Niñas y niños merecen calles seguras
Debemos cambiar la perspectiva con la que se diseñan las ciudades chilenas; pasar de una visión donde los espacios de la ciudad y el transporte se diseñan por y para los automóviles, a una centrada en los grupos más vulnerables. Solo así podremos integrar a niñas y niños a la vida de las ciudades.
Moverse por las calles de la ciudad beneficia de muchas maneras a niñas y niños. Caminar, ya sea solos o acompañados, contribuye a su desarrollo psicológico, comprensión geográfica y habilidades sociales. Además, les permite a los padres disponer de más tiempo para sus actividades y contribuye a reducir las externalidades negativas asociadas a un menor uso del auto. Sin embargo, nuestras ciudades pueden ser espacios hostiles, donde el tráfico vehicular y la velocidad son barreras significativas que limitan la libertad de los menores para caminar con seguridad.
La planificación de las ciudades chilenas ha estado centrada en facilitar la movilidad de los automóviles. Esto ha llevado a calles y cruces amplios que facilitan el tránsito vehicular, pero que dejan al peatón caminando por veredas angostas, muchas veces incómodas e inseguras. La consecuencia de este tipo de calles es que los autos circulan a velocidades superiores a las definidas por la ley. Además, algunos senadores proponen aumentar el límite de velocidad urbana, pasando de 50 a 60 km/hr, lo cual tendría serias consecuencias para la seguridad vial y los viajes a pie de los niñas y niños y, también, de la población general.
Uno de los principales problemas de permitir altas velocidades en las calles es el aumento del riesgo de sufrir un accidente de tránsito con consecuencias graves. Existe evidencia que indica que las posibilidades de que un siniestro tenga consecuencias fatales para un peatón aumentan significativamente cuando los automóviles circulan a más de 50 km/hr. Según los datos de la Comisión Nacional de Seguridad del Tránsito (CONASET), en la última década se ha logrado disminuir los siniestros viales de menores de 18 años, pasando de 8000 lesiones anuales en 2013 a poco más de 5000 en 2022, y las fatalidades de por sobre los 110 a las 70 en el mismo periodo. El número de siniestros, sin embargo, sigue siendo alto, y aún hay mucho que hacer para generar calles más seguras.
Una segunda consecuencia, mucho menos visible, es el miedo que genera en las niñas, niños y sus padres, caminar por calles en donde los vehículos circulan a gran velocidad. Esto aumenta la percepción de riesgo y hace que los menores tengan menos posibilidades de salir a la calle. En ese contexto, no es de extrañar que cada vez sean menos los niñas y niños que utilizan los espacios públicos de la ciudad.
Debemos cambiar la perspectiva con la que se diseñan las ciudades chilenas; pasar de una visión donde los espacios de la ciudad y el transporte se diseñan por y para los automóviles, a una centrada en los grupos más vulnerables. Solo así podremos integrar a niñas y niños a la vida de las ciudades.