Wenceslao Unanue, experto en felicidad: “El PIB está obsoleto como principal indicador de progreso”
El director del Instituto de Bienestar y profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI) es uno de los invitados al XXII Encuentro de Desarrollo Sostenible: Hebras Comunes, y en esta entrevista con País Circular comenta los ejes sobre los cuales versará su presentación. Economista y sicólogo, Unanue asegura que, basado en su experiencia en Bután, es posible medir la felicidad de los habitantes de los países a través de indicadores. Tener prácticas sostenibles, dice él, es signo de mayor felicidad.
En enero de 2013, Wenceslao Unanue vivió una experiencia única e irrepetible: conocer in situ al rey de Bután, un país asiático que hacía años medía la Felicidad Interna Bruta, en reemplazo del Producto Interno Bruto (PIB). Bután y la ONU convocaron en ese entonces a 50 expertos del mundo en felicidad -entre ellos Unanue- para conocer en terreno la experiencia e intentar extrapolarla a sus propios países.
“Allá comprobé que era posible medir la felicidad”, dice Unanue, uno de los invitados al XXII Encuentro de Desarrollo Sostenible: “Hebras comunes: hilando el presente para sostener el futuro”, organizado por Acción Empresas y programado para el martes 4 de octubre. Unanue, director del Instituto de Bienestar y profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez (UAI), abrirá el foro a las 09.15 en una conversación con el economista y co-director del Centro de Desarrollo Económico y Bienestar de la London School Economics, Richard Lavard. La mesa lleva por título “Bienestar Social: La Nueva Economía”.
Precisamente el bienestar y la felicidad está en el centro de las investigaciones de Unanue, quien se graduó de doctor en Psicología Económica y Felicidad de la Universidad de Sussex, Reino Unido; y de ingeniero comercial, sicólogo y economía aplicada en la Universidad Católica de Chile. Él, siguiendo el ejemplo que conoció en Bután, lleva años estudiando la felicidad como un indicador que puede sustituir el clásico PIB para medir el progreso o desarrollo. Por cierto, el desarrollo sostenible tiene mucho que ver con la aspiración a la felicidad que, asegura, ya se estudia como una ciencia.
-¿En qué va a consistir su presentación en el XXII Encuentro de Desarrollo Sostenible?
-Más que una charla mía, tendré la suerte de tener una conversación con Richard Layard, profesor emérito de la London School Economics, una de las universidades más prestigiadas del mundo. Él es un economista laboral que fue migrando al estudio del bienestar y la felicidad en distintos ámbitos. Dice que estos ámbitos debiesen ser indicadores de progreso y desarrollo. En la economía tradicional estamos acostumbrados a mirar el crecimiento económico del PIB como el principal indicador de progreso, pero eso está obsoleto. Nos falta entender por qué. Deberíamos profundizar en esa falla. El PIB no mide desigualdad, de hecho, los ricos son más ricos y los pobres, más pobres; en términos de sostenibilidad, el PIB no reconoce el impacto en el uso de los recursos naturales y su agotamiento; tampoco reconoce la economía subterránea ni mide los impactos en la salud mental. Voy a intentar de que Richard Layard nos muestre el valor que tiene medir y trabajar el bienestar al interior de las organizaciones: es una ganancia para todos. Será un debate imperdible porque es importante hacernos cargo de nuestro entorno. Yo que estudié economía en la UC nos decían que el principal objetivo de una empresa era maximizar la rentabilidad de los accionistas. Hoy eso también está obsoleto. Si tú le haces daño a tu entorno, tu entorno va a dejar de estar contigo.
“Uno de los determinantes más importantes de la felicidad es el altruismo. Es un comportamiento social en beneficio de otros. Si cada jefe toma una decisión pensando en el bienestar de otros, el mundo puede cambiar rápidamente. No es algo esotérico. Es algo avalado por diferentes ciencias, con la neurociencia y la sicología positiva”.
-¿Cómo es posible medir algo tan subjetivo como la felicidad?
