Reactivación verde en un mundo Covid
“Ojalá que la racionalidad económica que predomina, con más razón en la situación presente, asociada a un color verde más bien oscuro como el de la moneda que por tradición representa a los negocios, permita también ver la luz a la variedad de tonalidades verde de la clorofila que nos ofrece las acciones de protección y despliegue de nuestro potencial tanto agrario como forestal, y que entonces ellas finalmente predominen en esta tan pregonada reactivación verde”.
Queda algún tiempo todavía para que los sucesivos “rebrotes” de este Covid-19, semejando un “tren de olas”, se apacigüen lo suficiente como para que exista la posibilidad de tener una imagen más certera de los reales efectos y alcances de esta pandemia.
Pero en tanto se espera la vacuna y aprendamos a convivir con este virus, como la humanidad ya lo ha hecho con muchos otros, hay múltiples voces llamando a que cuando termine esta suerte de hibernación a que estamos sometidos, no desperdiciemos la oportunidad para salir a vivir la nueva normalidad enmendando errores.
Que en la reconstrucción de las modalidades con que las economías del mundo se propongan proseguir proveyendo bienestar a sus poblaciones lo hagan tomando en consideración todo lo que ya sabíamos que teníamos que remodelar y cambiar y que nos costaba hacer porque había que demoler mucho y modificar numerosos hábitos, incorporando también a esta lista todas las otras enmiendas, que no son menores, que este virus en sus afanes nos ha enrostrado como requeridas.
Entonces, como el número de reparaciones es grande y así también son las propuestas que ya circulan para estas obras, me he motivado y voy a entrometerme en estas conversaciones con algunas otras consideraciones que creo aconsejable tomar en cuenta en este ejercicio, resultante de lo que me ha enseñado mi oficio.
El gran paisaje de fondo que se tiene al momento de imaginar caminos para la recuperación económica del mundo es uno progresivamente tratocado debido al acelerado cambio del sistema climático planetario en curso.
Hasta la irrupción del indeseado visitante, yo escribía que este tema se había establecido como uno de preocupación mundial y la “impaciencia climática” predominaba entre los que “despertaron” al tema casi 30 años después de que el Sistema Internacional, en el marco de Naciones Unidas, comenzara a prestarle atención particular, respondiendo a los llamados de atención que desde fines de los 70 le hacía la Ciencia sobre la alteración climática global que estaba comenzando a percibirse y de sus causas.
Un despertar natural en todo caso cuando las señales del cambio se expresaban en los últimos años con claridad indiscutible distinguiéndose nítidamente del “ruido de la variabilidad climática natural”, como lo expresaría en su lenguaje el mundo científico. O, dicho de otra manera, cuando, como en la fábula de la rana en la olla, por fin nos habíamos dado cuenta de que nos estamos “cocinando”.
Las demandas de la ciudadanía, además de legítimas, eran cada día más masivas y se extendían globalmente, alcanzando a nuestros propios ciudadanos y debían ser alentadas. Aumentar y acelerar nuestro accionar para enfrentar la “crisis climática” era una tarea ineludible y urgente.
Pero en mi opinión, decía, para que estos clamores adquirieran su total valor, era necesario todavía completarlos, porque hasta la fecha estaban focalizados en solo los llamados a la resolución de una de las dimensiones del problema que nos afecta. Se exigía un incremento sustantivo de la “ambición climática” de las naciones; o, dicho en otras palabras, la urgencia de un aceleramiento del proceso de descarbonización de las economías del mundo para atender a la causa principal de la alteración climática.
Inobjetable, pero no suficiente, dado que, aunque se fuera exitoso en estas demandas, aunque lográramos no superar los máximos de incremento de temperatura respecto de la que prevalecía a mediados del siglo ante pasado que recomienda la Ciencia, la alteración del “paisaje climático” iba a ser muy pero muy significativa en los años por venir y, además, irreversible, excepto, por supuesto, que se recurriera a herramientas de geoingeniería, que en todo caso rendirían frutos en no menos de un siglo.
Dotar de medios económicos y tecnológicos para aumentar la “resiliencia” a todas las alteraciones conductuales, tanto sociales como económicas, que deberán enfrentar las naciones, particularmente las del mundo en desarrollo, para poder continuar siendo viables en estas nuevas condiciones climáticas, era un tema que se requería enfrentar también con extraordinaria urgencia, porque nos referimos a procesos de adecuación complejos y lentos en expresar sus frutos, que significan reeducar, reorganizar, reinstalar, entre otras muchas “re” y porque seguramente más de una de estas “re” iba a afectar intereses que algunos consideraban garantizados y se resistirían a perderlos.
“Los estragos de la pandemia llevan a que el escenario actual sea aún más complejo de lo que siempre ha sido para movilizar financiamiento hacia donde, en mi opinión, nuestra política climática debiera poner su atención”
Por lo mismo, opinaba, que pese a una mención en forma “paritaria” de la dimensión de la Adaptación y la Mitigación en la lucha contra el cambio climático en los últimos textos acordados para los esfuerzos coordinados internacionalmente al respecto, ellos no reflejaban la realidad de los desafíos que este problema representaba para la mayoría de las naciones en desarrollo.
