Reconocer el valor del agua nos ayudará a utilizarla con sensatez
“Todo enfoque sostenible pasa por una comprensión sólida de las condiciones y necesidades imperantes, en particular por lo que se refiere al acceso a agua potable sana, el agua con fines de desarrollo industrial y las necesidades de agua de los ecosistemas a escala territorial, que carecen de abastecimiento suficiente en casi la mitad de los sistemas de riego utilizados hoy”
“El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza”. Así se expresó Leonardo da Vinci y no puede decirse que el legendario genio haya sido el único en percatarse de su importancia.
Utilizamos el agua por muchos motivos que van del baño y la bebida a la atención de necesidades industriales, pero, sobre todo, la utilizamos para producir alimentos. La agricultura absorbe el 70 % de las extracciones mundiales. Si el agua no se utiliza con sensatez, surge un panorama sombrío.
Hoy en día, uno de cada seis habitantes del planeta vive en zonas aquejadas de graves limitaciones de agua. Más del 90 por ciento de ellos se encuentran en Asia y África del Norte. En otras regiones del mundo, solo entre el 1 y el 5 por ciento de las personas viven en zonas con escasez de agua extrema. En América Latina y el Caribe, el 4 por ciento vive en áreas con extrema escasez; si bien esta proporción puede parecer insignificante, implica que más de 20 millones de personas enfrentan una alta escasez de agua. A escala mundial, la disponibilidad per cápita de recursos de agua dulce ha disminuido más de un 20 % en los dos últimos decenios.
Los países con una amplia disponibilidad de agua tienen barra libre. Un ejemplo es el Brasil, donde corresponden a cada residente casi 42.000 m3 anuales de agua dulce renovable. Sin embargo, la mayor parte de esa agua se encuentra en la Cuenca Amazónica y la población no la utiliza. Los grandes países productores de alimentos, como China y los Estados Unidos de América, dependen considerablemente, a escala interna y por la vía comercial, de acuíferos que se agotan con rapidez; el hecho de que actualmente no haya indicios evidentes de estrés por falta de agua no significa que no los vaya a haber mañana.
Entretanto, la región del Sahel en África y Asia central, donde se encuentran 51 de los países de bajos ingresos y con déficit de alimentos de todo el mundo, abarcan en conjunto grandes extensiones territoriales donde el estrés por falta de agua es elevado.
¿Qué debemos hacer?
La respuesta se resume en hacer más con menos.
Ello supone reconocer el valor del agua. El agua tiene un precio, y el aprovechamiento de la señal de ese precio puede incentivar claramente a los agricultores a mejorar la productividad de su agua. Los métodos son diversos: mejoras en el riego, una mejor selección de los cultivos, métodos innovadores de almacenamiento y conservación y muy diversas soluciones basadas en la naturaleza que den cabida con frecuencia a la acuicultura. Todos ellos necesitan de una gobernanza sólida e inclusiva que permita atender las necesidades básicas de todos, especialmente las de los pequeños productores rurales.
Todo enfoque sostenible pasa por una comprensión sólida de las condiciones y necesidades imperantes, en particular por lo que se refiere al acceso a agua potable sana, el agua con fines de desarrollo industrial y las necesidades de agua de los ecosistemas a escala territorial, que carecen de abastecimiento suficiente en casi la mitad de los sistemas de riego utilizados hoy.
En consecuencia, la contabilidad del agua y su auditoría, prácticas poco habituales, deben servir de punto de partida a toda estrategia eficaz dirigida a hacer frente a la escasez y el desabastecimiento de agua.
En El estado mundial de la agricultura y la alimentación de 2020, nuevo informe principal de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, se examina en profundidad la cuestión trazando los puntos álgidos, repasando los diversos sistemas de ordenación del agua en el mundo y señalando vías de mejora.
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No hay tiempo para llorar ni necesidad de ello. Existen algunas perspectivas halagüeñas. Por ejemplo, en el África subsahariana, donde los índices de inseguridad alimentaria y crecimiento demográfico son los más altos, la ampliación del riego ofrece un amplio horizonte, lo cual puede impulsar considerablemente la productividad agrícola garantizando a la vez un uso eficiente del agua. Actualmente, solo el 3 % de las tierras de cultivo de esa región está provisto para el riego, pero el porcentaje está abocado a aumentar. También existe un gran potencial para expandir el riego en América Latina y el Caribe y mejorar la productividad del agua. La expansión inteligente puede fomentarse a través de programas específicos que ofrezcan a los pequeños agricultores un mayor acceso a la energía y al crédito. Las inversiones deben ir acompañadas de sistemas de gobernanza equitativos, inclusivos y eficaces para garantizar el uso sostenible del agua, ya que casi una décima parte de las tierras de cultivo de la región está experimentando limitaciones de agua.
Lao Tzu, el gran sabio del taoísmo clásico, afirmó que el agua “beneficia en gran medida a todas las cosas, sin conflictos”. Observó su condición de elemento fluido, suave y flexible, lo cual, como se señala en el informe de la FAO sobre el estado mundial de la agricultura y la alimentación, hace que su gestión no sea inherentemente demasiado difícil. Agregó que, paradójicamente, el agua desgasta la roca y se impone sobre lo que sea duro.
Podemos y debemos aprender y aplicar nosotros mismos esa cualidad para velar por que el agua siga haciendo magia a favor de los casi 10 000 millones de personas que habitarán nuestro planeta en 2050.
Máximo Torero es economista jefe de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)