Coquimbo: el espejismo de los embalses
“Construir un embalse toma entre doce y quince años, un tiempo que los agricultores de Coquimbo simplemente no tienen. Al mes de octubre, los embalses de la región almacenan en promedio apenas un veinte por ciento de su capacidad total, lo que revela su limitada efectividad frente a la magnitud de la sequía. El problema, por tanto, no es la falta de embalses, sino la falta de agua y, sobre todo, la falta de gestión moderna y coordinada”.

La Región de Coquimbo ha sido, sin duda, la más golpeada del país por la crisis hídrica. Su paisaje refleja hoy las tensiones de un modelo agrícola que se debate entre la supervivencia y la reinvención. La escasez ha puesto en jaque a cientos de pequeños y medianos agricultores, pilares económicos y sociales del territorio, cuya viabilidad está en riesgo.
Frente a esta situación, las voces que exigen nuevos embalses vuelven a sonar con fuerza. Sin embargo, hay un dato que debería invitarnos a reflexionar: Coquimbo es la segunda región del país con más embalses -con un total de ocho-, solo superada por Biobío, que posee nueve. Entonces, ¿por qué seguimos apostando únicamente por esta infraestructura cuando los actuales, en los valles de Elqui y Limarí, no logran llenar ni una quinta parte de su capacidad?
Chile es un país angosto, de cuencas cortas y pendientes pronunciadas que van desde la cordillera al mar. Esa geografía hace que las aguas bajen rápido y permanezcan poco tiempo en el suelo. En Los Vilos —el punto más estrecho del territorio, con apenas 93 kilómetros— el agua se va tan rápido como llega. Los embalses pueden servir para enfrentar sequías temporales, pero lo que estamos viviendo no es temporal: la ciencia ha demostrado que la escasez hídrica será permanente. El desafío, entonces, no está solo en acumular agua, sino en gestionarla integralmente, a nivel de cuenca y con la participación de todos los actores hídricos.
Construir un embalse toma entre doce y quince años, un tiempo que los agricultores de Coquimbo simplemente no tienen. Al mes de octubre, los embalses de la región almacenan en promedio apenas un veinte por ciento de su capacidad total, lo que revela su limitada efectividad frente a la magnitud de la sequía. El problema, por tanto, no es la falta de embalses, sino la falta de agua y, sobre todo, la falta de gestión moderna y coordinada.
Existen alternativas que deben analizarse con rigor técnico y visión de futuro: plantas desaladoras, reúso de aguas tratadas, interconexión de embalses, recarga de acuíferos, tecnificación del riego, educación ambiental y soluciones basadas en la naturaleza. Ninguna de estas medidas, por sí sola, resolverá la crisis, pero juntas pueden construir un sistema hídrico resiliente, sostenible y económicamente eficiente.
La experiencia demuestra que la infraestructura sin gestión es apenas un parche costoso. Coquimbo necesita una hoja de ruta compartida y una gobernanza del agua sólida, descentralizada y participativa, capaz de integrar decisiones públicas, privadas y comunitarias.
El futuro del agua en la región no depende de cuántos embalses construyamos, sino de cómo decidamos gestionarla juntos. Se requiere un pacto hídrico regional, público-privado y de largo plazo, que combine conocimiento técnico, voluntad política y compromiso ciudadano.