En otras palabras, para estos países, por sus reducidas capacidades tecnológicas propias y sus exiguos niveles de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI), sus acciones de mitigación eran más bien una adaptación tecnológica a la gran y rápida transición energética acordada y en progreso requerida para el control de la dimensión del problema y sus impactos, encabezada por las economías industrializadas, en tanto que su adecuación a los nuevos patrones climáticos que se nos avecinan, era uno de sobrevivencia económica e intrínsicamente vinculado al bienestar que estas naciones buscan para sus poblaciones y, por lo tanto, su preocupación y motivación principal en su lucha contra esta alteración ambiental.
Y por lo mismo, agregaba, este era un gran y un complejo desafío porque diseñar estrategias de desarrollo económico sostenible “en los tiempos del cambio climático” significaba enfrentar la tarea con consideración también de los otros 16 Objetivos requeridos para lograrlo, como nos recuerda la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas; metas que no fueron acordadas porque las naciones del mundo requerían mostrar que eran “buenas personas”, sino porque es la enseñanza que nos entrega la práctica para asegurar sostenibilidad económica.
Habiendo dicho todo esto, cuando el “silencio sísmico” que resultó de estos obligados confinamientos masivos a escala mundial comienza a desaparecer, puedo reactualizar estas opiniones sin otra necesidad que escribirlas en tiempo presente.
Y creo que esto es posible en tanto esta profunda pausa en las actividades que sustentan la vida económica de las naciones solo ha significado un pequeño “bache” en la trayectoria de las emisiones de GEI asociados al desempeño de las economías del mundo y su evolución en el marco de la transición energética a las fuentes renovables convenida el 2015 en el Acuerdo de París, posiblemente compensado por un pequeño “lomo” de la misma en la etapa de “reactivación” que se inicia, todo lo que podrían percibirse, a lo más, como un pequeño “ruido” en el comportamiento del crecimiento de la concentración de estos gases en la atmósfera en el futuro, en unos 10 años más.
Pero pudiendo proceder así, sí hay novedades en mis decires que tienen que ver con el cómo se implementarían las políticas y las medidas requeridas para poner en práctica estas opiniones, si ellas fueran compartidas por los “tomadores de decisión” sobre los derroteros para atender los requerimientos de nuestra población en las actuales circunstancias. Porque los estragos de la pandemia llevan a que el escenario actual sea aún más complejo de lo que siempre ha sido para movilizar financiamiento hacia donde, en mi opinión, nuestra política climática debiera poner su atención.
En lo que se refiere a los temas de adaptación de nuestra política energética, el alineamiento que ya ella tiene, desde hace algún tiempo, con la transición energética del mundo a las renovables, que nos ha significado distinciones mundiales por “buena conducta ejemplificadora”, como por ejemplo la presidencia de la COP25, a lo que se suman las acertadas políticas nacionales en progreso, por lo menos en el corto plazo, en los temas relacionados con las modalidades de almacenamiento de energía más promisorios en la actualidad para el futuro de las renovables: Litio e Hidrógeno “verde”, el trabajo inicial está hecho y solo se requiere completar y persistir.
“No es descabellado pensar que en esta urgente necesidad de reactivar nuestra economía en la búsqueda de generar empleos, empleos y más empleos, en las palabras del Ministro de Hacienda, se podría tratar de identificar también tales posibilidades en los desafíos de adaptación al nuevo paisaje climático que se nos avecina y que posibiliten un desarrollo económico sostenible de nuestro país”
Pero hay más a la vista de los llamados mayoritarios a un desarrollo económico “verde” que se escuchan en los países industrializados, una estrategia que aunque pudiera no tener el mismo ímpetu que cuando se iniciaba el año, será el camino que continuarán implementado para sus urgencias de reactivación económica. Por tanto, lo mismo sucederá con el activismo de sus agencias de cooperación en nuestro país, como presenciamos, invitándonos a que nos unamos a sus esfuerzos por todos los valores que tal conducta significaría para nuestra economía y su recuperación, que los tienen sin lugar a duda, motivados legítimamente por la búsqueda de ampliar los espacios de mercado para sus tecnologías, con sus consecuentes impactos en los costos de implementación de sus políticas.
Todo lo que permite pensar que no necesitamos ser muy imaginativos ni dedicar grandes cantidades del erario nacional para promover iniciativas en este sector con importantes contribuciones al relanzamiento económico del país. En esencia, hay que dejar que los actores en este espacio de negocios puedan actuar, facilitando y otorgando las certezas jurídicas requeridas para sus inversiones.
Pero el panorama es muy distinto en la dimensión de la adaptación física a los impactos del Cambio Climático. Movilizar capital internacional en la cuantía requerida por el mundo en desarrollo para enfrentar estos costos ha sido un tema central y controversial en el marco de las negociaciones internacionales sobre el tema y, particularmente, recurrente desde hace una década.
