La sequía que vive el país ha sido calificada como la más grave de la historia y, en las últimas semanas, las autoridades de gobierno han alertado sobre la crítica situación sin descartar un posible racionamiento de agua para el consumo humano.
Esta escasez es producto no solo de un año extremadamente seco, sino también de la acumulación de once años con precipitaciones muy por debajo de los niveles históricos. Entre las regiones de Atacama y Maule las lluvias acumuladas a noviembre de 2019 presentaban déficit entre 97% y 66%, con un promedio de 75%.
Frente a estas alarmantes cifras, las autoridades han llamado a la población a ahorrar agua y han pedido a las industrias y a la agricultura un uso racional del recurso. Sin embargo, estas medidas parecen insuficientes dada la magnitud del problema. “Se requiere un punto de inflexión, un cambio bastante radical en relación al modo cómo hoy día estamos manejando el recurso”, señala la subgerente de Sustentabilidad de Fundación Chile, Ulrike Broschek, quien lidera la iniciativa Escenarios Hídricos 2030.
Esa iniciativa, en la que participan 55 instituciones del mundo público y privado (ONGs, academia, gremios, ministerios, etc.) presentó hace seis meses el documento “Transición Hídrica, el futuro del agua en Chile”, donde presentan dos escenarios posibles para 2030: uno sustentable producto de la adopción de una serie de medidas, y otro con efectos catastróficos a causa de seguir haciendo lo mismo de siempre.
Este último es donde nos encontramos, explica Broschek y agrega que, además, las consecuencias se han adelantado. “Lo que se planteó en el escenario tendencial es lo que hoy ya está ocurriendo. Por ejemplo, las soluciones que se proponen son individuales, no hay coordinación entre las instituciones en general -tanto a nivel nacional como local-, hay conflictos por el agua, todos los ecosistemas relevantes están degradados”.
Para cambiar esa tendencia y transitar hacia el escenario sustentable, dice la especialista, se debe modificar radicalmente la manera de hacer las cosas, y para eso se necesita de una voluntad política que no se ha visto hasta ahora. “Se están haciendo esfuerzos, pero es muy insuficiente en relación a la problemática, que es profunda, es estructural y es grave”.
Es grave, dice, porque la disminución de lluvias se ha ido agudizando en el tiempo, lo que provoca problemas en el agua superficial, que a su vez lleva a la utilización de las reservas de agua subterránea, que se están agotando. “El 72% de los pozos que analizamos -junto con Cazalac- están con una tendencia a la baja, porque se saca más agua de la que ingresa (…) Y la otra reserva que tenemos son los glaciares, que se están derritiendo producto del calentamiento global y el aumento de temperatura”.
Y es estructural porque tiene relación con la manera es que se gestiona el recurso. Actualmente en los sectores productivos afectados por la sequía se están buscando soluciones, pero son dispersas e individuales, señala Broschek. Lo que se necesita, dice la química ambiental, es algo que no está ocurriendo y que se ve muy lejano en Chile: “Una priorización del agua como un tema país, con una política hídrica de Estado, con una institucionalidad que se haga cargo, y que en cada territorio se genere una gobernanza, una gestión del recurso organizada”.