La última actualización del informe de incendios forestales de Conaf arroja una cifra demoledora: en el actual período 2018-2019, 15.709 hectáreas han sido consumidas por el fuego en la Región de Aysén, es decir, un 30.697% más que en el período inmediatamente anterior. El incendio que afecta al sector Colonia Sur, en la comuna de Cochrane, no da tregua a los brigadistas y aún no logra ser extinguido debido a la compleja topografía del lugar y al escaso apoyo desde la administración central.
En el otro extremo del país, en tanto, los aluviones han azotado los pueblos interiores del Norte Grande. Calama, Iquique y Arica se han visto afectadas por las abundantes precipitaciones procedentes de la alta cordillera.
En ambos casos, sin embargo, hay un factor común: el cambio climático, dicen los expertos, agrava las condiciones de vulnerabilidad de estas comunidades y hará más seguidos los desastres naturales de esta índole en territorio nacional.
“Cada verano veremos con mayor frecuencia esta conjunción de factores”, apunta el doctor en bioclimatología y académico de la Universidad de Chile, Fernando Santibáñez, autor del informe del año 2016 titulado “Elaboración de una base digital del clima comunal de Chile: línea base (1980‐2010) y proyección al año 2050”, encargado por el Ministerio del Medio Ambiente.
Según el estudio, que proyecta la condición del clima en cada comuna de Chile al año 2050, el panorama actual empeorará debido al alza sostenida de las temperaturas. “Las ondas de calor deberían hacerse normales en el centro y sur del país, desde Coquimbo hacia el sur, no así en el norte”, prevé el profesor Santibáñez.
Él explica que la razón del aumento del calor y la sequía prolongada obedece al modus operandi de los anticiclones del Pacífico y el Atlántico. Los anticiclones, según la definición del meteorólogo José Vicencio en un reporte publicado en el blog de la Dirección Meteorológica de Chile en octubre pasado, son zonas atmosféricas de alta presión que inhiben los movimientos verticales que forman las nubes y, por ende, las precipitaciones. “Es una especie de bloqueo o destructor de sistemas asociados a lluvias”, plantea Vicencio en el documento.