Sofía Calvo: “Los impactos ambientales y sociales de la industria de la moda a nivel local deben ser investigados”
Desde la región de Valparaíso, la periodista Sofía Calvo se ha transformado en un referente de la promoción de un cambio de paradigma en la industria de la moda. Con su trabajo de divulgación a través del sitio QT, de libros y podcasts, además de consultorías, aporta alternativas para avanzar hacia una moda sostenible en lo ambiental, social y económico. “No sé si tenemos tiempo para esperar que se incluyan los textiles en la Ley REP”, comenta en esta entrevista con País Circular.
Sofía Calvo Foxley lleva más de una década dedicada a hacer difusión en torno a la moda sostenible; de profesión Periodista, con un MBA en Dirección de Empresas de la PUCV, se ha convertido en un referente de la promoción de un cambio de paradigma en la industria de la moda, impulsando un tránsito hacia su sostenibilidad ambiental, social y económica.
Oriunda de Viña del Mar, ciudad donde reside, la profesional plantea que lejos de ser una industria superficial, la moda ha derivado en uno de los sectores de la economía más contaminantes y donde las condiciones laborales muchas veces son de esclavitud. Cree que si bien el problema se ha visibilizado con casos como el incendio de una fábrica textil en Bangladesh en 2013 -donde murieron 1.130 trabajadores-, o las denuncias sobre los vertederos de ropa en el desierto de Atacama -donde cada año se acumulan más de 40 mil toneladas de prendas en desuso-, aún falta mucho por hacer y es urgente.
Calvo, no obstante, no se queda en la denuncia, sino que promueve un cambio de conducta que permita una transformación real.
Para que las personas inicien ese cambio, la viñamarina las invita a ejercer su derecho de hacerse preguntas como ¿quién hizo la ropa que uso?, ¿de qué está hecha?, ¿en qué condiciones se confeccionó?, etc., y ser más conscientes a la hora de vestir. Para ella, se debe hablar de “ciudadanía consumidora” y no de “consumidor”, porque así se releva el valor de la persona no solo desde su capacidad de consumo, sino también desde su responsabilidad con el entorno al momento de comprar, o dejar de hacerlo.
En cuanto a las empresas, es muy crítica de aquellas que en su publicidad se declaran sustentables, mientras sus prácticas no lo son realmente; y a la vez promueve fuertes modificaciones desde el interior de la industria para lograr lo que ella denomina hackear el sistema. Para lograr eso, dice, es necesario apoyar a las marcas que sí están interesadas en hacer un cambio verdadero. Es así como, por ejemplo, junto a Javiera Amengual y al alero de Franca Estudio, Calvo ha hecho consultorías para Paris y otras marcas e instituciones.
Hace 16 años, la periodista creó el sitio QT, Quinta Trends, especializado en moda de autor latinoamericana, que al poco andar fue derivando en un espacio para cuestionarse en torno a los aspectos nada glamorosos de la moda y para proponer alternativas. En esa misma línea, ha escrito cuatro libros: Cambiar el verbo, 2022; La revolución de los cuerpos, 2019; El nuevo vestir, 2016, todos bajo el sello de RIL Editores, y Relatos de moda, 2013, autoedición. Además, tiene el podcast El nuevo vestir, donde cada capítulo comienza con la frase “La moda será sostenible o no será”.
La comunicadora es también profesora en las universidades Finis Terrae y Del Desarrollo (UDD), donde imparte clases en carreras de pregrado y postítulos del área del diseño y de la moda. En otro ámbito laboral, es jefa del Programa Asia Pacífico de la Biblioteca del Congreso Nacional, en Valparaíso.
Durante una pausa en su clase de Sostenibilidad y Moda, que forma parte de la malla curricular de la mención Moda y Gestión en la carrera de Diseño de la UDD, Calvo conversó con País Circular sobre moda sostenible, cómo ve a Chile en esta materia y la importancia de las leyes para impulsar cambios, entre otros temas.
-En el tiempo que llevas abordando el tema de la moda sostenible, ¿has visto alguna evolución en Chile en relación a avanzar en esa dirección?
Sí, ha habido una evolución. Lenta, pero positiva, en términos de que actualmente hablar de sostenibilidad en moda no es algo que a las personas les resulte ajeno, o que te miren casi como que las estás insultando.
