Ya somos 8000 millones y necesitamos pensar sin barandas
“Es precisamente la idea de una transición justa la que convoca a comprender que los desafíos ambientales, sociales y económicos deben ser tomados seriamente por todos los actores sociales”.


Los datos poblacionales indican que esta semana hemos alcanzado los 8000 millones de personas en el mundo. Este número, visto de forma aislada podría ser solo una anécdota histórica, sino fuera porque se da en pleno desarrollo de la COP27 y el esfuerzo por converger hacia las metas climáticas y una transición justa que hagan viable nuestra vida en el planeta.
Es precisamente la idea de una transición justa la que convoca a comprender que los desafíos ambientales, sociales y económicos deben ser tomados seriamente por todos los actores sociales. Porque un parte importante de estos millones de personas han nacido y vivirán en países, como América Latina, donde el hambre aún existe, el acceso al agua potable y energías limpias es un lujo, en que la provisión de servicios de salud adecuados es impensada, los sistemas educacionales dejan a una parte importante de niños y jóvenes fuera o donde los empleos de calidad son una excepción, dentro de un largo listado de carencias.
A la vez, un grupo menor, ha nacido en países de altos ingresos donde las posibilidades de desarrollarse humanamente son sustantivamente mayores. Acá hablar de crecimiento verde es de toda lógica, se pueden mantener altas tasas de consumo que tiene como límite subjetivo la conciencia de cada persona, donde pensionarse es seguir disfrutando de la vida. Son territorios donde se piensa el futuro porque no enfrentan las fuertes ataduras del presente.
Estas dos realidades que se manifiestan a partir de esta nueva cifra de humanos en el planeta nos interpelan éticamente, y lo hace en momentos en que lograr acuerdos para el desarrollo sustentable es cada vez más difícil. Mostrando que la política como un espacio común se ha transformado en la disputa individual, incluso cuando tratamos de enfrentar desafíos colectivos.
Quizá en muchos sentidos, las ataduras de mentalidad que provienen de nuestras posturas ideológicas, culturales, religiosas, entre varias, nos impiden ver que cada día desperdiciado es una perdida para todos y todas, teniendo costos irreversibles para los gobiernos que tendrás dificultades para gobernar, las empresas que verán mermado su crecimiento y licencia social para operar, para el planeta porque no alcanzará a regenerarse y acelerará la extinción de especias y, por cierto, las personas que tendrán mayores dificultades para alcanzar bienestar.
Quizá como decía Anna Arendt, filosofa central del siglo XX, más que nunca debemos pensar sin barandas, sin las ataduras que impiden comprender que el desafío es mayor a cada uno de nosotros y de nuestras convicciones, donde debemos ponernos de una vez al servicio de las futuras generaciones.