La Ciudad de México, a la carga de una deuda pendiente: el reciclaje de los residuos de la construcción
Si alguien visita la Ciudad de México no tardará en darse cuenta de una constante: montañas de residuos de la construcción, grandes o pequeñas, diseminadas por calles, banquetas y parques. Su origen va más allá de las construcciones y demoliciones de la propia ciudad, responde a una deuda en regulaciones y tecnologías que estuvo pendiente durante décadas y que, ahora, diferentes actores, con guiños a la economía circular, buscan resarcir.
Hace más de una década el ingeniero mexicano Enrique Granell solía correr en uno de los pocos pulmones verdes que había en la Ciudad de México. El Bosque de los Remedios, ubicado en la periferia de la capital del país, tenía una envidiable flora, fauna y varias fuentes naturales de agua cristalina. “Hoy, ese paisaje es historia”, dice Granell.
De sus 450 hectáreas iniciales, solo quedan 100. En los últimos cincuenta años, los asentamientos irregulares y el avance del asfalto lo han convertido en un terreno desoladoramente gris. Se cortaron árboles, se rellenaron cuencas y barrancas con cascajo. Las sendas que invitaban a correr ahora están cubiertas de escombros.
Esa historia se repite en varios sitios de la capital mexicana. Los residuos de la construcción han invadido linderos, calles, banquetas e incluso parques y ejidos.
Para el arquitecto Guillermo Velasco, ex Secretario de Medio Ambiente del Estado de México y ex coordinador de Programas en el Centro Mario Molina, el manejo y tratamiento de los residuos de la construcción es una deuda pendiente para México y toda América Latina. Estos escombros dispersos en las ciudades “se ven feos, pueden ser incómodos, pero como no le afectan tanto a la población, como no son causa obvia de enfermedades y como la gente no muere de eso, se olvida, no se detona un actuar público”.
A diferencia de los residuos urbanos o tóxicos que suelen estar bien identificados, que tienen planes de manejo, normas y sitios para su disposición final, con los residuos de la construcción “pareceríamos estar ciegos, parecería ser un problema totalmente invisible”, dice Velasco.
Y no lo es. La Ciudad de México genera, al menos, 14 mil toneladas de residuos de la construcción y la demolición (RCD) al día. No hay datos oficiales de efectos adversos hacia la salud de las personas, pero sí se han identificado impactos ambientales que han ido mermando el entorno natural de la urbe.
La Cámara Mexicana de la Industria de la Construcción (CMIC) publicó un reporte en 2013 en el que describía algunos de ellos: desde obstrucción de arroyos, cañadas, barrancas, drenaje natural, azolve de las partes bajas e inundación de zonas aledañas hasta afectación a flora y fauna, contaminación del suelo, subsuelo y acuíferos, así como la proliferación de polvo y fauna nociva.
“El problema de los residuos de la construcción es un problema ambiental, principalmente”, dice la directora de Evaluación de Impacto y Regulación Ambiental de la CDMX, Lilian Guigue. “Por eso lo estamos atacando desde la Secretaría del Medio Ambiente (SEDEMA)”.
“El problema de los residuos de la construcción es un problema ambiental, principalmente”, dice la directora de Evaluación de Impacto y Regulación Ambiental de la CDMX, Lilian Guigue. “Por eso lo estamos atacando desde la Secretaría del Medio Ambiente (SEDEMA)”.
Una de las estrategias que han implementado ha sido una convocatoria, la primera en su tipo en la historia del país, para la instalación y operación de plantas de tratamiento y aprovechamiento de RCD, que se publicó a principios de 2020.
Hace unos días, la SEDEMA anunció las cuatro empresas finalistas que pasarán a la siguiente ronda. Una de las seleccionadas es Concretos Reciclados, la empresa que dirige Enrique Granell, quien hace 15 años dejó la minería con el anhelo de volver a tener su ciudad y su Bosque de los Remedios libres de escombros. Hoy se dedica a reciclar lo que nadie más recicla: los residuos de la construcción.
De residuo a concreto útil
La planta de reciclaje de Concretos Reciclados, ubicada en Iztapalapa y creada en 2004, no solamente es la única empresa dedicada al reciclaje de RCD en América Latina, también es el único sitio autorizado dentro de la CDMX para su disposición. De las 14 mil toneladas de RCD que genera la Ciudad a México al día, la planta recicla 1.500, y lo hace con un método basado en tres principios: limpiar, triturar y separar.
El proceso inicia con la llegada del escombro, conformado por todo un menú de materiales: tabique, concreto, monteros, losetas, azulejos, mampostería, entre otros. Una de las primeras reglas es que debe llegar libre de materiales indeseables (papel, plástico, telas, cartón, o madera) que puedan afectar la calidad de los productos reciclados.
“Nuestros clientes no estaban acostumbrados a traer el escombro limpio. Pero poco a poco se han ido acostumbrando porque es el principio de todo buen reciclaje. Lo más fácil de limpiar es el escombro, tal y como lo hacemos en casa: separamos lo orgánico de lo inorgánico, por lo menos. Mientras más separas es mejor, más ayudas, porque puedes mandarle a cada quién lo suyo”, explica Granell.