Entre las razones argüidas para las grandes dificultades de movilizar los cientos de billones de dólares estadounidenses anuales, “in crecento”, que se estiman requeridos para enfrentar estas acciones en los años que faltan para lograr estabilizar la temperatura media del planeta, está el que no existen instrumentos económicos que sean capaces de movilizar capital privado del mundo industrializado para este tipo de acciones en el mundo en desarrollo, que son vistas por ellos como solo de valor local y no global y que, en consecuencia, no las pueden contabilizar en las rendiciones de cuenta de sus contribuciones a la causa climática.
La existencia de esta dificultad, a la cual el mundo en desarrollo ha contribuido notablemente por su pasividad en la réplica, todavía está lejos de ser resuelta, aunque hay últimamente algunos brotes de ingenios financieros promisorios acicateados por la necesidad de incrementar resiliencia frente al incremento de la frecuencia de los eventos climáticos extremos.
Pero si esto es así y agregamos que las economías desarrolladas también han sido fuertemente golpeadas por el confinamiento, con retroceso financieros incluso mayores que los que los afectaron en la “Crisis Subprime” y que la calificación de nuestro desempeño económico como país nos excluye de la Ayuda Oficial al Desarrollo, para estas tareas adaptativas que tenemos por delante nos tendremos que “rascar con nuestras propias uñas” en los próximos años.
Por tanto, no es descabellado pensar que en esta urgente necesidad de reactivar nuestra economía en la búsqueda de generar empleos, empleos y más empleos, en las palabras del Ministro de Hacienda, se podría tratar de identificar también tales posibilidades en los desafíos de adaptación al nuevo paisaje climático que se nos avecina y que posibiliten un desarrollo económico sostenible de nuestro país.
“Hoy tenemos los ingredientes esenciales’ para realizar la tarea por la que abogo atención preferencial al momento de pensar un país para todos en los tiempos del Cambio Climático, cuando ‘paso a paso’ comenzamos a volver a alguna nueva normalidad. Esto es, sabemos lo que hay que hacer y existe financiamiento para iniciar esa labor”.
Entonces, no puedo menos que manifestar mi complacencia con el hecho de que en el reciente anuncio de la importante inversión pública para la activación de la economía en los dos próximos años, la autoridad enfatizara que los proyectos que se impulsarán están comprometidos “con un Chile más sustentable, con un Chile más amistoso con la naturaleza, con un Chile más inclusivo y más humano. Por esa razón, todos los proyectos de inversión tienen o tendrán la aprobación ambiental y uno de cada tres proyectos no solo tiene esta aprobación, sino que contribuye directamente a hacer de Chile un país más sustentable”.
También es motivo de satisfacción que se establezca como indicadores de sustentabilidad de esas iniciativas su aporte al cumplimiento de los compromisos establecidos en la nueva versión de nuestra Contribución Nacional Determinada al Acuerdo de París sobre Cambio Climático para esta década, su consistencia con el marco internacional clasificador de inversiones verdes utilizados por los bonos verdes soberanos de Chile y la enumeración de las áreas de atención para estos proyectos en los sectores cubiertos por los Ministerios de Obras Públicas, Transporte y Telecomunicaciones, Vivienda y Urbanismo, Agricultura e Interior, con sus vinculaciones explícitas con los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible en que estamos comprometidos en el marco de las Naciones Unidas.
Por su parte, el Ministerio de Medio Ambiente ha estado llevando a cabo en los últimos años un muy importante y participativo trabajo con actores de diversos sectores de nuestra economía, reunidos en 11 mesas de trabajo, destinado a generar insumos para la reactualización de nuestro Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático. Los estados de avance de esas labores son diversas, pero en su mayoría están ya finalizadas. De sus resultados está emergiendo la imagen de lo requerido en el corto, mediano y largo plazo para proteger nuestra economía de los embates del calentamiento global, en particular sobre nuestra geografía agraria y forestal.
Entonces hoy tenemos los “ingredientes esenciales” para realizar la tarea por la que abogo atención preferencial al momento de pensar un país para todos en los tiempos del Cambio Climático, cuando “paso a paso” comenzamos a volver a alguna nueva normalidad. Esto es, sabemos lo que hay que hacer y existe financiamiento para iniciar esa labor.
Una situación que nos deja además en excelente posición para poner ingenio en instrumentos financieros para la atracción de capital internacional que se está movilizando a través de una tendencia de pensamiento y acciones que crece cada día en el mundo y que se conoce como Soluciones al Cambio Climático Basadas en la Naturaleza.
Ojalá entonces que la racionalidad económica que predomina, con más razón en la situación presente, asociada a un color verde más bien oscuro como el de la moneda que por tradición representa a los negocios, permita también ver la luz a la variedad de tonalidades verde de la clorofila que nos ofrece las acciones de protección y despliegue de nuestro potencial tanto agrario como forestal, y que entonces ellas finalmente predominen en esta tan pregonada “reactivación verde”.
Y más importante aún, porque que si no cuidamos con particular atención estos sectores desde ya, significará un desmoronamiento progresivo de todo los construido en ellos para lograr una diversificación de las bases de nuestro desarrollo económico y esto tendrá consecuencias para todos, no solo para aquellos chilenos que nos proveen con los frutos de su trabajo en los campos de nuestro país.