Fenómenos climáticos sorpresivos, altas temperaturas y falta de embalses configuran el nuevo mapa de riesgos de la agricultura
Aunque el sector tiene una gran proyección de crecimiento a raíz de la cada vez más creciente demanda mundial de alimentos, la gran interrogante es si se están considerando los desafíos productivos e incluso sociales que puede traer el cambio climático. La regularidad de las estaciones se está perdiendo y está aumentando la incertidumbre, tanto como los fenómenos climáticos extremos. Buscar protección en la tecnología, infraestructura de almacenamiento de agua y diversificación del uso de la tierra aparecen como alternativas de adaptación.
La adaptación es un término cada vez más común en la agricultura. En un rubro que de por sí es incierto debido a la alta influencia que tienen algunos factores externos, como el clima, no son pocos los desafíos que se visualizan ante el escenario cada vez más nítido de cambio climático.
Hoy el sector tiene condiciones extraordinarias: exportaciones por más de US$16 mil millones, número uno del mundo en envíos de uvas, cerezas, arándanos y ciruelas, entre otros, crecimiento por sobre la media de la economía chilena en los últimos años y una demanda de alimentos a nivel mundial que solo tiene una perspectiva de aumento.
Pero en el panorama agrícola también se aprecian amenazas, algunas de ellas relacionadas con el incremento de los fenómenos climáticos extremos a causa del calentamiento global, así como la falta de infraestructura de acumulación de agua -para enfrentar las sequías y la disminución de las precipitaciones- y de riego tecnificado al momento de ser eficientes en el uso. Ambos factores son claves para este rubro en países más avanzados.
Fernando Santibáñez, doctor en bioclimatología, sistemas y modelos ambientales y actual director del Centro de Agricultura y Medioambiente (Agrimed) de la Universidad de Chile, plantea que el país “tiene una ventana bastante interesante de oportunidades en las próximas décadas, que no se debe desaprovechar. Pero eso requiere un plan de distintos actores, como el Estado y los privados, que tienen que impulsar una agricultura que va a estar sometida a mayores niveles de incertidumbre, entre otras cosas por el cambio climático”, afirma
“Para hacer frente a este escenario -agrega- hay que hacer una adaptación tecnológica, porque el agua está dando señales de escasez en una amplia zona del país (Atacama, Coquimbo y la zona de Aconcagua) que ha sido tradicionalmente agrícola, y otras donde probablemente las cotas de crecimiento están llegando a su tope, como la cuenca del Maipo”.
El costo de la adaptación
Por ello, uno de los principales retos es descubrir nuevos suelos que permitan el desarrollo agrícola. Entre los expertos se señala que la expansión de la agricultura debe darse más hacia la costa, pero que eso traerá consigo un aumento en los costos de producción dado que los terrenos son más irregulares, lo que se suma a que hay un riesgo de eventos extremos que irá aumentando en los próximos años.
“El tema de cambio climático también significa nuevas oportunidades y eso se está viendo en el desarrollo de una nueva agricultura en la zona sur. Antes era impensado plantar frutales, hoy se ven arándanos, avellano europeo, cerezos y todo eso se ve acompañado de tecnología, equipos de riego, techos de cobertura”.
“Ese factor hace que la agricultura sea más azarosa y probablemente tengamos que hacer una producción con mucha más protección, y eso cuesta caro”, agrega Santibáñez.
Una de las alternativas de protección que se utiliza en la agricultura, principalmente en la producción de cerezas, es la instalación de techos. Su uso está concentrado en la zona centro del país y la idea es evitar los daños que generan las lluvias tardías, que son aquellas que se producen muy encima de la cosecha y que generan que la fruta se parta, haciendo imposible así su exportación.
“Esa es una solución que se ha extendido en la agroindustria, el problema es su alto costo, debido a que por cada hectárea el costo es de más de US$15 mil”, comenta Juan Pablo Matte, secretario general de la Sociedad Nacional de Agricultura (SNA).
El representante gremial afirma que el sector privado está en permanente colaboración con académicos que están mirando el fenómeno y proponiendo algunas medidas de adaptabilidad. “Hay incluso un atlas desarrollado al 2050, que muestra cómo se han ido modificando las condiciones climáticas del país y cómo va a generar desafíos y oportunidades, y cómo eso debería ir modelando el tipo de agricultura en las zonas del país”, señala.
De todas maneras, explica que “la verdad es que también el tema de cambio climático también significa nuevas oportunidades y eso se está viendo en el desarrollo de una nueva agricultura en la zona sur. Antes era impensado plantar frutales, hoy se ven arándanos, avellano europeo, cerezos y todo eso se ve acompañado de tecnología, equipos de riego, techos de cobertura”.
