Emprendimientos sustentables en América Latina se reinventan para sobrevivir al COVID
La crisis sanitaria y económica provocada por el coronavirus ha obligado a las empresas a modificar sus procesos productivos para mantener su vigencia. El reto es gigantesco, ya que las proyecciones de la CEPAL para el continente no son esperanzadoras: cerca de 2,6 millones de pequeñas y medianas empresas cerrarían sus puertas debido a la expansión de la pandemia. Tres emprendimientos -de Perú, Chile y Colombia- recogieron el guante y apelaron a soluciones innovadoras y responsables con el medioambiente para transitar a un desarrollo más sostenible en el futuro post pandemia.


La catástrofe sanitaria desatada por la entrada del coronavirus en Latinoamérica ha traído gravísimas repercusiones a las economías locales. Sin ir más lejos, el 11 de junio, la secretaria general de la CEPAL, Alicia Bárcena, advirtió que la crisis económica no tiene precedentes en el continente, al punto que llegó a proyectar que cerca de 2,6 millones de pequeñas y medianas empresas cerrarán sus puertas. Asimismo, el organismo estimó que la pobreza podría alcanzar al 34,7% de la región, y la extrema pobreza al 13% en 2020.
Frente a este sombrío panorama, los emprendimientos que apuestan por la sustentabilidad han debido asumir el reto de reinventar sus procesos productivos o abrir nuevas líneas de negocios. De no hacerlo, corren serio riesgo de quedar a la vera del camino. Ahí radica la importancia de levantar soluciones innovadoras y responsables con el medioambiente para hacer una transición sostenible hacia el escenario post pandemia.
En esa encrucijada también se encuentran Estrafalario (Perú), Aintech (Chile) y Dragon (Colombia), empresas latinoamericanas que se vieron obligadas a modificar sus procedimientos a causa de la expansión del COVID-19. Hasta ahora estos tres emprendimientos han demostrado cómo aprovechar una crisis y sacarle máximo partido.
Estrafalario: moda sostenible con giro hacia las mascarillas
A la diseñadora peruana Valery Zevallos se le abrió un mundo en 2015. Ese año se lanzó un concurso para diseñar un vestido “energía cero” con miras a la Cumbre del Cambio Climático COP21 de París, y ella decidió participar con mucho entusiasmo en tanto experta en la moda. Pero en el proceso de confección de ese modelo de prenda bajo estándares sostenibles asomó una verdad incómoda: que la industria de la ropa es la segunda más contaminante del planeta, y que deja una estela de explotación laboral a niños, niñas y mujeres.
Valery descubrió todo lo que no le contaron en las clases de diseño, dice. Lo que no se veía en las pasarelas ni en las revistas de moda: el lado oscuro de la industria de la ropa. Fue un golpe fuerte para ella, Hasta se sintió ignorante. Pero en vez de lamentarse, decidió actuar y cambiar totalmente de rumbo.
Tras ser seleccionada para representar al Perú en evento de magnitud mundial, Zevallos decidió relanzar en 2016 la marca que había fundado hacía seis años con el nombre de Estrafalario. Pero lo hizo con una lógica totalmente diferente: inspirado en la moda sostenible. Entre 2013 y 2016, de hecho, Estrafalario estuvo cerrada por malos resultados económicos, y hasta ahí el lineamiento era meramente comercial y enfocado hacia las grandes cadenas.
El relanzamiento de su negocio coincidió con una oleada de femicidios en el Perú. A Zevallos le dolía que las mujeres agredidas dependían económica y emocionalmente de su agresor. Estos sucesos terminaron por convencer a Valery de crear un Programa Social de Empoderamiento y Empleabilidad dirigido a mujeres en condición vulnerable.
En ese marco, Zevallos contactó al programa Cárceles Productivas del Instituto Nacional Penitenciario (INBE), entidad que regula los recintos penales del país. A partir de ese nexo, Estrafalario comenzó a trabajar con la población recluida en el penal de mujeres Anexo Chorrillos.
“Empecé a trabajar con las internas en este programa. Comenzamos a sacar productos con ellas y ahora son parte de nuestra cadena de producción. Fueron capaces de asimilar rápidamente las técnicas. Les pagamos salarios justos, de manera que ellas puedan apoyar su canasta familiar”, cuenta la emprendedora oriunda de Arequipa, instalada desde hace bastantes años en la capital Lima.
El paso consecutivo fue una serie de capacitaciomes a madres adolescentes entre 13 y 18 años de un hogar del Programa Integral Nacional para el Bienestar Familiar (INABIF). Ellas lograron bordar unas bolsas con mensajes contra la violencia de género y a favor de las reivindicaciones de las mujeres.

