomodarse a la realidad de cientos de crianceros de la zona que ven cómo cada día sus animales mueren fatigados por el hambre o la sed en la provincia de Petorca, situación que también es atribuida a los grandes empresarios de la palta, cuyo modelo agroexportador es acusado de secar los valles.
“Uno puede darse el tiempo de tener su propio forraje con mínimos recursos y con técnicas simples. Yo gasto 150 pesos por el kilo de avena para hacer forraje verde. Pero vas a alimentar a tus animales con 15 pesos, porque un kilo de avena genera 10 kilos de forraje verde. Entonces eso permite un ahorro mucho mayor para el campesino que comprar fardos de pastos a unos precios que son casi imposibles de cubrir”, dice ella.
“Nosotros estamos luchando por las mismas batallas”, piensa en voz alta Marco Aceituno. “En Santiago la gente está luchando por el tema de la crisis social y nosotros lo hacemos contra la sequía. Pero ¿qué hacemos nosotros? Tenemos que adecuarnos a esa realidad. Después la gente va a empezar a migrar. Mucha gente nos decía que qué sacábamos con vivir tan aislados, en un cerro seco. Demostramos que sí se puede ser autosustentables. Que esto no es una fantasía. Y que podemos vivir en el norte, en plena sequía y crisis económica. Queremos que esto sea una política de Estado. A través de tecnologías milenarias se puede hacer”, agrega él, mientras que Valdés llama al Gobierno a financiar este tipo de proyectos, ya que “no se necesita un gran capital para implementarlo”.
“Nosotros estamos luchando por las mismas batallas. En Santiago la gente está luchando por el tema de la crisis social y nosotros lo hacemos contra la sequía. Pero ¿qué hacemos nosotros? Tenemos que adecuarnos a esa realidad”.
El respeto hacia el cerro y los animales
Macarena camina hacia el corral de los corderos. Ahí se encuentra Santi, el carnero que cuida el rebaño. Al notar la presencia de la mujer, Santi se acomoda al brazo de ella para ser acariciado. Macarena le corresponde con su mano. “Es que hay un lazo. Es darle un respeto a ellos que son seres vivos. Solo cuando es muy necesario sacrificamos el animal. Yo quizás nunca había tenido un acercamiento con un carnero o una especie de este tipo, pero es gratificante”, acota Macarena Valdés.
Un poco más allá, Marco abre la puerta del establo a las vacas que salen ordenadas en hilera en dirección hacia el mar. Junto a sus hijos les gritan su nombre a cada una. Una de ellas se llama Lola y la familia le tiene dedicada una canción. Los conejos Flandes que corretean por la granja llevan por nombre Montagris y Wala. Este trato con los animales les permite ser visitados a menudo por vecinos de Los Molles o por delegaciones de niños y niñas.
“Casi todos nuestros animales tienen nombre. El cerro nos enseñó a vivir de otra manera. Lo principal es agradecer a Dios, sin pensar en religión. Y pedir permiso al cerro cuando sacrificamos al animal. No sacrificamos animales por una fiesta o porque viene un grupo de amigos. No es una celebración. El cerro es muy sabio, porque nos da una cantidad de verduras impresionante. Ya no se faena como antes. Con la verdura tan rica que producimos acá, nos estamos volviendo hasta vegetarianos”, cierra risueño Aceituno.