Beatriz O’Brien: “Las grandes marcas de ropa subcontratan y fragmentan la confección, por lo que no sabemos quién está cosiendo ni en qué condiciones”
Al cumplirse una década del derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh, donde murieron más de 1.100 trabajadores y trabajadoras de talleres textiles, mayormente mujeres, conversamos con la coordinadora nacional de Fashion Revolution, organización que nació a partir de esa tragedia para impulsar mejoras sociales, ambientales y culturales en la industria de la moda. Beatriz O´Brien confía en que es posible lograr una moda realmente sostenible, y cree que la forma de hacerlo en mediante un gran cambio sociocultural.


Hoy se cumplen exactamente diez años desde una de las peores tragedias de la industria de la moda: el derrumbe del edificio Rana Plaza en Bangladesh, que dejó 1.134 trabajadoras y trabajadores muertos y más de 2.000 heridos, algunos con amputaciones y secuelas graves. En el edificio, de ocho pisos, había más de cinco mil empleados, sobre todo mujeres, que cosían ropa para cinco contratistas locales, que abastecían a una treintena de marcas internacionales.
El derrumbe dejó al descubierto la precariedad laboral de la industria de la confección y, a partir de ese hecho se creó el movimiento internacional Fashion Revolution, que busca crear conciencia para movilizar cambios sociales, ambientales y económicos; una verdadera Revolución de la Moda.
La Coordinadora Nacional de Fashion Revolution Chile, Beatriz O’Brien Madrid, explica que en el Manifiesto de la organización “apelamos a esas tres dimensiones -social, cultural y ambiental- y trabajamos por la transformación de una industria que hoy en día está haciendo mal al planeta y a las personas, pero que nosotros sentimos que tiene una capacidad enorme de transformar las sociedades porque es una de las industrias más grandes del mundo”.
O’Brien comenta que se han logrado algunas pequeñas mejoras desde la tragedia del Rana Plaza pero que aún hay mucho por hacer para lograr una moda que sea realmente sustentable. Uno de los énfasis, dice, debe estar puesto en las mujeres, quienes por diversas razones -históricas, culturales, etc.- son sujeto y objeto de esta industria. La Coordinadora de Fashion Revolution en el país, quien es socióloga especializada en producción y consumo textil sustentable, investigadora de la industria de la moda y asesora en estudio de mercado para marcas nacionales, es también socia de Amapolas Consultora y miembro fundadora de la Cooperativa textil “Costureras a toda máquina”.
Al hablar sobre los problemas de la industria textil, O’Brien aclara que se debe tener en consideración que, por una parte, está la fabricación de las telas y, por otra, la confección de las prendas. Es en esta última donde se reporta mayor precariedad laboral y donde el 80% de los trabajadores a nivel mundial son mujeres. La especialista también explica que respecto a la situación laboral hay dos elementos: uno son las remuneraciones y otro son las condiciones en las cuales se trabaja. Respecto a la segunda, señala que “nosotros apelamos a un trabajo digno, es decir, que no se supere una cierta cantidad de horas, tener un espacio cómodo, tener previsión, que no las despidan por quedar embarazadas, frenar los abusos y el acoso sexual, que estaba muy presente en las fábricas del sudeste asiático, etc.”
O’Brien sabe que lograr esta revolución no es una tarea fácil, sin embargo se reconoce “muy optimista” porque cree que se puede lograr y para eso “hay que impulsar los cambios desde los espacios que una pueda tener”, es decir, tanto desde los movimientos sociales como las pymes, las grandes empresas, el gobierno, la academia, etc.
-¿Por qué la fuerza laboral de esta industria ha sido y es mayoritariamente de mujeres?
El vínculo entre las mujeres y la industria textil viene prácticamente desde los inicios de los tiempos. Las mujeres han sido siempre las que se preocupan del hogar, de la familia, de los cuidados, y dentro de los hogares también realizan actividades productivas del ámbito textil -como coser, tejer, bordar- para proveer a sus familias y, en algunos casos, para comercializar.
Por otra parte, en la sociedad de consumo las mujeres no solo siguen siendo las productoras, sino que también son las principales consumidoras de ropa, tanto para ellas como para toda la familia (…) Además, por el dominio público que hay sobre el cuerpo de las mujeres, que impone que se tienen que ‘ver bien’, estar ‘bien vestidas’, a la moda.
Hoy la industria textil y de la moda está completamente globalizada y bastante fragmentada, pero en general en toda la cadena de valor las mujeres son protagonistas, especialmente en la confección, en el armado de prendas, donde existe mucha vulnerabilidad y gran cantidad de abusos.
