Por qué no se puede hablar de desastres “naturales” en relación a las inundaciones de los últimos días en el centro-sur del país
Si bien la amenaza se origina en fenómenos de la naturaleza, la calidad de desastre se configura a partir de acciones humanas, de decisiones adoptadas como sociedad. Así lo explican los académicos Natalia Silva, de la Universidad de Chile, y Cristian Farías, de la Universidad Católica de Temuco, quienes coinciden en que si bien Chile ha avanzado en la respuesta frente a las consecuencias, aún está al debe en la gestión del riesgo, es decir, en las acciones que reduzcan la vulnerabilidad frente a esas amenazas. “Si ponemos nuestra economía y la vida de las personas en una zona inundable, en algún momento se va a inundar”, comenta Farías en conversación con País Circular, mientras que Silva señala que “al hablar de desastre quiere decir que el riesgo se escapó de las manos, que el riesgo no fue gestionado preventivamente, ni prospectivamente, ni tampoco de manera correctiva, porque no se han realizado todas las medidas de mitigación”.
“En esta imagen está todo ¿De quién es el problema, del cerro o de construir el edificio ahí?”, señala el geofísico Cristian Farías Vega luego de ver la impactante fotografía del edificio Kandinsky -en el límite entre Viña del Mar y Concón-, al borde de un enorme socavón en el terreno que corresponde a un campo dunar, donde además fue construido un colector del agua-lluvia. La imagen se difundió en momentos en que entrevistábamos al académico de la UC de Temuco precisamente sobre las condiciones que provocan que un fenómeno natural, como las precipitaciones de los últimos días, causen estragos como lo que se han visto en la zona centro-sur del país.
Casos como el mencionado en la región de Valparaíso, o la inundación casi completa de ciudades como Santa Cruz (O’Higgins) y Licantén (Maule), o el colapso de infraestructura como el puente Tres Arcos en Linares (Maule) ocurren, sin duda, debido a la gran cantidad de agua caída. Sin embargo, los efectos negativos no se originan en la naturaleza, sino que se producen a causa de acciones humanas, de decisiones adoptadas como sociedad. Así lo explica tanto el profesor Farías, director del departamento de Obras Civiles y Geología de la UC de Temuco, como la académica Natalia Silva Bustos, coordinadora de vinculación con el medio del Programa de Reducción de Riesgos y Desastres (CITRID) de la Universidad de Chile.
“Los desastres son constructos sociales”, subraya Silva y explica que desde la década de los ’90, a nivel global, se empezó a derribar el paradigma de que los desastres eran naturales y “de la mano de Naciones Unidas, de otros organismos y, sobre todo, desde las redes de investigación, de las academias, se ha ido poniendo el foco en que los desastres son generados por las decisiones de las personas y por los modelos de desarrollo que se han elegido”.
Para entender un desastre, es necesario comprender un concepto muy importante, que es el ‘riesgo de desastres’, agrega la académica de la U. de Chile, quien trabajó casi ocho años en la Oficina Nacional de Emergencia (ONEMI, antecesora del SENAPRED), donde ejerció como subdirectora (2021-2022). “El riesgo de desastre es una probabilidad de que se sobrepasen ciertas consecuencias dañinas, negativas, de afectación de distinta índole, desde la vida humana hasta medios productivos, colapso de servicios básicos, de infraestructuras, que es un poco lo que hemos estado viendo los últimos días”, explica.
Ese riesgo siempre está latente, y tiene tres componentes básicas: las amenazas, las vulnerabilidades y la exposición. “Las amenazas sí pueden ser de origen natural, como los terremotos, erupciones volcánicas, y lo que estamos viendo hoy, con estos eventos hidrometeorológicos. Son amenazas naturales y de ahí viene este concepto errado que se instaló por mucho tiempo de los ‘desastres naturales’”, describe la especialista en Reducción del Riesgo de Desastres.