A juicio del académico y magíster en ciencias del suelo, Sergio González, “cada vez la actividad agrícola va a tener mayor incertidumbre porque la regularidad en las estaciones se está perdiendo y el clima se está yendo a los extremos, a invierno y verano, perdiéndose las estaciones intermedias como otoño y primavera”
Añade que “para fines del siglo 21 se prevé un incremento en la temperatura del aire de 2 y 4 grados entre las regiones, hasta la región de Aysén. Entendamos que cuando se habla de un incremento de más allá de 2 grados ese es el promedio. Pero ese promedio involucra que necesariamente hacia las zonas de altitudes mayores que el incremento será mayor. Un promedio mundial de 2 grados significa en los polos 4 grados”.
“El cambio climático va demasiado rápido”
Esta tesis es compartida por el profesor Santibáñez, quien destaca que “el comportamiento del clima nos está indicando que hay fenómenos más extremos que hay que enfrentar, hay lluvias muy intensas, muy tardías y muy tempranas. Los granizos se están insinuando con bastante agresividad. El cambio climático va a traer una exacerbación de estos fenómenos climáticos dañinos para la agricultura”.
Por eso, dice, es muy difícil que el futuro climático sea tranquilo. “Al contrario -afirma-, va a ser más complejo. Por lo tanto, la tecnología va a tener que incorporar ese factor y prevenirlo. Por eso creo que va a haber que usar protección, diversificación en el uso de la tierra entre distintos tipos de especies que diluyan el riesgo, los seguros agrícolas debieran profundizarse y sobre todo la infraestructura de riego. El país necesita mucha más gestión del agua”.
“Para mantener una condición de potencia exportadora de alimentos se necesita una fuerte inversión en infraestructura. Se está haciendo pero a una velocidad muy lenta, la infraestructura hidráulica probablemente necesita redoblar el paso, se necesita ir más rápido, porque el cambio climático va demasiado rápido”.
Los ríos de Chile envían más del 90% de su caudal al mar, eso implica que se necesita entre 3.000 y 5.000 millones de metros cúbicos de almacenamiento de agua, que hoy en día no existen.
De acuerdo al boletín de octubre de 2018 de estado de embalses de la Dirección General de Aguas (DGA), actualmente el almacenamiento global de los embalses en Chile alcanza a un 52% de la capacidad total instalada, que asciende a cerca de 12.000 millones de metros cúbicos.
“Para mantener una condición de potencia exportadora de alimentos se necesita una fuerte inversión en infraestructura. Se está haciendo pero a una velocidad muy lenta, la infraestructura hidráulica probablemente necesita redoblar el paso, se necesita ir más rápido, porque el cambio climático va demasiado rápido. Y no basta con eso. De Ñuble al sur hay que hacer todo un sistema de canales que no existe hoy en día”, refuerza Santibáñez.
A su vez, Matte también pone énfasis en ese punto: “Las acciones en esa línea son absolutamente fundamentales. Lo que hay es un problema de gestión, de capitán a paje, desde la autoridad al agricultor, para ver cómo hacemos mejor gestión del recurso. Es incomprensible que sigamos permitiendo que se viertan cientos de millones de metros cúbicos al mar sin ser aprovechados productivamente”.
“Necesitamos más celeridad en la construcción de sistema de acumulación de agua, para aprovechar. Y en el caso específico de la agricultura, tenemos que avanzar con equipos de riego, también en telemetría para rellenar lo que se necesita en el momento justo. No hay que dilapidar el recurso”, agrega.
La dimensión social del cambio climático
Un factor poco estudiado derivado del cambio climático, y que también podría perjudicar al sector silvoagropecuario, es el impacto que tenga para los pequeños agricultores ese cambio en el panorama climático, con fenómenos cada vez más frecuentes y riesgosos para la producción.
Actualmente existen cerca de 300 mil pequeños productores agrícolas, quienes no tienen US$15 mil o US$20 mil para invertir y proteger sus cultivos. Y Santibáñez lo analiza de la siguiente manera: “La pequeña agricultura no está en condiciones de abordar esos costos. Si queremos mantener viva la ruralidad vamos a tener que buscar la fórmula para subsidiar algunas de estas inversiones”.
Este subsidio, afirma, tiene a su vez retornos para el Estado porque significa mano de obra, significa mantener funcionando las ciudades y los pequeños pueblos rurales.
“De lo contrario -afirma-, es gente que migra masivamente a las ciudades y al Estado le termina costando mucho más caro. Por lo tanto, si se mira desde el punto de vista estrictamente económico, es una buena inversión tratar de ir en ayuda de los miles de pequeños productores, es una fracción importante la gente que hace patria y que mantiene los equilibrios, el país necesita invertir en eso”.