Esta vulnerabilidad tiene relación con la globalización de la industria de la moda, desde fines de los años 90 a partir de la creación de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y los acuerdos de libre comercio; antes la industria nacional (en al mayoría de los países) estaba protegida, había límites para la importación. A partir de entonces se instaló este sistema de moda rápida, que presiona los precios hacia abajo, es decir, que la ropa sea lo más barata posible para que la gente ni lo piense y esté comprando ropa continuamente. Para empujar el precio hacia abajo lo que ocurre en general en el sistema capitalista es que se busca un punto blando en los costos de producción (…) que suele ser el trabajo.
“En Fashion Revolution trabajamos por la transformación de una industria que hoy en día está haciendo mal al planeta y a las personas, pero que nosotros sentimos que tiene una capacidad enorme de transformar las sociedades porque es una de las industrias más grandes del mundo”.

-Históricamente los talleres de costura fueron cuna del feminismo ¿qué pasó con los logros de ese movimiento y sus reivindicaciones?
El movimiento de las costureras es súper interesante. En el caso de Chile, y en general de todos los países que se industrializaron, los talleres de costura fueron los primeros espacios de pensamiento feminista, algo que tiene relación con la doble explotación. (…) Cuando se abrieron los empleos de la industrialización (…) se abrió este espacio de la confección para las mujeres, que se empezaron a reunir en pequeños talleres y también con confección domiciliaria, que siempre ha existido.
Las mujeres se dieron cuenta de que estaban siendo explotadas, y que no era solo por ser de la clase trabajadora, sino que también por ser mujeres, pues los hombres en la industria textil estaban en mejores condiciones. Hubo movimientos muy fuertes a partir de los talleres textiles, donde podían denunciar abusos, falta de pagos, exigencias de trabajo extremo, etc. Eso fue a principios del siglo XX, en los años ‘20 y ’30 en Chile se avanzó bastante en términos sindicales, de leyes laborales, condiciones de trabajo para las mujeres. En los ’70 viene el golpe de Estado y el cambio de modelo económico y luego la globalización. Hasta entonces existía la industria textil nacional y también las costureras de barrio, las personas conocíamos a quienes hacían o reparaban nuestra ropa.
Entonces, lo que ocurre ahora es que muchas de las condiciones de vulnerabilidad y precariedad de fines del siglo XIX se siguen repitiendo, y afectando mayoritariamente a mujeres y niñas, pero las fábricas están en otras partes y no lo vemos. Todo lo que se luchó y se ganó se pierde.
Con los tratados de libre comercio la industria de la confección se traslada, primero a China, y luego al Sudeste Asiático, a países con situaciones nacionales bastante desesperadas, como Bangladesh, donde encontraron mano de obra abundante y barata. Este fenómeno se enmarca en el hecho de que en el sistema de moda rápida las grandes marcas -y en Chile también el retail- no tienen fábricas propias, sino que subcontratan y fragmentan la producción y ahí se pierde la transparencia, la trazabilidad, no sabemos quién está cosiendo ni en qué condiciones.
-¿Qué consecuencias tiene esa precariedad en Chile?
En Chile el trabajo de confección está muy desvalorizado en términos económico y culturales. Es como que la gente borró el componente humano de la ropa, muchas personas no saben que hay trabajo manual, creen que es todo automatizado. Sin embargo, si bien se ha tratado de automatizar, no ha sido posible, hay que meterle cabeza, el oficio no se ha podido traspasar a una máquina. La confección es un trabajo difícil.
Lo que ocurre con la costurera que está al otro lado del mundo no la afecta solo a ella, sino que también tiene un impacto acá, porque en Chile nadie va a pagar ese trabajo a un precio justo si en una tienda le sale mucho más barato. La desvalorización del trabajo a nivel global tiene impacto para las costureras en Chile. Acá aún hay confección, pero es poca, no se ve, son talleres informales y la mayoría cose en sus casa.
“A partir de la globalización se instaló este sistema de moda rápida, que presiona los precios hacia abajo, es decir, que la ropa sea lo más barata posible para que la gente ni lo piense y esté comprando ropa continuamente. Para empujar el precio hacia abajo lo que ocurre en general en el sistema capitalista es que se busca un punto blando en los costos de producción (…) que suele ser el trabajo”.

-¿Qué se debería hacer para modificar esas prácticas que no son sustentables social ni ambientalmente?
Creo que todos tienen un rol que jugar: las empresas, el gobierno, y las organizaciones sociales, que son las más activas hoy y están empujando el cambio desde abajo hacia arriba.
Es importante tener en cuenta que la moda rápida se sustenta en dos pilares: la mano de obra barata y las telas sintéticas, porque son muy fáciles de hacer, son baratas. Si consideramos que hace más de 15 años que se está hablando de sustentabilidad, vemos que en ese tiempo las empresas han cambiado poco y nada, porque tienen un modelo que es de crecimiento continuo, de crecimiento de utilidades. Mientras siga así, con tanta sobreproducción, mientras no se ralentice, no va a haber cambios.