Las vulnerabilidades, en tanto, tienen relación con condiciones de base, como pobreza, degradación de suelos, condiciones ambientales, de ordenamiento territorial, entre otras; y también con las condiciones estructurales de una vivienda, un edificio, un puente, etc. Asimismo, señala la ex subdirectora de ONEMI, hay segmentos de la población que pueden ser más vulnerables frente a ciertos procesos, como los adultos mayores, personas electrodependientes, las comunidades migrantes; y también sectores productivos, como la pequeña agricultura, que por sus características están en desventaja.
Para una mayor comprensión de las ‘vulnerabilidades’, Silva Bustos describe que “se puede tener el mismo evento, en magnitud y en frecuencia, pero si hay una comunidad con mayores capacidades, es decir, menos vulnerable, ese evento los va a afectar menos (…) Y esas capacidades no siempre son recursos, sino que preparación, conocimiento, una buena percepción de su riesgo, comunidades que -por ejemplo- hayan participado de simulacros en su territorio, que hayan participado de consultas ciudadanas para la elaboración de estos planes, etc., así como tener memoria de eventos desastrosos que han afectado a su territorio; esas experiencias, que por cierto son traumáticas, también se convierten en una capacidad”.
Y la exposición, dice la académica, es “como una especie de amalgama, de pegamento, es la componente que pone en el mismo tiempo y espacio una vulnerabilidad y una amenaza. Puedo tener un elemento vulnerable y una amenaza, pero si ese elemento vulnerable no lo expongo, no lo localizo frente a una amenaza, no voy a tener una situación en riesgo”. A modo de ejemplo menciona el volcán Láscar (Antofagasta), el más activo del norte y con un nivel de peligro muy alto, pero en torno al cual existe escasa infraestructura y poca población, entonces, “el nivel de riesgo es bajo, pese que la amenaza es muy alta”.
¿Cuándo se produce un desastre? “Al hablar de desastre quiere decir que el riesgo se nos escapó de las manos, que el riesgo no fue gestionado preventivamente, ni prospectivamente, ni tampoco de manera correctiva, porque no se han realizado todas las medidas de mitigación”, resume la coordinadora de vinculación con el medio del CITRID.
Por su parte, Cristian Farías comenta que “se habla de desastre cuando nos afecta como seres humanos, por lo tanto es un mirada sumamente antrópica, y se hablaba de ‘desastres naturales’ porque en las causas hay fenómenos de la naturaleza; por ejemplo, si no hay terremoto no se cae ninguna casa, o si no hay lluvias grandes no hay crecida de río, no hay aluvión. Pero eso conlleva un problema, porque cuando lo decimos así terminamos traspasándole la carga de todas nuestras calamidades a la naturaleza y nunca entendemos por qué se generan”.
El geofísico subraya que terremotos, lluvias torrenciales, etc., siempre han ocurrido y van a seguir ocurriendo, por lo que “estamos constantemente amenazados por este tipo de fenómenos naturales”, pero la afectación a viviendas, infraestructura productiva, infraestructura vial, etc., no surge de ahí.
“El problema son nuestra decisiones. Si nos instalamos en una zona inundable y ponemos nuestra economía y la vida de las personas en una zona inundable -en la ribera de un cuerpo de agua, en un humedal rellenado, etc.-, en algún momento se va a inundar y, a menos que tomemos medidas para mitigar el impacto de la inundación, vamos a tener un desastre. Si no nos expusiéramos, obviamente no tendríamos un desastre, pero cuesta no exponerse, y por lo tanto de ahí nace el concepto de ‘desastre socionatural’, porque claramente depende de nuestras decisiones, de nuestro ordenamiento social; pero podemos decir simplemente desastres”, comenta Farías, autor del libro Manual para sobrevivir a nuestra loca geografía (Ediciones B), donde aborda estos temas.
“Si nos instalamos en una zona inundable y ponemos nuestra economía y la vida de las personas en una zona inundable, en algún momento se va a inundar y, a menos que tomemos medidas para mitigar el impacto de la inundación, vamos a tener un desastre”.