Cuando comencé a trabajar con estos temas y a poner sobre la mesa el impacto ambiental, social y económico de la industria de la moda, las personas me miraban como si estuviera hablando de algo muy lejano, muy poco interesante y que no tenía nada que ver con la escena local y con la vida cotidiana de las personas. Pero a medida que han ido sucediendo cosas y también a medida que se hace cada vez más patente la emergencia climática, ha habido una transformación. Por un lado en la “ciudadanía consumidora”, pero también en las empresas, en las marcas, debido a las exigencias de la sociedad civil y porque han empezado a transformarse los marcos regulatorios. Estos han obligado a la industria -si es que no han querido hacerlo en forma voluntaria- a generar transformaciones en distintos ámbitos, donde la moda no da cátedra precisamente de buenas prácticas.
-¿Quiénes te miraban raro?
Personas en general. Algunos influencers y bloggers de esa época. Sin embargo, aquellos que solo tenían un abordaje de la moda desde el comprar, desde el vestirse siempre con distintas tenidas, han tenido que cambiar su línea editorial y usar otros verbos, desde algo bastante primario como hablar de la ropa usada hasta el repetir las prendas o dar consejos para su cuidado.
Ha cambiado la narrativa, lo que no significa necesariamente que han cambiado las prácticas, aunque algo se ha avanzado. Falta un montón, pero al menos ya hay una narrativa, un relato común en el que todos podemos empezar a identificar -sobre todo a nivel de industria- más o menos de qué estamos hablando. Por ejemplo, la gala del Festival de Viña del Mar [que este año se realizó bajo el concepto de sostenibilidad y reciclaje] tiene algo que ver con esto.
-Tú has sido muy crítica de las marcas cuando esa narrativa no va acompañada de la práctica, y a la vez destacas a aquellas marcas que sí avanzan en dirección a la sostenibilidad ¿Cómo ha sido trabajar asesorando a la industria?
Cuando uno habla desde la periferia está hablando desde una posición privilegiada, porque uno es simplemente un actor observador de una realidad, pero no está inserto en ella. Pero en la medida que uno va reflexionando y va entendiendo cómo funciona la industria, cando uno empieza a meterse y comprender esta dinámica como el back office de la industria, y ves cómo funciona la cadena productiva y de valor de la moda, te das cuenta de que, si bien es muy importante que exista la periferia, y que exista la sociedad civil que exija, denuncie y transparente ciertas situaciones, también es importante ayudar a hackear de alguna forma el sistema.
Para hacer un cambio de paradigma muchas veces hay marcas, como el caso de Paris, que quieren hacerlo, pero no saben bien cómo realizarlo. Por eso he decidido jugármela por iniciativas y marcas donde veo que dentro de su modelo de negocios están queriendo hacer transformaciones. Esto es de forma lenta, difícil, compleja, porque están insertos dentro de una industria que tiene códigos muy cimentados en un mundo que ya no existe, un mundo que parecía ser ilimitado en recursos y en energía, donde había disponibilidad para hacer y deshacer.
Estar en un sector cuyo paradigma está obsoleto hace muy difíciles las transformaciones, pero eso no significa que no se puedan hacer. Por eso, en el último tiempo me he puesto la misión de apoyar a grandes marcas -y no tan grandes- en aspectos que creo es fundamental que tomen la batuta por el bien de un cambio de paradigma, y porque entiendo que cuando uno logra ser referente en una industria tiene la capacidad de contagiar y transformar a otros.
Ese proceso va de la mano con personas que, desde sus valores, sus creencias y de su impulso están liderando los cambios. Por ejemplo, el equipo de Sostenibilidad de Paris es de lujo, liderado por Fernanda Kluever, que es una persona totalmente comprometida con la causa, y que ha contagiado a otras áreas del negocio. Creo que hay un compromiso transversal y de convicción de las personas, que hace que yo vea que lo que estoy diciendo y proponiendo no cae en un saco roto, porque cuando pasa eso es bien terrible, tratar de aportar en una consultoría y darse cuenta de que están atornillando para el otro lado. Esta no ha sido mi experiencia con Paris, sino al contrario. Mi ideal sería que en este hackeo del sistema logremos que más empresas como esta logren transformarse en referentes de que otro paradigma y otra realidad es posible en la industria de la moda.
-¿Crees que para las empresas también está en juego su sostenibilidad económica si no transitan a un modelo más amigable con el medio ambiente y la sociedad?
Pienso que incluso si una empresa quisiera afirmarse en el modelo de negocios actual y decir ‘a mi no me interesan estos temas’, de todos modos los cambios regulatorios, en la legislación y en las exigencias que están teniendo los países están llevando a que muchas industrias -y entre ellas la de la moda- tengan que hacer virajes profundos en su estructura y sus modelos de negocios.
