Diego Berger: “Se habla mucho del derecho al agua, pero no de la obligación de usarla sin derrochar”
El coordinador de proyectos especiales en el exterior de la compañía nacional de aguas de Israel -Mekorot- será uno de los expositores en la jornada de mañana viernes en la Semana del Clima, en la que se referirá a los pilares que han posicionado a ese país a la vanguardia del uso eficiente del agua, sin perjuicio de contar con una geografía desértica y, por consiguiente, vulnerable al cambio climático. Una institución centralizada como autoridad del agua y autofinanciable son los ejemplos que la región latinoamericana podría replicar en el futuro en función de su seguridad hídrica.


Tras terminar sus estudios como ingeniero civil (orientación hidráulica) en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires (UBA), Diego Berger llegó a Israel en 1989 para proseguir su formación en un maestría y posterior doctorado en Ingeniería Ambiental, con lo que logró acumular sobrado conocimiento para asumir una importante labor en Mekorot, el nombre de la compañía nacional de aguas de Israel que gestiona centralizadamente todo el recurso hídrico.
Miembro de Mekorot desde 1996, Berger es actualmente coordinador de proyectos especiales en el exterior a través de consultorías para mejorar la gestión hídrica de otros países, basado en el ejemplo de Israel que, aun con su geografía desértica, ha logrado convertirse en un referente de eficiencia hídrica a partir de sus políticas públicas.
Invitado por la organización de la Semana del Clima, Berger expondrá mañana viernes en la mesa temática “Desafíos de la gobernabilidad ambiental”, específicamente en el panel “Agua: un derecho humano en tiempos de escasez”, donde compartirá el espacio con Fernando Anaya, consultor independiente en energía y cambio climático de la KAS y el BID; Chloe Nicolás Artero, doctora en Geografía y postdoctorante en el CR2; y Laureano del Castillo, responsable del Programa de Políticas Rurales en el Centro Peruano de Políticas Rurales (CEPES).
-¿Cuál es su principal labor en tanto encargado de proyectos de Mekorot en el extranjero?
-Hacemos planes maestros, en estos momentos estamos trabajando en la India. Lo que hemos visto, haciendo planificación hasta el año 2050, en el contexto de cambio climático, es que va a haber grandes variaciones de agua entre un año y otro. En el mejor de los casos, el promedio va a ser el mismo. Pero vamos a tener muchos años con inundaciones y muchos años con sequía. Es un desafío lidiar con eso. Entonces dicho desafío pasa por cómo hacer para almacenar excedentes para usarlos en tiempos de vacas flacas, y eso necesita más que todo una estructura regulatoria muy estricta. En Mekorot operamos a nivel de consultoría en otros países, no de plantas. Tenemos algunas plantas en Chipre, pero lo que hacemos en el mundo es consultoría sobre implementación, diseño y planificación a largo plazo.
-¿Qué puede aprender Chile de Israel en relación a su política hídrica, a sabiendas de que nuestro país sufre una grave crisis hídrica?
-Hay varios pilares que sustentan estos casos de éxitos. El principal es medir. No medir el agua en tu casa, sino en la agricultura; el mayor consumidor de agua es la industria agrícola. En Israel se mide desde 1955: si no mides no puedes gestionar ni tampoco hacer proyecciones en cuanto a la cantidad de recursos hídricos. El consumo agrícola en Latinoamérica no es medido y no cuenta con pago de por medio, entonces, ¿cuál es el incentivo para un sector hídrico ser más eficiencia si en realidad no se paga por el agua? El agua es un derecho para todos, pero es un contrato, es decir, el consumidor tiene la obligación de usarla sin derrochar y ahí es donde falla. En América Latina se habla de la primera parte solamente: todo el mundo tiene derecho al agua. Pero en ningún lugar he escuchado que todos tienen la obligación de no derrocharla. Parece muy populista, pero es así. En Israel se paga por el agua y la tarifa es graduada. Se le puede dar agua a la gente a precio cero, pero si se pasa de una cierta cantidad tiene que pagar.
-¿Qué otro déficit ve en Chile que ha podido ser superado en Israel?
-En Israel hay una gestión centralizada, hay un solo responsable, que es Mekorot, la compañía nacional de aguas del país. En América Latina la cantidad de ministerios que han en torno al agua vuelve imposible gestionarla, no se puede cuando hay tantos administradores. En Israel, con la reforma, hay un solo responsable que es el director de la autoridad del agua, y todos los ministerios que tengan algo que decir -Salud, Interior, Agricultura- tienen un voto en el directorio de esa autoridad, pueden influir, pero el único que toma la decisión es la autoridad del agua. Además, el sector hídrico es autofinanciable, no dependemos de un presupuesto estatal. Esto es importante porque todo el dinero del sector hídrico viene de la cuenta del agua, incluso el desarrollo de proyectos. Es un ente autárquico, y no depende de la política de turno. En Israel siempre hay algo urgente, pero el ser independiente y funcionar solo a través de la cuenta del agua, nos deja autónomos y fuera de las decisiones políticas.