Gestión del riesgo versus gestión del desastre
Natalia Silva, quien desde sus antiguas funciones en ONEMI estuvo a cargo de la elaboración de dos Políticas nacionales de reducción de riesgo, y participó tanto en la confección de la ley y de los reglamentos para la creación del Servicio Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres, SENAPRED, (Ley 21.364 /2021), comenta que “estos días es imposible no sentir un poco de desolación al ver cómo todo esto nos vuelve a suceder (…) Como país nos debiera remecer de verdad profundamente”. La desolación de la experta no pasa solo por su empatía con los afectados, sino que apunta al hecho de que existe un trabajo previo que podría haber evitado o quizá menguado la catástrofe.
“Muchas medidas de mitigación estaban establecidas, identificadas en ciertos planes; muchas de las comunas que hoy vemos lamentablemente bajo el agua tienen planes, tanto de emergencia como de reducción de riesgo, y ahí se establecen acciones de mitigación para las cuales están súper identificados los puntos críticos. Pero eso no ha sido mitigado, ese riesgo no fue gestionado y ahora estamos en una etapa reactiva”, señala la experta de la U. de Chile.
En este punto, pone énfasis en la diferencia entre la gestión del riesgo y la gestión del desastre. Sobre esta última, señala que ha habido un buen accionar de la institucionalidad: “La gestión del desastre se está haciendo muy bien. El mecanismo ya está bien aceitado; el Sistema nacional de prevención y respuesta ante desastres -Sinapred- sabe muy bien lo que tiene que hacer, los organismos ya han enfrentado situaciones de esta naturaleza anteriormente, los sistemas de alerta de emergencia, la mensajería, las comunidades ya saben qué tienen que hacer en las evacuaciones, ha habido simulacros de preparación, de entrenamiento. Eso está muy bien, pero no podemos seguir aceptando o tolerando este nivel de riesgo”.
“Chile sigue estando al debe en gestionar el riesgo de desastres, es decir, las condiciones de base, las causas, y no solo las consecuencias”, enfatiza.
Cristian Farías coincide en que ha habido una buena gestión del desastre: “Chile ha estado mejorando un montón en los últimos 10 años en términos de la respuesta. El SENAPRED es mucho más fuerte que la ONEMI, aunque está partiendo y requiere más músculo (…) Obviamente es complicado decirle a una persona a la que se le inundó toda la casa, por supuesto, pero hay avances importantes”.
Consultado sobre las decisiones sociales que pueden generar más riesgo, el geofísico señala que va a depender de la amenaza, sin embargo, “frente a las crecidas de los río tenemos muchos pueblos, poblaciones pequeñas y también algunas ciudades -como lo hemos visto en esta semana- que están en zonas inundables y se inundaron. Tenemos que pensar que en el futuro nos va a volver a pasar, entonces hay que pensar -por ejemplo- qué muros de contención vamos a construir, o cuáles son las pequeñas represas que podemos poner aguas arriba para controlar el flujo, son preguntas súper importantes que podemos hacer”.
A modo de ejemplo, el académico de la UC Temuco menciona lo que ha ocurrido en el país con las construcciones producto de los terremotos. “Hace 150 años casi todo se caía como un terremoto. Entonces empezamos a construir de otra forma, de una manera resistente a los sismos, porque entendimos que el mayor problema de un terremoto era que se nos caían las casas y los edificios, y ahora ya no tenemos ese problema porque tomamos decisiones de acuerdo a la amenaza”
No obstante, observa, “eso nos tomó muchas décadas”, y menciona de forma crítica que “la ley para crear el SENAPRED, que permite tener mayores herramientas para responder y para planificar, esa ley estuvo ¡10 años! en el Congreso. Entonces también hay una voluntad política de no querer hacer cosas o que no le toman el peso a las cosas”.
“Tenemos que hacer frente a los riesgos que ya tenemos, ver cómo lo reducimos, cómo los mitigamos, pero también debemos propender a no crear nuevos riesgos, es decir, a trabajar con la vulnerabilidad y con la exposición (…) y eso en nuestro modelo de desarrollo económico quizás cuesta porque ahí hay varias rigideces y se necesita voluntad y factibilidad política para cambiarlas”.