-Sí, claro. Yo llevo 20 años trabajando en felicidad y en lo que se conoce como nueva ciencia de la felicidad. Richard Layard tiene un libro best seller que se llama Happiness: Lessons from a New Science. Hay más de 50 años de investigación en felicidad y se han desarrollado instrumentos, escalas y cuestionarios validados en el mundo entero que permiten medir qué tan felices somos. La felicidad es un constructo complejo, pero sí se puede medir si tienes las escalas correctas. Incluso hay avances en la neurociencia, con escáner en el cerebro, que dicen que hay sectores del cerebro que se iluminan cuando son felices y se apagan cuando son tristes. En términos resumidos, hay dos visiones de la felicidad: una visión hedónica y otra llamada eudaimónica. En la visión hedónica, la felicidad está asociada con la satisfacción con la vida que tenemos y con las emociones. Es un elemento cognitivo, retrospectiva, donde evaluamos nuestras emociones positivas (gratitud, esperanza) y las negativas (miedo, rabia, frustración). Es una felicidad más de corto plazo.
-¿Y qué hay con la felicidad eudaimónica?
-Bueno, viene de la antigua Grecia y se origina en la vida en virtud. Habla de que la felicidad era un mundo que se da cuando las personas construyen buenos vínculos, generan confianza, se sienten autónomos y tienes crecimiento personal. Si se cumplen las dos felicidades, puedes medir qué tan felices son las personas en su contexto global. Lo que hizo Bután fue notable en desarrollar el índice de Felicidad Interna Bruta, ya que salen del individuo y van a la sociedad. La ONU le pidió a la Universidad de Oxford que le ayudara a diseñar un indicador, y es potente. Está científicamente desarrollado.
-¿Y esta medición lleva a un índice de felicidad?
-Claro, se llevan a un porcentaje. Hay algunos indicadores en la Felicidad Interna Bruta que asociamos a lo material, pero también tiene indicadores de la calidad de la educación y de la salud. Pero no sólo la salud física, sino también la mental y la espiritual, o sea, en términos más holísticos. En realidad esos indicadores no son tan distintos al Índice de Desarrollo Humano. Pero tiene otros que son bien notables, como el uso del tiempo. Plantean que un ser humano debería ser capaz de dividir el tiempo en tres tercios: ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para compartir con la familia, amigos y hacer acciones altruistas. Para tener una buena salud, por cierto, un ser humano debería ser capaz de distribuir el tiempo en esa proporción. Sabemos que en Chile la gente duerme mucho menos que en esas ocho horas. También hay un índice de vitalidad comunitaria, es decir, cómo se construye capital social con la gente que te rodea, cuando hoy hay cada vez más gente viviendo sola en departamentos, sin conocer a sus vecinos y se ha perdido la vida de barrio. Le dan mucho valor a construir comunidad. Otro valor es la protección del medio ambiente. Este tiene varios subindicadores: es una medida básica de sus políticas públicas, tienen un equipo experto, miden las políticas públicas en función de la felicidad: si generan honestidad, eficiencia y confianza. Son indicadores que no estamos acostumbrados en Chile a medir, pero que no están lejanos a la realidad. Podríamos medirlos nosotros.
-¿Cómo crees que sería el índice de felicidad en Chile, cuando hoy tenemos una alta conflictividad social, sobre un modelo económico que ha generado severas desigualdades y el dominio de unos pocos sobre la mayoría?
-No hay mediciones anteriores. Tendríamos que partir para saber cómo hemos ido cambiando en el tiempo. En Chile, de todos modos, sabemos que estamos en deudas en hartas cosas, como en el uso del tiempo y en la vitalidad comunitaria. En términos de salud mental hemos visto crecer problemas a gran escala. Nos falta mucho. Uno de los principales indicadores de felicidad es la confianza, y Chile es uno de los países que tiene muy poca confianza. Los países nórdicos confían en uno 80 por cierto en promedio en las personas que viven con ellos; hace un año, en Chile, la confianza andaba en el 30 por ciento. Después del estallido social, replicamos en una muestra muy grande cómo evaluaba la afirmación: “La mayoría de los chilenos son confiables”. Y resulta que el 12 por ciento solamente tiene confianza en los chilenos. Imagina vivir en una sociedad donde no confías en las parejas, en los jefes, en las empresas, en tus vecinos. El mayor nivel de desconfianza recaía en los diputados y senadores.