Por ejemplo, el Pacto Verde de la Unión Europea, la legislación europea contra el greenwashing, que ya se aplica en Francia, y otras leyes que no solo abordan temas medioambientales, sino también con el uso de químicos, o con impulsar el trabajo justo y digno para las personas para romper las cadenas esclavas. Es decir, hay una serie de marcos legales que se están discutiendo a nivel internacional y que están demostrando que aunque la industria no quiera, de todas maneras va a tener que hacer transformaciones.
-Y en Chile, ¿qué cambios regulatorios van en esa dirección?, ¿cómo ves que se incluya a los textiles en la Ley REP?
Incluir a los textiles y la ropa en la Ley REP va a ser un gran avance en la regulación del sector, sobre todo en materia de residuos post-consumo. Además, va de la mano de la Hoja de Ruta de Economía Circular, donde el último verbo que deberíamos usar es el reciclar, esa debe ser la última opción cuando ya hicimos todo lo que había que hacer antes.
Sin embargo, aún falta mucho para la inclusión de los textiles en la Ley REP; el anuncio se hizo en septiembre de 2021 y en la última evaluación -de mayo del año pasado- se determinó que los textiles son como el cuarto producto prioritario de los nuevos productos prioritarios. Entonces, falta mucho todavía porque para lograr que se incorpore la normativa asociada a los textiles y la ropa hay que hacer análisis, establecer las metas y pueden pasar hasta cinco o más años para que suceda eso. Es un avance, pero no sé si tenemos tanto tiempo para esperar la ley y hacer un cambio que es urgente.
En Chile también hay proyectos de ley que apuntan a regulaciones que, si bien no son solo para la industria de la moda, la afectan directamente; como el proyecto de ley contra el lavado verde de imagen o greenwashing. Considerando la forma como comunica la industria actualmente, esta ley va a tener consecuencias en el desempeño de las marcas.
“Mi ideal sería que en este hackeo del sistema logremos que más empresas como esta [Paris] logren transformarse en referentes de que otro paradigma y otra realidad es posible en la industria de la moda”.
-Como profesora universitaria, ¿cómo ves el rol de la academia en impulsar una moda sostenible?
La importancia de la academia es fundamental, no solamente para la formación de nuevos profesionales que tengan conciencia y visibilicen estos desafíos y se hagan cargo de ellos, sino también en la perspectiva de poder investigar y analizar estos problemas desde una mirada local.
Por ejemplo, tenemos el problema de los vertederos clandestinos en el norte y sin embargo no hay levantamiento de información científica respecto a cuál ha sido el impacto ambiental y social, por ejemplo, en términos de salud para las poblaciones aledañas. Esta no es una situación que haya surgido cuando fue develada por la prensa internacional, en octubre de 2021, sino que viene pasando hace muchos años y es un secreto a voces en la región. Y ninguna universidad ha levantado información técnica, científica, respecto a los impactos en la biodiversidad, en los ecosistemas, etc.; creo que ahí hay un rol que de investigación y análisis que la academia no ha asumido.
Otro problema serio que acá tampoco se ha analizado es la presencia de químicos muy dañinos en los textiles; el año pasado se divulgó un estudio internacional sobre los chemicals forever (químicos que no se degradan en el ambiente y pueden causar problemas graves de salud) que mostró su presencia en distintos tipos de productos, entre ellos la ropa. En Chile debiéramos analizar que está pasando con esos químicos en términos territoriales (por ejemplo, el efecto de la incineración de ropa en el desierto de Atacama) y cómo pueden afectar la salud y el bienestar de las personas, pero nadie se está haciendo cargo de eso ¿Estamos esperando que llegue la legislación de otros países?, ¿o que ocurra un escándalo, que empecemos a ver cifras extrañas en términos, por ejemplo, de fertilidad o prevalencia de determinadas enfermedades para decir ‘parece que aquí algo está pasando’?
En Chile, a pesar de ser de los países que más consume ropa en Latinoamérica, los problemas de la industria se ven lejanos, y creo que se debe a que persiste el prejuicio de que la moda es algo superficial, que solamente se preocupa de lo estético, sin entender las dimensiones vinculadas, por ejemplo, a la sostenibilidad.
-¿Cuánto puede aportar en ese sentido la “ciudadanía consumidora” en Chile?
Es muy importante porque estamos hablando de una industria transaccional. Es decir, acá el ciudadano tiene la opción de decidir a quién le compra y a quien no, a diferencia de otras industrias donde no tiene mucho que decir, por ejemplo, en el caso de la energía eléctrica o el agua potable. Es muy importante entender ese poder y ese voto de confianza que uno le da a la marca y la implicancia que eso supone.