El relanzamiento de su negocio coincidió con una oleada de femicidios en el Perú. A Zevallos le dolía que las mujeres agredidas dependían económica y emocionalmente de su agresor. Estos sucesos terminaron por convencer a Valery de crear un Programa Social de Empoderamiento y Empleabilidad dirigido a mujeres en condición vulnerable.
Estrafalario también trabaja de la mano con comunidades de artesanas indígenas de Ucayali, con quienes desarrolla una línea de producción que apunta a la revalorización y fortalecimiento del arte textil ancestral. Por cada polo vendido, en tanto, Estrafalario planta un árbol en la Reserva Nacional Tambopata, en la Amazonía peruana. Han plantado 750.
Las blusas, polos, vestidos, faldas y accesorios que ofrece la marca creada por Valery provienen de materia prima orgánica o reciclada, por lo general, retazos sobrantes de la industria textil. La ropa de baño, en particular, es confeccionada a partir de econyl, una fibra de lycra derivada de las redes de pescar rescatadas del mar, y que se fabrica con tecnología italiana. “Nuestras blusas son de deadstock, compramos los saldos de la industria textil, no es que mandemos a hacer un rollo de una nueva tela, sino que reutilizamos”, agrega la diseñadora.
El giro hacia las mascarillas
La llegada del COVID-19 al Perú golpeó duramente al emprendimiento de Zevallos. El nivel de ventas se encuentra actualmente entre un 25 y un 30 por ciento, debido al cierre de los principales centros comerciales donde ofrecía sus prendas sostenibles y socialmente responsables. No tuvo otra alternativa que dar otro giro a su negocio para sobrevivir a la tempestad. Así nació la línea de mascarillas The Conscious Mask (la mascarilla consciente).
Valery conocía acerca de la carencia de implementos de protección para las internas y el personal de seguridad en el penal de Chorrillos. “Me dijeron que dentro del penal había gente contagiada con el COVID, y en el mundo en general éste ha sido todo un tema. Con un fondo que teníamos, empezamos a fabricar mascarillas y donarlas al penal”, relata Zevallos, cuyo próximo objetivo es obsequiar mascarillas al penal de mujeres Santa Mónica, contiguo al de Chorrillos.
Las mascarillas son confeccionadas con los saldos de las blusas, y tienen cuatro capas que la hacen impermeable, antifluidos e hipoalergénica, además de lavable, reutilizable y reversible. Todas cumplen con las condiciones que exige la ficha técnica del MINSA.
Luego Valery abrió otra vertiente para vender las mascarillas a restoranes, negocios y empresas en general, lo que, por lo menos, ha amortiguado el impacto económico asociado a la pandemia. Pero Zevallos jamás se olvida de su vocación social: el 20 por ciento de las ventas de las mascarillas es dirigido a abastecer de artículos de higiene y bioseguridad para las internas y técnicos de los penales.
Poco después, Estrafalario se embarcó en otro proyecto para diseñar unos mamelucos transparentes de seguridad y protección contra la enfermedad. “Nuestra capacidad de respuesta es rápida y hemos logrado vender algunos. Además, estamos volcando todo a nuestro canal online. Tenemos que reinventarnos para que el barco siga avanzando”, reflexiona ella.
Aintech: Valor agregado al cobre chileno para desinfectar
Chile es, por lejos, el mayor exportador de cobre en el planeta. Solo el año 2018 sumó embarques del metal rojo por más de US$34.188 millones. Sin embargo, el grueso de esas ventas corresponde a cobre crudo sin procesar.
Menos conocida es la pujante industria local en torno al desarrollo de nanopartículas de cobre, que le entrega un valor agregado al metal. Esas partículas derivan del decidido impulso de la nanociencia en Chile, es decir, la rama científica que estudia los procesos en sistemas muy pequeños, con un tamaño que oscila entre 1 y 100 nanómetros.

Las nanopartículas de cobre tienen la virtud de iniciar un proceso de reducción-oxidación (redox) tras entrar en contacto con la humedad del ambiente. Ahí liberan sus iones de cobre que penetran por las membranas celulares de las bacterias y los virus, y los combaten. Houdely recuerda que los egipcios usaban el cobre para guardar agua y almacenarla durante más tiempo en condiciones óptimas.
En este contexto particular de emergencia sanitaria a causa de la enfermedad, los laboratorios chilenos han realizado importantes innovaciones a partir de nanopartículas de cobre que emergen como una gran oportunidad para combatir el COVID-19 desde sus propiedades.
