Psicólogo Rodolfo Sapiains, sobre la ecoansiedad: “Nos falta pensar en futuros alternativos que no sean catastróficos”
Estar en contacto con la naturaleza entrega comprobados beneficios para la salud mental, bajo las condiciones adecuadas. No obstante, un efecto totalmente opuesto puede desarrollarse a partir de ecosistemas deteriorados en los que se convive o a partir del temor que provoca la incertidumbre frente a catástrofes naturales. Hoy, la ansiedad producto del cambio climático es un trastorno cada vez más presente, sobre todo en la población joven, que a la vez se potenciaría debido a cómo se comunica la información, indican los especialistas. Rodolfo Sapiains, psicólogo e investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2), destaca a País Circular la necesidad urgente de cuidar el entorno, desde su área de estudio.
A pocos días de empezar la primavera, las actividades al aire libre se vuelven un panorama recurrente. Ya sean individuales o grupales, los paseos en bicicleta por los parques o el trekking en los cerros significa entretención, pero también una vía de escape para muchas personas que encuentran en la naturaleza un poder de sanación.
Sin embargo, a la inversa, mientras algunos disfrutan al máximo de estos espacios, también hay quienes sufren por la devastación medioambiental desatada, tanto a consecuencia de actividades humanas como de factores climáticos.
Al respecto, el psicólogo Rodolfo Sapiains destaca dos conceptos que han ido cobrando relevancia en el último tiempo. Por un lado la solastalgia, que implica estrés y/o angustia debido al deterioro ambiental. Y por otro, la ecoansiedad, referida al temor, depresión y/o inquietud frente a los impactos del cambio climático, acentuados por una alarmante entrega de información.
“Tenemos que empezar a construir caminos para llegar a otros mejores. Porque si seguimos pensando solamente en los problemas, no vamos a llegar a ninguna parte. No vamos a tener mejoras, nos vamos a inmovilizar”, advierte el académico del Departamento de Psicología de la Universidad de Chile e investigador del Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2).
-¿Qué antecedentes científicos avalan la relación entre naturaleza y salud?
Probablemente, uno de los más antiguos tiene que ver con las terapias de bosque, que apuntan al efecto restaurativo de los encuentros con la naturaleza. No es que haya demasiada investigación, pero es algo que en psicología se ha estudiado y que responde a que, cuando personas van a espacios donde la naturaleza está en buen estado, generalmente pueden reportar alivio a temas relacionados con salud mental. Por ejemplo, bajar niveles de ansiedad o mejorar el estado de ánimo.
Estamos hablando de cosas que no necesariamente van a ser positivas para todo el mundo. Pero, en general, interactuar con la naturaleza o contemplarla, tiene un efecto positivo a nivel fisiológico y también a nivel subjetivo. Especialmente para personas que están pasando por niveles de estrés muy altos o problemas de salud mental significativos.
“El menoscabo de los lugares también tiene un efecto negativo en la salud mental de las personas, lo que incrementa la importancia de proteger los espacios que todavía están en buen estado y de restaurar aquellos que están deteriorados, y no seguir contaminándolos”.
-¿De qué depende que este efecto sanador ligado a la naturaleza funcione para algunos y no para otros?
Depende de la situación, del contexto y por eso es difícil hacer generalizaciones. Porque no es lo mismo ir a un área protegida o a un parque donde tienes la seguridad de que vas a estar bien, a estar en un sitio donde hay riesgo de que se caiga un árbol. Por eso no hay que idealizar el tema.
Hoy día está cobrando cada vez más sentido el hecho de que la gente, sobre todo dentro de las grandes ciudades, practica actividades de montaña, como ir el fin de semana a escalar. Hay ahí un asunto de desconectarse de las presiones de la vida cotidiana, que a muchas personas les ayuda a calmarse o llenarse de energía. Por ahí va el porqué este tipo de iniciativas tienen más sentido que antes, pero también es importante plantear que no son para todo el mundo.
O que algunas personas, por ejemplo, para subir un cerro, necesitan ser guiados por un experto en esta actividad para que sea una experiencia satisfactoria, para que el proceso tenga efectivamente un efecto restaurativo. Pero no necesariamente porque yo voy al bosque, me siento bien. No tiene que ser así.
-En julio pasado el Gobierno lanzó el programa “Naturaleza para tu Salud”, con el fin de promover el vínculo de la población con ambientes verdes, ¿qué le parece este tipo de iniciativas?
Es muy positivo, porque además conecta con la importancia de proteger los ecosistemas. Sobre todo para la gente que vive en ciudades grandes, donde no hay muchas áreas verdes, se potencia la idea de que tenemos que proteger los ecosistemas. Se refuerza el tomar conciencia de cuidar el ecosistema, no solamente porque tiene un valor en sí mismo, que es muy relevante, sino también porque estos encuentros con la naturaleza benefician la salud mental. Por lo tanto, si queremos que esto siga siendo así, tenemos que cuidarlo.
Al mismo tiempo, el tercer elemento es que el cambio climático también está poniendo en riesgo muchos de esos ecosistemas. Por ejemplo, los ecosistemas de montaña producto de los deshielos o las sequías. Esto provoca que, para quienes ir a la montaña siempre ha sido un espacio sanador, al mismo tiempo les inquiete ver que está en riesgo, que está cambiando y no de una manera favorable.