Las empresas deberían bajar un poco el ritmo y empezar a pensar cómo crecer de otra forma, no solamente en número, pensar en calidad más que en cantidad. Deberían bajar la importación y empezar a incorporar economía circular, que tiene que ver con desarrollo sostenible territorial, con impacto en las comunidades, además de reutilizar, reusar, intercambiar, ofrecer empleos femeninos de calidad. Podríamos tener un modelo de desarrollo regional a nivel latinoamericano; por ejemplo, con Paris tenemos un programa piloto para empezar a coser en Chile, con telas traídas de Perú.
Por el lado del gobierno tiene que haber legislación y bien hecha, aunque nos demoremos. Por ejemplo, en el caso del proyecto contra el greenwashing no debe ser solo sancionar a las empresas, sino que ayudar y fomentar a otras empresas o quizás a pymes que están haciendo las cosas bien.
-¿En qué consiste el programa piloto con Paris?
Se trata de lanzar un colección confeccionada por costureras chilenas con telas traídas desde Perú; la idea es que participen las integrantes de la Cooperativa Costureras a Toda Máquina -de la que soy parte- y también estamos viendo de invitar a otras cooperativas.
El título tentativo es “Básicos Locales”, con una primera temporada primavera-verano 2023. Las telas las vamos a comprar en la fábrica de algodón nativo Naturtex, que recuperó el trabajo de comunidades indígenas que son ancestralmente cultivadores y cosechadores de algodón. Vamos a hacer solo básicos, porque son prendas más versátiles, que permiten también consumir menos ropa.
-¿Cómo es para ustedes trabajar con una empresa grande?
Pienso que hay que hacer cambios desde los espacios que una pueda tener. Paris, si bien es una empresa muy grande, ha ido abriendo espacios para la sustentabilidad, como ferias de intercambio, reciclaje de textiles, y varios otros. Les propuse este proyecto de los básicos y desde el área de Sostenibilidad de Paris se la jugaron; están viendo nuevas formas de hacer las cosas y que resulte, que las personas entiendan qué es lo que se está ofreciendo.
Siempre me relaciono con empresas, pero manteniendo la autonomía, así como los principios y valores que promovemos. En este caso ha sido super respetuoso el trato por ambas partes, nos han dado harto espacio para desarrollar el proyecto, lo que es súper útil para nosotras, porque desde el mundo de las organizaciones sociales no tenemos la infraestructura ni la inversión que tienen las empresas grandes. Así que si podemos tener esta plataforma para visibilizar un proyecto tan bueno como este, entonces démosle. Vamos a regirnos por las condiciones de las organizaciones de costureras, en cuanto a horarios, pagos, etc., y además nos interesa mucho poner rostros a los productos, es decir, que quien compra sepa quién es la mujer que cosió su ropa, su nombre, donde vive, cuántos años tiene, cómo vive; queremos destacar el valor del componente humano.
-¿Crees que se puede avanzar hacia una sostenibilidad de verdad en la industria de la moda?
Soy bastante optimista porque veo que se puede hacer; obviamente hay grandes contrafuerzas, el mismo sistema capitalista por la forma como opera, las grandes corporaciones, es muy difícil oponerse a eso, pero creo que puede lograrse con un gran cambio sociocultural.
Todo lo que hemos logrado, desde el movimiento de las mujeres hasta la reivindicación de las minorías sexuales, se debe a cambios socioculturales. Es cosa de pensar cómo era nuestra sociedad hace 20 años atrás y cómo es hoy, por ejemplo en inclusión, el lenguaje, los animalitos. Por ejemplo, en la industria de la moda uno de los grandes cambios del último tiempo y que estuvo a cargo de una organización fue el uso de pieles. Cuando yo era chica todo el mundo usaba pieles y había un maltrato animal espantoso, en cambio hoy nadie se pone un abrigo de piel por el que mataron 10 chinchillas; no existe, es mal visto.
Una vez que los cambios se instalan en la sociedad y en las cabezas de las personas, aunque eso cueste y se demore, son inamovibles. Por eso creo que lo más importante es cambiar al cultura, porque si esta cambia, las empresas tienen que cambiar, los gobiernos tienen que adecuarse, lo demás va a ir moviéndose.
Desde Fashion Revolution estamos en eso, concientizando, hablando de consumo responsable, visibilizando. Podemos hacer un cambio planetario, hay mucha gente trabajando en esto, en cuanto a protección de la naturaleza y a vivir en una sociedad mejor, más justa, más bondadosa, más preocupada del que está al lado.
“En el piloto con Paris nos interesa mucho poner rostros a los productos, es decir, que quien compra sepa quién es la mujer que cosió su ropa, su nombre, donde vive, cuántos años tiene, cómo vive; queremos destacar el valor del componente humano”.