El laboratorio Aintech es un ejemplo de ello. Con sede en Santiago de Chile, esta empresa cuenta con tres líneas de trabajo con las nanopartículas de cobre que los mismos integrantes desarrollan: circuitos electrónicos, alimentación animal y sanitaria. La diferencia radica en que la tercera línea, la sanitaria, ha sido reforzada desde la explosión de la pandemia.
En esta línea, Aintech cuenta con dos productos. Antes del coronavirus había nacido Decutec, un detergente-desinfectante con amonio cuaternario que fue utilizado para higienizar los buses de la Red Metropolitana de Movilidad (ex Transantiago) de la capital chilena. El spray de solución alcohólica Aircop, en cambio, surgió a raíz de la irrupción del COVID-19: ocurrió a partir de una solicitud que les hicieron en Japón para extender la vida útil de las mascarillas.
En Aintech han tenido muy buena aceptación con estos dos productos. Por el lado de Decutec, lograron reducir las cargas bacterianas de los ambientes hasta en un 99 por ciento en un período entre cinco a siete días. Aircop, en tanto, es un spray de bolsillo que limpia las mascarillas y las superficies frecuentes de contacto de la gente, tales como celulares, escritorios, meses y hasta el propio calzado antes de entrar a un inmueble. Este último producto tiene una inhibición bacteriana de hasta un 77 por ciento. “Nuestros productos han sido requeridos desde Perú, Colombia, Bolivia, Estados Unidos, Sudáfrica y otros países”, dice Tomás Houdely, gerente general de Aintech.
,“El Aircop lo podemos aplicar en el computador, en el celular, en nuestra área de trabajo, en el auto, en los baños públicos. Hay que recordar que el virus permanece mucho en el suelo, porque es pesado y no vuela mucho. El zapato lo puede transportar”, complementa Vittorio Stacchetti, gerente comercial de la empresa.
Las nanopartículas de cobre tienen la virtud de iniciar un proceso de reducción-oxidación (redox) tras entrar en contacto con la humedad del ambiente. Ahí liberan sus iones de cobre que penetran por las membranas celulares de las bacterias y los virus, y los combaten. Houdely recuerda que los egipcios usaban el cobre para guardar agua y almacenarla durante más tiempo en condiciones óptimas.
“Hay que entender que el coronavirus es un nanosistema. Su tamaño fluctúa entre los 80 y 200 nanómetros. Los virus tienen un tamaño muy chico; su función es ingresar a una célula y reproducirse. En este tipo de organismos, el tamaño sí importa. Un nanosistema se ataca con un nanosistema. Sobre superficies de cobre, el virus se inactiva entre tres a cuatro horas. Las propiedades del cobre están comprobada.”, prosigue Houdely, y explica que la calidad del cobre chileno permite fabricar nanopartículas de cobre con un 99,9 por ciento de pureza..
Por estas mismas condiciones, Houdely cree que Chile debe dejar de ser un exportador de materias primas para concentrarse en producir tecnología, por ejemplo, basada en nanopartículas de cobre. Asegura que su país tiene muy buenos académicos y trabajos de investigación al respecto. Aintech, además, trabaja con carbono, con lo que se involucra directamente con el tema de economía circular. También se enfoca en electromovilidad para reemplazar piezas tecnológicas dañinas con el medioambiente. El valor agregado a los materiales es clave para la empresa.
Aintech no distribuye solo comercialmente sus dos productos estrella. Hicieron donaciones para diferentes instituciones como bomberos y municipios, y para el Hogar de Cristo, un espacio emblemático de beneficencia pública, solidaridad y cuidado de adultos mayores en Chile. La última gran sanitización masiva tuvo lugar la semana pasada en uno de los principales centros de acopio de la Asociación Nacional de Recicladores de Chile, en el distrito de Maipú, Santiago. Fue en el marco del Día Mundial del Reciclaje.
“Siempre queríamos tener un estándar ético con la comunidad. Si bien desarrollamos nanomateriales, nos dimos cuenta de que podíamos llegar a soluciones sanitarias de alto estándar, y asumimos esa responsabilidad. Apoyar a las comunidades más vulnerables es lo más relevante de todo. Y, además, tenemos capacidad de asumir grandes pedidos con productos de nanopartículas de cobre”, cierra Vittorio Stacchetti.

Antes de la llegada del COVID-19, Dragon realizaba servicios de lavado y desinfección industrial a la medida de cada cliente. Entre dichas labores se cuenta la limpieza de maquinaria, fachadas de edificios, vías, accesos y pisos. Pero era un servicio a pequeña y mediana escala, siempre con el objetivo de causar el menor impacto medioambiental posible.