-¿Cómo se consigue que un país desértico como Israel tenga una amplia disponibilidad de agua?
-Se hizo un proyecto a nivel nacional que lleva agua desde donde más hay hasta el lugar donde menos hay. En la frontera norte de Israel, con Líbano, llueve entre 900 y 1.000 milímetros por año, mientras en el punto más al sur llueve 20 milímetros por año. Eso sería como Atacama en el caso chileno. En América Latina, por ejemplo, Ica (Perú) casi no registra lluvias, pero el agua viene de la montaña y si tienes buena temperatura, hay buena agua y puedes cultivar. No depende de las lluvias de la región. En Israel la agricultura paga por el agua, hay un incentivo para ser más eficiente. El agua se traslada a través de un sistema de cañerías que se empezaron a construir hace 70 años, cuando se terminó el acueducto nacional que era para la agricultura.

“El sector hídrico en Israel es autofinanciable, no dependemos de un presupuesto estatal. Esto es importante porque todo el dinero del sector hídrico viene de la cuenta del agua, incluso el desarrollo de proyectos”.
-¿Qué hay con el reúso del agua en Israel?
-Israel tiene la mayor tasa de reúso de agua: el 85 por ciento de los efluentes son reutilizados para agricultura y el 50 por ciento del agua usada en agricultura proviene de agua de efluentes reutilizada. A mitad de los años 80, los agricultores se convencieron de usar agua reutilizada, porque era más barata y porque tiene nutrientes. Nosotros no removemos todo el nitrógeno ni el fósforo, entonces los agricultores ahorran porque no tienen que usar muchos fertilizantes. Lo otro importante es que se les puede asegurar esa agua, por lo que el precio y el valor económico es muy grande. Los agricultores querrían más agua de este tipo, pero no tenemos más efluentes para abastecer. A eso se llegó en Israel por necesidad; en América Latina no hay esa necesidad, porque el agua de ríos y de los acuíferos casi no se paga ni se mide. ¿Por qué van a reutilizar agua que es tratada, no barata y encima debe ser llevada? Los grandes productores de aguas de efluentes tratadas son las ciudades, pero el gran consumidor es el agricultor y está fuera de la ciudad. Eso implica construir infraestructura, cañerías de kilómetros, pero el agricultor no necesita esa agua todo el tiempo, sino cuatro veces por año. Por eso también se necesita infraestructura para almacenar agua. Nosotros inyectamos agua en el acuífero y puede permanecer. En Israel, repito, se hizo por necesidad, pero cuando lo tomas desde otro lugar del mundo, es más complicado.
-¿Cuál diría que es el principal lastre que hoy está provocando esta crisis del agua en el mundo?
-No es un problema técnico, sino de gestión. En Israel no existen los derechos de agua, sino una cuota. Si yo quiero ser agricultor, tengo que pedir un permiso a la autoridad del agua para usarla. Cuando hago ese permiso, me dicen cuánta agua puedo recibir, o sea, dependo de la disponibilidad de agua de esa región. Se pone un medidor de agua y se usa lo que uno necesita y paga.
-¿Y qué sucede entonces con los derechos de agua que están siendo discutidos, por lo menos en Chile, en la Convención Constitucional por una nueva Carta Fundamental?
-Yo he hablado en el Senado de Chile sobre este tema. Me parece muchas veces que hay más derechos de agua que la cantidad de agua que tiene un acuífero. Cuando hay una gran variación de un año a otro, la cantidad de agua a los acuíferos y ríos va a ser menor, sumado a que la temperatura está subiendo y también se va por evaporación del suelo. He visto acuíferos en México, y los derechos de agua son dos o tres veces superior a la cantidad de agua disponible en dicho acuífero. No existe una base para sustentar esos derechos.
-¿Cuánto peso le atribuye a la desalinización, también una política bien extendida en Israel, en tanto solución a la crisis hídrica?
-Es un recurso más, pero es caro. En Israel se empezó a desalinizar a gran escala en el mar Mediterráneo a fines de los 60 porque no había otra forma. Cuando se inició la reforma en 2005, para crear un sector hídrico centralizado y autofinanciable, se definió que no se podía desalinizar si las pérdidas en la red superaban el 15 por ciento. Hoy estamos bajo el 10 por ciento en pérdida y ya se había trabajado en usar todos los tipos de recursos existente. Se había comenzado a reutilizar el agua para la agricultura y se había llegado a una estructura de precios sustentable. Cuando se empezó a pone el agua de desalinización en el paquete de los precios, la influencia dentro del precio del agua fue mínima. Es una solución, pero hay que pagarla. Desalinizar un metro cúbico de agua de mar son 3 kW/h, y eso es parte del precio. La operación es un problema si no se reducen las pérdidas en la ciudad. En paralelo hay que hacer eso: una estructura de precios sustentable. Hemos dicho que la solución no es solo una cosa, sino una combinación. La desalinización por sí sola no va a resolver todos los problemas.