La crisis socioeconómica generada por la pandemia global de coronavirus, y el llamado a retomar conciencia por efecto de la emergencia climática en curso – plasmada en el último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC)- han llevado a acelerar las iniciativas para lograr un futuro más resiliente, donde se consideran ciclos técnicos y biológicos al momento de producir bienes o servicios, utilizando como base la economía circular. Parte importante de ese foco se está poniendo en la implementación de las ciudades circulares que buscan generar conciencia e integración de modelos de negocio que permitan capturar el valor, tanto a nivel productivo, como de consumidor y de los materiales que circulan en las ciudades.
A esto es a lo que apunta, por ejemplo, la “Declaración de Ciudades Circulares” de la Unión Europea, firmada en octubre pasado por cerca de 30 urbes de ese continente, y que entre otras cosas establece el compromiso de avanzar en esta línea impulsando prácticas circulares en toda su administración, y entre los ciudadanos y empresas locales, así como el fomento de un marco regulatorio local que permita y promueva el desarrollo de mercados secundarios y esquemas de reparación, reutilización y distribución dentro del proceso productivo.
La idea principal es generar sistemas circulares de ciclo cerrado dentro de las ciudades, dado que cuentan con gran potencial -como cunas de innovación y transformación socioeconómica- para liderar esta transición, especialmente en cadenas de valor clave como la electrónica, las baterías y vehículos, embalajes, plásticos, textiles, construcción, edificios y comida.
Esto implica transformar las ciudades para generar y retener valor, donde métodos de producción innovadores, nuevos modelos de negocios y el comportamiento del consumo prioricen la reutilización de los materiales. En este esquema, los materiales reciclados de alta calidad representan una parte creciente de la demanda local de insumos, apuntando a ciclos cerrados lo más pequeño posible dentro de la comunidad local, buscando las cadenas de valor cortas y eficientes. Esto implica desde la promoción de la “economía colaborativa”, que se mueve desde la propiedad del producto al uso de bienes mediante servicios, hasta esquemas de reparación, reutilización y manufactura que crean nuevas oportundiades comerciales y generan empleos locales verdes.
Y en esta última materia, las posiblidades económicas, comerciales y de generación de empleo son amplias. Según el estudio “Europa Circular: Cómo gestionar con éxito la transición de un mundo lineal a uno circular”, presentado en 2020 por Enel Foundation y The European House-Ambrosetti, en 2018 la economía circular generó entre 300 mil y 800 mil millones de euros de PIB y un aumento de entre 2,4 y 2,5 millones de puestos de trabajo en los 27 países de la Unión Europea y en el Reino Unido. El impacto en el PIB per cápita fue de 650 euros, mientras que el aumento de la productividad se cuantificó entre 570 y 940 euros por empleado en Europa.
En Chile, en tanto, la Hoja de Ruta para la Economía Circular establece entre sus metas que al año 2030 la economía circular haya generado 100 mil nuevos empleos en actividades como la gestión de residuos, la logística, la remanufactura y la reparación, y que al año 2040 estos hayan llegado a 180 mil.
La economía circular, señala el mismo estudio, tiene todo lo que se necesita para convertirse en un “catalizador del bien común”. Esto, llevado al ámbito urbano, implica una transición hacia ciudades más habitables, donde la integración social se mejora mediante un mayor intercambio de bienes y espacios, así como una mayor proximidad entre lugares para vivir, trabajar y jugar. Una ciudad donde los ciudadanos son consumidores empoderados de bienes y servicios, informados de la huella ambiental de su consumo e involucrados en la co-creación de soluciones circulares.