Carolina Yáñez, una académica al aire libre: “Nada más aburrido que ver el bosque esclerófilo en un PPT”
Aunque titulada de bióloga marina, Yáñez no ejerce su profesión de un modo convencional. Trabaja en temas de educación ambiental, es guía especializada de observación de aves, co-creadora de una fundación que protege al chungungo, encargada de unos talleres de humedales en Concón y docente de la carrera de Biología Marina de la Universidad de Valparaíso, donde prefiere hacer clases a sus estudiantes en terreno en vez de encerrarlos en cuatro paredes. “Chile es un aula increíble”, asegura la docente, quien junto con destacar el valor ecosistémico de la Región de Valparaíso, alerta sobre la presión inmobiliaria en la zona.
Desde 2017 Carolina Yáñez Rismondo figura como académica de la carrera de Biología Marina en la Facultad de Ciencias del Mar y de Recursos Naturales en la Universidad de Valparaíso. De esos cinco años, sin embargo, poco lo ha pasado en el aula y más en terreno, donde realmente se siente a sus anchas.
Titulada de bióloga marina, Yáñez ha ejercido su profesión a contracorriente de las normas convencionales. Lo suyo, definitivamente, no es el trabajo de oficina, ni el laboratorio ni las clases entre cuatro paredes. Más se ha dedicado a la educación ambiental y al ecoturismo, siempre con el foco puesto en la observación al aire libre, de modo tal que la naturaleza misma sea la fuente de enseñanza y aprendizaje. Así, prístina y genuina, sin intermediarios de ningún tipo.
Dentro de esa alma libre y dúctil, Carolina sirve a muchas causas que involucra la protección ambiental y de la biodiversidad en la Región de Valparaíso: es cofundadora de la Fundación Lontra, que se aboca al rescate y rehabilitación de chungungos; guía especializada de observación de aves en la organización Birds Chile; encargada de talleres de humedales para estudiantes de turismo y ecoturismo en el Parque Ecológico La Isla de Concón; y su enunciado trabajo de académica de la UV. En todas ellas, Yáñez intenta sensibilizar acerca del valor ambiental de la región, lo que contrasta con otro hecho inobjetable: es, a su vez, la región más presionada ambientalmente, producto de la profusión de proyectos inmobiliarios y de otras fuentes nocivas.
En lo relativo a la Fundación Lontra (por el nombre científico del chungungo: lontra felina), Yáñez explica que la entidad cuenta con un centro de rehabilitación de esta especie en la comuna de Puchuncaví, un tema muy sensible en razón a su vulnerabilidad dentro de una zona costera que sufre diferentes factores de estrés.
“Somos el único centro de rehabilitación de chungungos que existe en Chile. Ahora estamos haciendo una ampliación porque quedó chico. Hacemos monitoreos cada ciertos meses y además estamos a cargo y velamos por el cuidado del Humedal La Laguna (en el límite entre las comunas de Maitencillo y Zapallar). Tenemos guardaparques ahí todo el verano”, cuenta Carolina Yáñez.
El centro consta de dos piscinas, una de nado y otra de alimentación, más algunas madrigueras para aspirar a la rehabilitación de estas especies que han sufrido la pérdida y degradación continua de su hábitat. Trabajan con otro centro de rehabilitación de fauna nativa, la Fundación Ñamku, cuyo cuerpo de trabajo está constituido por veterinarios, quienes colaboran en la recuperación de los chungungos. Ñamku se contacta con Lontra cuando ven alguna cría que necesita ayuda, y luego van al rescate de ella.
“Uno siempre piensa que el chungungo está siempre en el mar y nada que ver. Va al mar a alimentarse, pero es bastante terrestre: necesita madrigueras para tener a sus crías y necesita descanso. Entonces que haya edificaciones en los roqueríos genera una presión gigante”, señala la bióloga marina, para quien otro factor incidente pasa por la gente que va a botar perros a la costa, los que se transforman en enemigo directo de los chungungos. “La costa es un desastre”.
