En su Día Internacional: El desafío de las bolsas plásticas
“Si el objetivo es minimizar los impactos asociados al uso de un material u otro sobre el medio ambiente, las normativas debiesen estar redactadas en función de la cantidad de energía, recursos, emisiones y deshechos que se producen como consecuencia de la elaboración de un producto, y que esta información sea comparable entre un producto y otro”.


El Día Internacional Libre de Bolsas Plásticas se celebra un mes antes que se cumplan cuatro años de que comenzara a regir la Ley 21.100, que prohibió la entrega de bolsas plásticas de comercio en Chile, marcando un hito por convertirnos en el primer país latinoamericano en adoptar esta normativa que cambió los hábitos de nuestra población y la impulsó transformación de este sector.
Actualmente, hemos decidido limitar la circulación de plásticos de un solo uso, partiendo por la regulación en su entrega en establecimientos de expendio de alimentos, como está contenido en la ley que acaba de experimentar en el Senado una extensión en los plazos para su entrada en vigencia, debido a los retrasos en la elaboración del reglamento necesario.
A primera vista, no cabe duda de que la intención de estas normativas es producir un impacto positivo en el medio ambiente a través de la prohibición de la entrega de un producto fabricado con plástico que está diseñado para ser inmediatamente descartado. Según un informe de la consultoría EA Earth Action, líder en la investigación del impacto medioambiental del plástico, al menos un millón de toneladas de aditivos del plástico contaminan cada año los océanos. De acuerdo con el documento, de los más de 13.000 aditivos presentes en los plásticos, un 24% de ellos representan una amenaza potencial para el medio ambiente.
Sin embargo, el problema no radica en el material —plástico, en este caso—, sino en las conductas asociadas a su uso y la información con la que contamos los consumidores a la hora de evaluar el impacto que tiene la producción y uso, por ejemplo, de una bolsa u otro producto fabricado con plástico versus otro fabricado con papel u otro material.
Al final, si el objetivo es minimizar los impactos asociados al uso de un material u otro sobre el medio ambiente, las normativas debiesen estar redactadas en función de la cantidad de energía, recursos, emisiones y deshechos que se producen como consecuencia de la elaboración de un producto, y que esta información sea comparable entre un producto y otro. Esto es lo que se conoce como “análisis de ciclo de vida” (ACV), que entrega información valiosa y comparable para la toma de decisiones.
El mejor ejemplo es que, a pesar de que usamos bolsas reutilizables para llevarnos las compras del supermercado a nuestro hogar, la oferta de bolsas plásticas en las góndolas de supermercados ha aumentado en los últimos tiempos. Esto refleja que el producto “bolsa plástica” sigue siendo demandado y soluciona una necesidad del consumidor. Lo que se extraña en la normativa es alguna herramienta que se haga cargo de fomentar el uso racional de los materiales, minimizando el impacto asociado a la elaboración de los productos, garantizando que estos tengan una alternativa de valorización al final de su ciclo de vida, incorporando en concepto de economía circular, e incorporando herramientas de ecodiseño en su evaluación.