La ciudad el Siglo XX se organizó separando zonas: barrios industriales, residenciales, comerciales, de servicios, conectados por grandes obras de infraestructura que permitieron que este modelo funcionara pero que, al mismo tiempo, derivaron en una serie de ineficiencias como la dependencia del automóvil-y del transporte en general- y la contaminación ambiental causada por su uso masivo. “Lo interesante es que cuando empieza a surgir la idea del desarrollo sustentable o sostenible se empiezan a cuestionar muchos de esos paradigmas”, dice Pablo Allard, urbanista y decano de la Facultad de Arquitectura y Arte de la Universidad del Desarrollo, y se empieza a visualizar que la ciudad no tiene que ser tan funcional o fragmentada, sino apuntar a generar ecosistemas urbanos más ricos. “Un barrio que cuente con la mayoría de las demandas de servicios, este modelo de la ciudad de 15 minutos, es sustentable, resiliente, inteligente y al mismo tiempo empieza a adherir a la economía circular. Entonces, la ciudad del siglo XXI se empieza a articular en torno a este paradigma”, afirma.
En esta entrevista, conversamos sobre las ciudades circulares, concepto que aparece tras otros acuñados previamente, como las ciudades sustentables o luego las smartcities. “La verdad -dice Allard- es que al final no son para nada conceptos excluyentes, diría que son complementarios y además en muchos casos evolutivos. Una ciudad que pretenda ser sustentable, por ejemplo, tiene que adherir a modelos y paradigmas de desarrollo circulares. Una ciudad que pretenda ser ‘smart’ o inteligente también”.
“La principal novedad del concepto de la economía circular -agrega- es esta idea de que los procesos y los materiales pueden tener no solo la posibilidad de reciclarse una vez que cumplan su ciclo de vida, sino que reutilizarse e incluso pasar a tener otra dimensión u otro uso. Que no necesariamente una botella tiene que ser botella siempre, sino que puede eventualmente pasar a ser un textil o un material de construcción”.
¿Y a partir de eso, qué oportunidades presentan las ciudades sostenibles y circulares?
Que existen tremendas oportunidades en generar sinergias simbióticas entre distintos sistemas urbanos e infraestructura. Hace 15 años me tocó conocer el proyecto Simbiocity en Suecia, donde detectaron infraestructuras y actividades urbanas cuyos desperdicios, o cuyos excedentes no utilizables, podían ser insumos para otras actividades urbanas, básicamente bajo el concepto de waste to energy para generar electricidad, calefacción y agua caliente. Entonces, se iba generando este circulo virtuoso donde los desperdicios de la alimentación y del consumo se convertían en un insumo para la energía.
Leí algo que escribiste sobre ese proyecto: que se genera mayor eficiencia de todos los recursos cuando se visibilizan y articulan los vínculos y sinergias entre los sistemas de la ciudad, los que por lo general se planifican y operan por separado suboptimizando recursos. Es un concepto bien circular, ¿cómo aplicarlo en términos prácticos?
Así es, y es muy bueno porque genera un ganar-ganar por todos lados. El ejemplo que siempre doy es lo que pasó con la planta de tratamiento de aguas de La Farfana en Maipú, que cuando empezó a funcionar tenía los patios de secado de lodo al aire libre y los vecinos empezaron a protestar por lo olores. Alguien se dio cuenta que el olor era gas metano de la descomposición de los lodos, se asociaron con una empresa de gas y generaron un plan para capturar ese metano, y hoy un 15% de los maipucinos, y de los santiaguinos, usamos esa energía. Lo que era un conflicto por un efecto secundario del tratamiento de aguas se convierte en un proceso circular que no solo beneficia a los vecinos del lugar, sino también a las empresas porque no tienen que comprar combustibles fósiles, y reemplazan emisiones de CO2. Y eso está funcionando hace 15 años en Santiago. Ahí es donde uno dice que ganas de liberar las trabas y las barreras normativas, y también los modelos de negocios, para generar más circularidad. Las sinergias son enormes, porque gracias a las nuevas tecnologías empiezan a aparecer oportunidades de darle nueva vida a otros elementos o instancias de la vida urbana.
Normalmente cuando hablamos de la ciudad circular pensamos en residuos, pero hay varios ejemplos interesantes, como Amsterdam y su impulso a la economía compartida, del producto como servicio, por ejemplo. ¿Podemos avanzar en estas otras líneas?
Una de las grandes oportunidades que se abre con la transformación tecnológica digital, con la cuarta revolución industrial, es precisamente la posibilidad de cambiar el acceso a ciertos bienes y servicios, ya no a partir de la necesidad de poseer su propiedad, sino que más bien su uso. El mejor ejemplo de ello es la música: hoy a través del streaming hay acceso al uso pero no se necesita poseer los discos. Si eso lo amplificamos a otras instancias, ya se ha ido viendo el impacto de aplicaciones como Uber o Cabify, las bicicletas públicas y los scooters compartidos, los lugares de cowork, donde puedes compartir la sala de reuniones, la secretaria, la impresora, con otras empresas y compartes el gasto. Pero la mayor amenaza que ha aparecido para esos modelos de ciudad compartida es el coronavirus, porque lo primero que te dice la pandemia es “no compartas”, enciérrate en tu casa. Yo creo que eso va a generar algunos ajustes al modelo de la ciudad compartida, pero no lo va a detener porque es una fuerza que hace más eficientes los recursos, los optimiza.