Lo suyo es el escombro limpio, que es, básicamente, agregados pétreos (arena, grava) y un aglutinante (como cemento o asfalto), que después de pasar por trituradoras de impacto y una criba de doble cama vibratoria se convertirá en cuatro tipos de material ‘nuevo’: concreto simple o armado, fresado de carpeta asfáltica, arenas y arcillas de excavación, y materiales reciclados hechos de tabiques, monteros, mampostería, cerámicos.
Probablemente la CDMX está muy lejos de lograr una economía circular para los residuos de la construcción, pero al menos ha dado un primer paso para resolver cualquier problema: visibilizarlo.
“No inventamos ninguna tecnología”, dice Granell. “De hecho es muy parecida a la que usábamos en minería”. Los RCD se reducen a un tamaño máximo de 3 pulgadas y se almacenan para venderlos como concretos reciclados que se usan para construir caminos, carreteras, casas de 1 o 2 pisos, banquetas o mobiliario urbano. Le dan, con ello, una nueva vida útil a los escombros que no sólo resultan más baratos, sino que tienen los mismos estándares de calidad que los concretos naturales.
En esencia, el modelo de reciclaje de residuos de la construcción suena muy bien, pero en los 16 años que tiene de vida, la empresa se ha topado con serios desafíos para lograr el gran ideal de la economía circular: reducir al máximo los residuos al hacer que los materiales se mantengan en la economía el mayor tiempo posible.
El camino y sus desafíos
Si una empresa o individuo realiza una obra en la CDMX, por ley estaría obligada a llevar sus residuos a algún sitio de disposición oficial. Sin embargo, la mayoría de los constructores desatienden esta ley con abrumadora frecuencia y, desde hace décadas, los gobiernos hacen muy poco para que se cumpla.
Una razón es la alarmante ausencia de sitios oficiales para su disposición. Además de Concretos Reciclados, hay otros 24 depósitos registrados oficialmente en el Estado de México, en municipios como Texcoco o San Vicente Chicoloapan, que están a 25 o 30 kilómetros de los principales puntos de la capital.
“Hace 10 años el Estado de México lanzó la primera norma que certificaba ciertos sitios para la disposición de RCD. Pero no les hacen nada, solo los usan para cubrir los socavones de las minas que un día existieron ahí”, explica Velasco.
Pero una segunda razón tiene que ver con la corrupción. De acuerdo con la representante de la SEDEMA, Lilian Guigue, muchas de las empresas que se dedican al transporte de residuos de la construcción y la demolición ni siquiera llegan a esos sitios, los depositan en espacios urbanos y en depósitos ilícitos. Ella reconoce que la causa tiene que ver con la falta de monitoreo y sanciones para quienes infringen la norma.
“Estamos trabajando en una nueva norma, justamente para evitar esos problemas. Queremos acabar con la corrupción que está en el fondo de la disposición de residuos en lugares no autorizados. En la CDMX nos lo estamos tomando muy en serio”, dice Guigue.
Con la publicación de la nueva norma y los resultados finales de la convocatoria para las plantas de tratamiento, el gobierno de la CDMX pretende empezar a saldar la deuda que se ha acumulado como si fueran montañas de cascajo en las calles. Pero el camino es largo.
De acuerdo con Granell, a pesar de que la norma obligaría a los constructores a llevar sus residuos a sitios autorizados, queda un problema pendiente: hay que consumirlos. “De nada sirve que reciclemos todos los RCD que genera la ciudad, si no hay quien los compre. Necesitamos que quienes construyen, sean empresas o gobiernos, también estén obligados por ley a que cierto porcentaje de las obras se haga con materiales reciclados. Así ganaríamos todos”.
No solo eso, la oferta de Granell ha pasado a un reciclaje in situ. Llevar un solo equipo al lugar donde se generan los residuos y producir ahí mismo los agregados reciclados que se pueden volver a utilizar en la obra. Con ello, se ahorraría en transporte y en disposición de residuos, pero sobre todo se eliminaría prácticamente cualquier escombro.
“El modelo actual, de circular, tiene bastante poco, cada vez traemos materiales de más lejos, y vamos a tirar nuestros residuos más lejos, es pérdida, solo pérdida. La única opción es el reciclado, usar tu propio escombro para construir. Eso sería realmente economía circular”, dice el ingeniero. Probablemente la CDMX está muy lejos de lograr una economía circular para los residuos de la construcción, pero al menos ha dado un primer paso para resolver cualquier problema: visibilizarlo.
La autora es periodista de México. Este reportaje forma parte del Taller “Red Latinoamericana de Comunicadores de la Economía Circular”, organizado por Programa Regional Seguridad Energética y Cambio Climático en América Latina (EKLA), el Earth Center de la Universidad Adolfo Ibáñez y País Circular.