La COP25, el mega evento climático que hospedaremos desde la última semana de noviembre de este año, ha opacado la visibilidad de otro magno encuentro de alta importancia tanto para la economía mundial como nacional del cual también seremos anfitrión y que finalizará sus trabajos en los días previos.Me refiero a la reunión anual de la APEC, el principal foro para promover el crecimiento, la cooperación técnica y económica, la facilitación y la liberalización del comercio y las inversiones en la región Asia Pacífico. Estamos hablando nada menos que de una instancia que adopta decisiones sobre un mercado que, con sus21 miembros, representan el 54% del PIB mundial y el 44% de comercio mundial.
La COP25 se ha” tomado” los titulares de la prensa (en papel y electrónica) y, en general, de todo medio de comunicación, como espacios de opinión y conversaciones en radioemisoras, “matinales” en la TV, plataformas digitales y redes sociales.Hoy es también motivo de las más diversas campañas, emprendimientos y promociones, lo que, ciertamente, continuará ocurriendo con aún mayor intensidad en los próximos meses y hasta diciembre, alcanzando seguramente también otras esferas comunicacionales con propósitos propagandísticos de iniciativas de todo tipo relacionadas, algunas de ellas, difícilmente con el tema. Así las cosas, no sería extraño que tuviéramos próximamente, incluso, una invitación a la fonda “La COP25”
Lo notable del hecho, más allá de que los autores de estas decenas de opiniones y acciones, con encabezados originales tal como “Jurel y COP25”, para mencionar uno que me llamó mucho la atención, tengan o no algún conocimiento sobre que es una COP y lo que se puede esperar de ella en el marco de propósitos y tareas específicas de un evento de esta naturaleza, es que la progresiva toma de conciencia de la relevancia del cambio climático para la vida de nuestras naciones y la de sus habitantes, en todas sus dimensiones, incentivada por la realización de esta reunión en el marco de nuestras fronteras, ha motivado a expresar y vincular, en casos de maneras muy ingeniosas, preocupaciones e intereses -sean estos políticos,ideológicos, sociales, medioambientales, de género, de negocios u otros- con esta alteración ambiental que estamos experimentando larvadamente desde décadas, pero que en la actualidad comienza a expresarse y afectarnos visiblemente -como está previsto todavía de forma tímida, pero más rápidamente que lo modelado.
Y lo califico de notable porque en este “calentamiento ambiental que ha producido la COP25”, en las palabras de un distinguido dirigente empresarial chileno, estos ejercicios de vinculación de temas y de propuestas y decálogos para superar nuestras precariedades en materia de políticas ambientales, nos está permitiendo, al fin, poner término a un largo período de desatención a las urgencias que resultan de una cabal comprensión de ya antiguas preocupaciones de las naciones acerca de los límites que nos impone la fragilidad planetaria y las modalidades de búsqueda del bienestar de sus habitantes.
Ellas fueron anunciadas por vez primera hace casi medio siglo, en 1972, en el informe Meadowsdel Club de Roma sobre las consecuencias para los sistemas económicos y ecológicos de un crecimiento económico e intervenciones en los ecosistemas ilimitado. Fueron reafirmadas en 1987, en el informe Brundtland “Nuestro futuro común” de la Comisión Mundial del Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas, que definió por primera vez el concepto de “desarrollo sostenible” en sus tres dimensiones: económica, social y ambiental desde una perspectiva solidaria. Reiteradas con meridiana claridad en 1992, en la Cumbre de la Tierra de Naciones Unidas en Río de Janeiro, en el principal resultado obtenido en ella, la Agenda 21, en el que se define una estrategia general de desarrollo sostenible para el mundo, haciendo hincapié en las relaciones entre los países desarrollados y los que están en vías de desarrollo para poder lograr tales propósitos.