Entonces, también es algo que hay que trabajar. Porque si ese lugar en la naturaleza al que ibas está siendo amenazado por el cambio climático, el bosque se está secando o el río trae menos agua, efectivamente te puede generar ansiedad, temor o pena. Por eso hay que ver esto de la manera más amplia, en el sentido de que la naturaleza se adapta, puede ser resiliente, pero tenemos que ayudarla a que sea resiliente. Tenemos que cuidarla para que los cambios asociados al clima no le afecten tanto y, en ese sentido, ver de qué modo podemos contribuir.
-¿Qué pasa con quienes no tienen la opción de interactuar con naturaleza? Quizás, aquellos que viven en sectores industriales, altamente contaminados…
Muchas veces ocurre que esas personas viven un duelo ecológico, por la pérdida de un ecosistema y ahí también aplica el concepto de solastalgia, que representa la nostalgia por cómo era el lugar donde yo vivía y cómo está ahora, todo deteriorado, contaminado.
E insisto, el menoscabo de los lugares también tiene un efecto negativo en la salud mental de las personas, lo que incrementa la importancia de proteger los espacios que todavía están en buen estado y de restaurar aquellos que están deteriorados, y no seguir contaminándolos.
-Y en el caso de quienes habitan regiones que atraviesan por graves sequías, por ejemplo, ¿ocurre lo mismo?
-Por supuesto. Ahí también aparece la ecoansiedad o ansiedad climática, por los efectos anticipados que la gente proyecta del cambio climático. Por ejemplo, el hecho de advertir que un río, que ya está bajando su nivel de agua, de aquí a 20 años se va a secar, puede generar efectivamente mucha angustia o temor. Pero este es un fenómeno que de a poco estamos empezando a observar con mayor detención.
“Tenemos que empezar a desplazar el foco a las soluciones y a las oportunidades, que son muchas, y no tanto centrarnos en el problema, que lo tenemos más o menos claro. Pensar futuros alternativos, porque en este momento lo que más nos falta son futuros alternativos que no sean catastróficos”.
-¿Qué tan reciente es el concepto de ecoansiedad?
Por lo menos de este siglo. A pesar de que uno puede encontrar estudios previos, de manera más presente en la literatura, en los últimos 10 a 15 años este concepto de ecoansiedad o ansiedad climática ha empezado ya a tener más protagonismo.
-¿Cómo la abordan los especialistas?, ¿existen terapias para tratarla?
En eso se está trabajando, estamos empezando a ver qué hacemos frente a este escenario. Pero, generalmente, lo más importante es reconocer las emociones que te producen esta ansiedad y promover acciones colectivas, con un objetivo en común. En este caso, para cuidar y valorar este tipo de lugares en la naturaleza que tan bien te han hecho, para que puedan seguir existiendo. Eso ayuda a la gente a bajar sus niveles de ansiedad.
-¿Quiénes desarrollan con más frecuencia esta ansiedad climática?
Hasta ahora, lo que uno observa es que los temas de ansiedad por el cambio climático, tienden a ser más altos en adolescentes y jóvenes. Principalmente se concentra en ese grupo la mayor preocupación, lo que tiene sentido en la medida que es la proyección del futuro de esos niños, niñas, adolescentes y jóvenes en general. Tampoco es que a los adultos no les importe nada, pero sus múltiples exigencias y responsabilidades dificultan que estén reflexionando tanto sobre el tema.
-Con respecto a la entrega de la información vinculada a la crisis climática, ¿le parece que ahí hay un error?
Sí. Ese es uno de los temas más importantes que hay que transformar, la manera en que se comunican los problemas ambientales y el cambio climático. Porque cuando tú lo analizas desde el punto de vista de “se nos acaba el tiempo”, “la catástrofe es inminente” y todo eso, es un discurso bien desempoderante para las personas y especialmente para los niños que escuchan.
Por lo tanto, tenemos que empezar a desplazar el foco a las soluciones y a las oportunidades, que son muchas, y no tanto centrarnos en el problema, que lo tenemos más o menos claro. Pensar futuros alternativos, porque en este momento lo que más nos falta son futuros alternativos que no sean catastróficos. Así que es sumamente relevante desplazar la tensión desde el problema a la acción.
-Finalmente, ¿cómo sugiere encontrar el equilibrio entre un mundo cada vez más tecnologizado y el reconectar con lo natural?
Esa es una de las discusiones más importantes que tenemos en estos tiempos. Todo está mediatizado por la tecnología y uno podría decir que la naturaleza es como lo contrario, porque nos vuelve a la esencia. Pero creo que no tiene por qué ser necesariamente así. O sea, es posible implementar y fomentar el uso responsable y adecuado de la tecnología, sobre todo en los niños y niñas que hoy día están creciendo en una sociedad donde las pantallas son indispensables.
Por ejemplo, se pueden desarrollar programas para que aprendan a moderar. A no estar todo el tiempo pendientes de la inmediatez de las redes sociales o de los juegos online, por ejemplo. Y en eso, las experiencias en la naturaleza pueden potencialmente ayudar a liberar y a matizar. Porque no es que la tecnología sea mala, para nada, pero la adicción a la tecnología por supuesto que lo es, como toda la adicción.
Y ahí también hay un camino súper interesante de explorar, pero estamos recién aprendiendo. Estamos en proceso de diseñar planes y ver qué es lo que podría funcionar.