El último verano se inició en Chile con una amenaza latente: las imágenes que llegaban de Australia daban cuenta de una catástrofe por una serie de megaincendios que arrasaron cerca de 10 millones de hectáreas, causaron 26 muertes y destruyeron casi 2.500 edificios. Un escenario que recordó la “tormenta de fuego” que entre el 18 de enero y el 5 de febrero de 2017 destruyó casi 500 mil hectáreas y 2.280 viviendas entre O’Higgins y el Biobío, que se transformó además en una amenaza cierta. “Tenemos las mismas condiciones para la generación de incendios que Australia”, dijo en enero José Manuel Rebolledo, director ejecutivo de la Conaf. Y con un agravante: la sequía en Chile es mucho más severa, con un verano que se preveía 2ºC más caluroso que lo normal.
De acuerdo a las proyecciones realizadas por Conaf al inicio de la temporada de incendios, se esperaba que los siniestros podrían afectar a entre 80 mil y 120 mil hectáreas, condeirando que entre julio y octubre de 2019 se había quemado ya una superficie un 108% más que la temporada anterior y 43% más que el último quinquenio. Además, las complejas proyecciones climáticas se cumplieron. Según un análisis realizado por el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), titulado “La temporada de incendios 2019-2020: Lecciones y desafíos”, la temperatura promedio entre diciembre y febrero en Santiago fue de 31,4ºC, valor que comparte el record histórico con el verano 2016-2017. A esto se sumó un invierno extremadamente seco, con un déficit de precipitaciones de entre un 50% y un 80%.
No obstante ello, y si bien no se trata de una cifra para celebrar, a la fecha los incendios han destruido en Chile casi 95 mil hectáreas, un valor superior al promedio histórico -si se deja fuera el excepcional verano 2016-2017-, “pero por debajo de lo que se esperaba para un verano tan cálido como este (unas 230 mil hectáreas en promedio, pero con un rango de entre 140 mil y 350 mil hectáreas)”, señala el informe del CR2.
Aunque el hecho de que la superficie quemada haya estado por debajo de las espectativas es una buena noticia, es necesario ponerla en contexto, dicen los científicos, ya que se trata de una métrica muy simplificada de los daños socioambientales y económicos que ocurren durante la estación de incendios.
“Las más de 80 mil hectáreas que se han quemado (a la fecha de publicación del informe del CR2) igualmente representan una gran supercicie y graves daños, como la pérdida de más de 200 viviendas en los cerros Rocuant y San Roque de Valparaíso. De igual forma, el megaincendio en el sector Agua Fría, en la precordillera de Curicó, iniciado a mediados de febrero y controlado la primera de marzo, consumió más de 13 mil hectáreas de bosque nativo con un alto valor para la biodiversidad”, advierte el informe del CR2.
Mejoras en prevención y combate del fuego
¿Cómo explicar que ante un escenario tan adverso, el daño no haya sido mayor? A jucio de los científicos del CR2, la reducción del área quemada en Chile Central, respecto a lo esperado por la condición climática, podría estar dando cuenta de ciertos avances en prevención y control del fuego luego de los megaincendios de 2017.
“En particular -señalan-, los sectores público y privado han aumentado los esfuerzos de detección y contención temprana de focos de incendio, para lo cual destinaron una cifra récord de $120 mil millones este verano. Nuevas tecnologías de detección, aumentos en la dotación de brigadistas y mejores sistemas de combate del fuego también ayudaron a aliviar una temporada de incendio en una condición climática realmente agresiva”.