La urgente necesidad de proteger la zona mediterránea
Los ecosistemas presentes en las regiones de Chile central, poseen una riqueza ecológica de importancia mundial. Sin embargo, históricamente han sido afectados por la actividad humana a lo que se suma la megasequía de más de 10 años que los está llevando al colapso. Fundación Terram destaca que el Estado de Chile no ha desarrollado acciones para resguardarlos.
La ecorregión mediterránea se extiende entre el sur de Coquimbo y la región del Ñuble. Es considerada como uno de los 35 hotspots de biodiversidad a nivel mundial producto de su alto nivel de endemismo y alto grado de amenaza por actividades humanas y su relevancia se relaciona con la presencia de especies o grupos de especies (familias y géneros) plantas, animales y hongos únicos para el planeta (endémicos) que, junto a otras especies de distribución restringida, conforman los ecosistemas vegetacionales de esta zona. Además, son una zona de transición entre el desierto de Atacama y los bosques templados lluviosos del sur del país.
Entre los ecosistemas de la zona mediterránea se encuentran los bosques esclerófilos y espinosos, los cuales juegan un rol relevante en protección de suelos, captura de dióxido de carbono y ciclo hidrológico, por nombrar algunas características. Sin embargo, a pesar de su importancia, están sometidos a una permanente amenaza de destrucción por las actividades antrópicas, lo que sumado a la megasequía, los tiene borde del colapso.
“El cambio de uso de suelo sin ordenamiento ni control por parte del Estado, relacionado con la habilitación de terrenos para la agricultura, el sobrepastoreo, la expansión urbana, además de la ocurrencia de incendios forestales, ha significado una importante alteración del paisaje original mediterráneo producto del reemplazo de parte importante de la cubierta vegetacional nativa, principalmente, esclerófila y espinosa”, señala Fernanda Miranda, geógrafa de Fundación Terram.
Estimaciones recientes, han determinado que el ecosistema relativamente más afectado por los cambios de uso de suelo en Sudamérica no amazónica son los bosques y matorrales esclerófilos del centro de Chile, donde el 83% de su vegetación natural se han transformado a otros usos de la tierra, situación que estaría generando importantes consecuencias en una zona que actúa como una barrera natural para detener la desertificación.
“La megasequía de la última década solo ha venido a agravar esta situación. La falta de precipitaciones y las olas de calor que han experimentado la zona mediterránea, están generando la muerte paulatina del follaje en árboles del bosque esclerófilo y, lo peor, es que la grave afectación generada por las actividades humanas ha generado que estos ecosistemas no tengan la capacidad de recuperarse por sí mismos en un contexto de sequía y cambio climático”, señala la geógrafa.
A pesar de este escenario, el resguardo que se le está brindando a la zona mediterránea, es casi nulo. En la actualidad, los bosques y matorrales esclerófilos, así como de los bosques y matorrales espinosos mediterráneos, tienen escasa protección en el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNASPE), con una representatividad que no supera el 3%, muy lejos de los compromisos internacionales del país en esta materia a nivel internacional.
Y, aún con el contexto de grave desertificación y sequía que experimenta la zona mediterránea, los intereses principalmente agrícolas e inmobiliarios siguen arrasando con importantes remanentes de vegetación nativa esclerófila.
Es por ello que Flavia Liberona, directora ejecutiva de Fundación Terram, enfatiza que “es urgente que el Estado de Chile tome acciones para proteger, conservar y restaurar al menos en parte estos ecosistemas, pues ellos juegan un rol muy relevante en el mantenimiento del ciclo hidrológico, en la protección y mantención de laderas y suelos, en la absorción de contaminantes atmosféricos, además de actuar como una barrera natural para detener la desertificación”.