En Chile, de a poco se ha ido asumiendo esa responsabilidad, pero es difícil cuando las personas tienen poca educación ambiental y cuando cuesta tanto generar una concientización, entendiendo que no hay espacios para llegar a la masividad. Creo que a las personas se les niega la posibilidad de hacerse preguntas, hay poco compromiso de parte de distintos actores que podrían hacer más para llevar esta información a la ciudadanía. Eso también está determinado por el tipo de sociedad en la que vivimos, que privilegia el individualismo por sobre la comunidad y la colaboración, mientras que claramente para los desafíos que vienen en torno a la sostenibilidad necesitamos de colaboración.
-Se suele pensar que la ropa más sostenible es más cara, y por otro lado pueden existir ciertos prejuicios en torno a la reparación de la ropa, ¿qué piensas al respecto?
Creo que hay harto prejuicio respecto a creer que la ropa hecha en mejores condiciones sociales y ambientales es más cara. Si compramos ropa que nos va a durar toda la vida, o toda la vida que queramos darle, es decir muchos años, el factor de precio se relativiza.
Nos olvidamos de cómo era antes. Yo tengo 41 años y cuando era chica la ropa tenía más valor. Con la llegada de la ropa barata y desechable nos olvidamos del trabajo y los recursos que implica confeccionar la ropa, nos alejamos de las manualidades, de los oficios y entender lo que significa. Se ha perdido la cercanía con el producto, con el proceso, y también nos hemos acostumbrado a desentendernos de nuestros desechos. Se han perdido prácticas que eran ancestrales en la humanidad, como cuidar la ropa, comprar con más calma y conciencia, entendiendo el uso que se le va a dar.
Me parece que la ciudadanía, a propósito de este empezar a darse cuenta de lo que está ocurriendo a nivel mundial con lo social y ambiental, está reincorporando verbos como el cuidar, usar lo que se tiene, reparar, intercambiar, etc. Creo que el problema para la reparación no es que sea mal mirada, sino que la mayoría no sabe dónde hacerlo, con quién o cómo hacerlo.
El desafío está en cómo generamos ecosistemas que den soporte a estas prácticas. La gente puede tener la mejor voluntad de reparar al ropa, pero no sabe dónde llevarla. Ahí hay un tremendo desafío de políticas públicas, porque al fomentar estos oficios se potencia el territorio, se entregan alternativas laborales y económicas. Hay todo un trabajo por hacer y que no se puede dejar solo al sector privado; el Estado tiene una responsabilidad y un rol importante que cumplir ahí.
El camino a la sostenibilidad se tiene que hacer obligatoriamente en colaboración y asociatividad de la ciudadanía, las empresas, el sector público y la academia. Sin todos estos actores sobre la mesa trabajando en conjunto, en pos de un mundo más justo en todos los ámbitos es imposible avanzar.
-¿Crees que es distinto abordar estos temas desde “regiones”, es decir, no desde la capital?
A pesar de que la región de Valparaíso está casi adscrita a la región Metropolitana por la cercanía, tenemos una personalidad diferente, creo que vivir junto al mar nos da otro cariz. Si bien hay temáticas comunes, la forma de abordarlas es distinta. Lo interesante es que cuando hay personas que hablan de estos desafíos desde las diferentes regiones no solo se pueden recoger las reflexiones territoriales, sino también los modos de hacer, los distintos acercamientos que hay hacia las diversas temáticas desde las realidades locales.
Creo que esa diversidad es valiosísima, porque no existe una solución tipo para resolver estos desafíos, hay millones de opciones. Mientras más puntos de vista haya sobre la mesa, mientras más factores pongamos a la ecuación, hay más posibilidades de que los caminos de resolución sean eficientes y realmente den los resultados que esperamos.
Se trata de no monopolizar la narrativa y la forma de abordar estas temáticas desde una mirada siempre capitalina, desde los centros de poder, de consumo, etc.
-¿Cómo te definirías desde tu trabajo en relación a la moda y la sostenibilidad?
Soy una apasionada de estas temáticas, que trata de navegar en las propias contradicciones y, al mismo tiempo, contagiar con buenas prácticas, con preguntas, con curiosidad e inquietud a otros, porque me parece que un mundo más sostenible en todos los ámbitos es un mundo mejor para todas y todos. Al final todos salimos beneficiados. Creo que no podemos perder la oportunidad de oro que tenemos para construir un mundo mejor en el que vivir hoy y también en el que vivan nuestros hijos e hijas en el futuro.