“Uno de los indicadores de la Felicidad Interna Bruta plantea que un ser humano debería ser capaz de dividir el tiempo en tres tercios: ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para compartir con la familia, amigos y hacer acciones altruistas. Para tener una buena salud, por cierto, un ser humano debería ser capaz de distribuir el tiempo en esa proporción”.
-¿Y qué se podría decir de lo que algunos llaman “positividad tóxica” o “dictadura de la felicidad” emanados desde la sicología? ¿No pasan por alto que las personas también pueden sentir enojo, rabia y frustración?
-Yo creo que todo es válido. El estudio y la práctica de la felicidad se ha vuelto un trending topic. Lamentablemente hay gente que tiene la misión de ser 100 por ciento feliz y eso le pone una presión excesiva. La felicidad no es la meta, sino el camino. Hay que disfrutar la construcción de esa vida grata. No es que vayas a ser 100 por ciento feliz. Una sociedad para ser feliz tiene que aprender a confiar más, a crear mejores vínculos. Los estudios han determinado algo súper novedoso para ciertas disciplinas tradicionales que piensan que el ser humano es intrínsecamente egoísta; han hallado que uno de los principales elementos de la felicidad es el altruismo. Es difícil ser una sociedad feliz sin trabajar esos temas. Las instituciones tienen que darnos muestras de que son confiables, de que se van a acabar los abusos. Esas cosas nos pueden llevar a una sociedad mejor.
-En tu concepto, ¿felicidad y bienestar son sinónimos o hay matices?
-En la ciencia, felicidad y bienestar se entienden indistintamente, pero yo prefiero hablar de felicidad porque no deja a nadie indiferente. El bienestar se entiende como un departamento dentro de una empresa, es un concepto más administrativo; o cuando se habla de la economía del bienestar. Felicidad es un concepto más nuevo.
-Ya que estarás en un encuentro de desarrollo sostenible con empresas grandes. ¿Cuáles gestos debería hacer el gran empresariado para tender hacia la felicidad con la comunidad? Tú mismo has mencionado que ha habido una cultura de abuso, que se ha condenado con clases de ética, y eso ha generado una alta desconfianza en la población…
-El primer desafío en el mundo es la crisis climática global y las empresas también tienen ese desafío de cuidar el planeta. A mí lo que me mueve es que uno de los determinantes más importantes de la felicidad es el altruismo. Es un comportamiento social en beneficio de otros. Si cada jefe toma una decisión pensando en el bienestar de otros, el mundo puede cambiar rápidamente. No es algo esotérico. Es algo avalado por diferentes ciencias, con la neurociencia y la sicología positiva. Basta el ayudar para tener una mejor calidad de vida. Hacer altruismo te da una energía física y vital increíble para reforzar tus actos altruistas y construir un mundo mejor.
-Finalmente, ¿cuál es la relación entre sostenibilidad y felicidad?
-Es una relación directo. El cuidado del medio ambiente es un comportamiento pro-social y altruista. Hay una diferencia: si voy a donar sangre cada tres meses, es un acto pro-social: si además es altruismo, es porque lo hago por una motivación intrínseca sin esperar algo a cambio. Si por ejemplo reciclo porque me ve mi vecino, es un acto pro-social, pero no altruista; si creo que estoy salvando al planeta, pero no espero nada a cambio, sí es altruista. Está demostrado que reciclar, usar transporte limpio y eficiente, compostar, genera más felicidad hedónica y eudaimónica. Las personas que se preocupan del medio ambiente son más felices que quienes no lo cuidan o lo destruyen.