El video de millones de neumáticos ardiendo en Kuwait, emitiendo un humo negro extendido sobre la atmósfera, impactó al mundo entero tanto como el informe del IPCC que, días después, puso sobre la mesa la evidencia de que el cambio climático es una realidad irrefutable, y que algunas de esas variaciones, para colmo, son irreversibles.
A casi 13.000 kilómetros de distancia, en cambio, un país sudamericano cobija un emprendimiento a mediana escala que, en lugar de quemar los cauchos de los neumáticos, se esmera en transformarlos y darle una utilidad con triple impacto. Se trata de la empresa boliviana Mamut, creada por el ingeniero industrial cochabambino Manuel Laredo, quien fabrica unos 14 tipos de productos de construcción para ciudades sostenibles a partir de las llantas de neumáticos.
Aunque partió prácticamente de la nada, el proyecto de economía circular “natural” -como lo llama él- ha tenido una masiva aceptación, tanto al interior de las ciudades bolivianas como en las limítrofes, y está llegando incluso a extender sus dominios a Paraguay y Panamá. De su exitoso modelo de negocios circular y la escalabilidad de su propuesta, por la cual el emprendedor ha obtenido un sinnúmero de reconocimientos, Laredo hablará en el seminario “Emprendimientos circulares desde América Latina y el Caribe”, organizado por el Centro de Innovación y Economía Circular (CIEC) de Iquique, y que se celebrará el 17 y 18 de agosto. Manuel expondrá el primer día del evento, a partir de las 10.00 horas.
-¿Cómo se vuelve factible esta mezcla entre sostenibilidad y rentabilidad? ¿De qué manera se expresa en el modelo de negocios?
-En Mamut creemos que la sostenibilidad es una herramienta de competitividad. Lo que hacemos como empresa es generar materiales de construcción justamente para la construcción de ciudades sostenibles. En Bolivia 26 mil millones de dólares están siendo enterrados cada año. Es un tema financiero. Estamos hablando de ciudades que botan mucho, que tienen problemas de infraestructura sostenible, problemas de empleo e impactos ambientales. Hoy el desarrollo ya no se mide por la riqueza que genera la empresa, sino por la prosperidad. Las empresas circulares, a través de su triple impacto, son una herramienta que apoya este paradigma de desarrollo sostenible.
-¿Qué oportunidad detectaron en Bolivia a partir de los neumáticos en desuso?
-Bueno, usamos el residuo de la llanta. En Bolivia hay 30 millones de llantas; hay más llantas que personas. Estaban botadas en las esquinas y provocan un problema no solo por la degradación, sino porque taponean las acequias. Es un problema urbano. Trabajamos con el 20 por ciento del pasivo de las llantas en Bolivia. Tenemos 3.000 proyectos en ciudades bolivianas, incluso donde no hay camino asfaltado. Ya llegamos a Panamá y Paraguay (en este último inauguramos una planta). Hemos cambiado la vida de 500.000 usuarios a través de nuestro proyecto, de nuestros ecoparques, cuando se dan cuenta que mantener una llanta en vida es 8 veces más provechoso ambientalmente a que sea quemada.
-Cuando hablas de que promueves la economía circular “natural”, ¿a qué te refieres?
-Es aquella economía circular que nace de forma orgánica, sin que haya leyes. En Europa la economía circular nace del Estado, pero en América Latina la situación ha comenzado al revés. Hay una economía circular muy en nuestro estilo, basado en los ecorrecolectores. Acá ya se reutilizaba el caucho; solo que a nadie le importaba. En nuestro modelo, no recogemos las llantas, sino que eso lo hacen otras personas con las que trabajamos; no recogemos plástico. Le damos el valor final. Cuando viene un ingeniero coreano acá a Bolivia percibe que lo más interesante del modelo boliviano es que no es subvencionado por el Estado. En otras partes el Estado paga a las empresas por las llantas. Acá no pasa eso. Nosotros hemos ido cambiando el chip, hemos demostrado que la infraestructura puede ser diseñada de forma diferente, que podemos producir con energía solar, promovemos el consumo responsable. Eso es la economía circular natural. En el modelo coreano tienen varios puntos de acopio, un manejador de residuos certificado, todo muy lindo; un 90 por ciento de eficiencia que cuesta 150 millones de dólares. La realidad es muy distinta en Latinoamérica: las conurbaciones acá no tienen la cantidad de basura, de residuos ni los 150 millones de dólares para hacerlo funcionar.