Dragon se vuelva a la sanitización de grandes áreas
El sello de la empresa colombiana Dragon ha sido reinventarse permanentemente en el cambio y adaptarse a circunstancias adversas. En 2015, sin ir más lejos, debió enfrentar la crisis del petróleo, y la gestión integral de residuos peligrosos que realizaba en El Cerrejón, una de las minas de carbón a cielo abierto más grandes del mundo, sufrió una contracción muy fuerte en cuanto a volumen.
Cinco años más tarde, para colmo, el coronavirus obligó a Dragon a darle una nueva vuelta de tuerca a la situación. En tanto la economía en Colombia se encuentra funcionando a media máquina, debido a la cuarentena obligatoria, esta empresa se vio resentida en sus sus operaciones: su sistema de gestión de residuos quedó aislado ante la falta de movimiento de la industria. En virtud de ello, sus directores empezaron a cranear qué podían hacer para aportar un grano de arena en el combate a la pandemia.
Antes de la llegada del COVID-19, Dragon realizaba servicios de lavado y desinfección industrial a la medida de cada cliente. Entre dichas labores se cuenta la limpieza de maquinaria, fachadas de edificios, vías, accesos y pisos. Pero era un servicio a pequeña y mediana escala, siempre con el objetivo de causar el menor impacto medioambiental posible.
“Con la pandemia redujimos considerablemente nuestras operaciones, así que empezamos a pensar qué hacíamos. Y en abril hicimos una campaña con el principal medio masivo de transporte público de la ciudad: el TransMilenio. Hicimos el lavado de las estaciones y los portales de manera gratuita. Afinamos un equipo con una cuadrilla durante el día y durante la noche. La gente de TransMilenio lo hacía, pero de forma mucho más rudimentaria, más lenta, menos eficiente”, explica Rodrigo Barrera, gerente general de Dragon.
A esta masiva campaña se sumó un par de ejercicios de sanitización gratuita en otras grandes superficies como Corabastos, el principal centro de distribución agroalimentaria de Colombia y uno de los más grandes de América Latina. “Hicimos dos sanitizaciones en sus bodegas también en forma de donación”, agrega Barrera.
Con esta nueva ruta en mente, Dragon imagina sobrellevar el impacto de la pandemia. Barrera suma más de 50 días en confinamiento y cree en la necesidad de diversificar hacia nuevas industrias. En ese sentido, el lavado y la desinfección de grandes áreas surge como una posibilidad de darle continuidad a la empresa, con la consecuente ayuda social a los ciudadanos y ciudadanas de Bogotá.
La buena noticia es que Corabastos atestiguó la eficiencia y bajo impacto ambiental de la desinfección masiva de Dragon, y está pensando en contratar el servicio. Barrera anhela que TransMilenio entregue una respuesta similar para atenuar la crisis económica de su emprendimiento.
“Estamos tratando de abrir una línea, potenciarla y lograr recuperar algo de lo que se ha perdido por la disminución en la actividad de la industria”, comenta Barrera.
Por lo demás, Dragon cuenta con sobrado prestigio en Colombia. Están afiliados a la asociación Acción Climática, buscando convertirse en una empresa más sostenible. Al tiempo comenzaron a medir su huella de carbono y se transformaron en una de las pocas compañías del sector en ser carbono neutral. El año pasado cambiaron su flota para impulsar la movilización a gas. En la interna, se estimula el ahorro de papel y otros menesteres.
En materia de gestión integral de residuos, Dragon trabaja con cerca de 400 clientes, entre pequeños, medianos y grandes. Pero debido a la cuarentena el servicio ha quedado paralizado. Con respecto a la citada crisis del petróleo de 2015, su clientela por entonces era 100 por ciento vinculada al mercado del crudo. “Hoy el 2 por ciento de las ventas está vinculado al petróleo. Por eso tenemos que darle la vuelta a esta situación. Si no, simplemente no sobreviviremos”, lamenta Rodrigo Barrera.
Por lo mismo, el ejemplo de estas tres empresas es el camino que debieran seguir otros emprendimientos de similar índole en Latinoamérica para sobrellevar este complejo escenario en que se prevé una recesión histórica. Frente a la incertidumbre del futuro, la clave estará en que el planeta no pague -nuevamente- las consecuencias de la reactivación económica. La crisis climática es anterior a la crisis sanitaria, y no se puede perder de vista. Las empresas con foco en el cuidado al medio ambiente tampoco pueden perderlo de vista, y deben considerar que la transición al futuro post pandemia será sostenible o no será.
NOTA: Este artículo fue escrito para el Programa Regional Seguridad Energética y Cambio Climático en América Latina (EKLA) de Konrad Adenauer Stiftung (KAS).