Un debate pendiente con preguntas incómodas
Farías agrega que un tema importante, “una discusión que no hemos querido tener como sociedad”, es pensar en cómo determinar aquellas zonas en las cuales definitivamente no se puede construir. “El problema es que hemos construido, no solamente en tomas de terreno, sino que también hemos condominios con permiso y todo lo demás, en zonas que están muy expuestas a este tipo de amenazas. Sacar a esas personas y moverlas a otro lado es sumamente difícil, no es lo más viable que se puede hacer, pero sí podemos pensar hacia adelante”.
“Bajo la nueva ley de SENAPRED existe la idea de poder hacer vinculantes los mapas de riesgo, es decir, que se tenga que tomar obligatoriamente en cuenta al momento de generar la planificación de un territorio. Existe el cuerpo legal, pero otra cosa es que realmente podemos llevarlo a la práctica, y para eso necesitamos que todos estemos conscientes de que esto es un problema. Entonces, la primera parte de la pega es concientizar, no solamente cada uno de nosotros que andamos en la calle, sino que también a las autoridades, a los tomadores de decisiones, a quienes están en el sector productivo, porque esto tiene una parte económica y si seguimos así, lo que va a pasas es que vamos a enfrentar grandes pérdidas económicas”, indica el geofísico, autor también del libro Volcanes y Terremotos (Ediciones B).
Sobre este punto, Natalia Silva subraya que junto a las pérdidas económicas causadas por los desastres existe una “afectación multidimensional, que no siempre se cuantifica, tampoco se cualifica, por lo tanto es muy difícil que tengamos la apertura, la voluntad, la factibilidad política de poder hacernos las preguntas incómodas”. “Qué pasa con la planificación y el ordenamiento territorial?; eso es clave. No podemos reducir el riesgo de desastres ni adaptarnos al cambio climático sin considerar estos grandes motores que nos van a empezar a empujar en las próximas décadas en nuestra planificación, en nuestro ordenamiento, ahí tenemos que ser muy claros en qué niveles de riesgo aceptamos, qué riesgos no son admisibles y qué hacemos con ellos”.
La académica de la U. de Chile comenta que entre los temas incómodos está también el modelo de desarrollo, “capitalista, neoliberal, que permite muchas veces también la creación de nuevos riesgos. Entonces, tenemos que hacer frente a los riesgos que ya tenemos, ver cómo lo reducimos, cómo los mitigamos, pero también debemos propender a no crear nuevos riesgos, es decir a trabajar con la vulnerabilidad y con la exposición (…) y eso en nuestro modelo de desarrollo económico quizás cuesta porque ahí hay varias rigideces y se necesita voluntad y factibilidad política para cambiarlas”.
Otra de las preguntas de fondo, dice la ex subdirectora de ONEMI, es qué necesitamos para que más allá de los bonos y apoyos económicos que vienen en el proceso de recuperación tras un desastre, “miremos cuánto más podemos invertir en ese resiliencia territorial”. Existe evidencia, comenta, d que es mucho más costo eficiente invertir en preparación, en mitigación, que tener que gastar en respuesta y recuperación, “pero los resultados de haber prevenido, de haber mitigado no son de corto plazo, y aunque tengan un retorno muy alto, muchas veces no son incentivos para las autoridades que están en el minuto, porque los ciclos de gobierno son de cuatro años”.
Una mirada similar tiene el profesor Farías en relación a dónde hacer las inversiones: “Queremos crecer, no que a cada rato tengamos que estar volviendo a reconstruir y perdiendo todo lo ganado. Eso es parte también de reducir el riesgo de un desastre y tiene que ver con pensar a largo plazo, involucra hacer una pega que es tal vez invisible y eso a veces no le gusta a los políticos de turno, porque no se ve, no pueden pavonear. Este tipo de cosas son súper difíciles, pero ¿qué opción tenemos’, honestamente”, concluye le geofísico.