Quienes integran Fundación Lontra se mueven en sus propios vehículos, entre Papudo y Algarrobo, para ir al rescate de los chungungos. Muchas veces Sernapesca les ha entregado ejemplares a la Fundación, ya que aquélla no cuenta con un espacio para mantenerlos. De cualquier modo, la devolución de los chungungos, una vez rehabilitados, no es algo sencillo.
“No es tener una cría en un mes y devolverlo al mar. Es un esfuerzo de un año y medio: es tiempo y lucas. Es complejo el tema de la relocalización, en medio de una costa tan presionada y ellos mismos son muy territoriales”, advierte Carolina Yáñez.
“Uno siempre piensa que el chungungo está siempre en el mar y nada que ver. Va al mar a alimentarse, pero es bastante terrestre: necesita madrigueras para tener a sus crías y necesita descanso. Entonces que haya edificaciones en los roqueríos genera una presión gigante”.
Alma libre de pajarera
Carolina estudió Biología Marina porque quería trabajar al aire libre. En el camino descubrió un mundo científico desconocido para ella, pero nunca se sintió llamada a estar frente a un computador o colocando el ojo en un microscopio. “Al final hago lo que siempre quise hacer: estar afuera, haciendo educación ambiental y turismo”.
Reflejo de ello es su trabajo como guía especializada de observación de aves de Birds Chile, una organización internacional con sede en el país, con la cual viaja desde Arica a Tierra del Fuego a enseñarle de aves a los turistas extranjeros. “Sí, me pagan por mirar pájaros”, dice risueña.
Esa alma de pajarera la llevó a la televisión. Participó en el programa “Pajareando aprendo”, transmitido por NTV, la señal infantil de TVN, que se puede ver online. “Son 14 capítulos de 14 minutos cada uno. Yo voy con Darwin, que es un títere zorrito de Darwin, buscando aves. Tiene mucho de humor para adultos también, juega con algo de 31 Minutos, no es sólo infantil”, explica. Por ese trabajo y sus otras contribuciones al medioambiente, la académica de la UV fue distinguida como Joven Líder 2021 por la Fundación Piensa y la Mutual de Seguros de Chile.
Otra área de conocimiento en que se desenvuelve Yáñez es en unos talleres de humedales financiados por ENAP, orientados a estudiantes de turismo, ecoturismo, hotelería, biología marina y carreras afines, para capacitarlos como monitores o guías turísticos de estos cuerpos de agua esenciales para el equilibrio ecológico.
Yáñez fue invitada al primer ciclo del taller por uno de sus gestores, el también biólogo marino de la UV, Marcelo Baeza. A partir de la segunda y hasta la última quinta versión, Carolina se hizo cargo cien por ciento. Cuatro de las cinco sesiones se hicieron a cielo abierto, en distintos humedales de la región; es decir, a pedir de boca de la encargada:
el citado Parque La Isla, en la desembocadura del Río Aconcagua en Concón; las Salinas de Pullally en Papudo; la desembocadura del río Maipo en Santo Domingo; y la Laguna de Zapallar.
“Cuando quedé a cargo, muy amablemente pregunté: ¿Podemos hacer salidas a terreno? Me dijeron que sí. Ahí yo metí cupos en el taller para Biología Marina. Yo no estoy para hacer PPT”, plantea, entre risas, Carolina Yáñez. “En la metodología tratamos los temas de servicios ecosistémicos, las amenazas, la legislación vigente, flora y fauna, y también trabajamos las habilidades blandas en terrenos. Me interesa ver cómo son los temas de manejo de grupo”, agrega.
Según ella, en definitiva, “si vamos a hablar de humedales, no les voy a hacer cuatro sesiones mostrándoles fotos de humedales, cuando puedo llevarlos”.
“Estamos insertos dentro de un hotspot muy importante a nivel mundial. El nivel de endemismo que tiene la zona central de Chile es brutal, pero al mismo tiempo es la zona del país que está más destruida, la que tiene la pérdida de biodiversidad más alta, porque casi todo Chile vive al medio, como país centralizado que somos”.
Una región de contrastes
En la Universidad de Valparaíso, Carolina Yáñez dicta varios ramos de educación ambiental dentro de la malla curricular de la carrera de Biología Marina, más otros talleres, no propios de la carrera, sobre integración de los profesionales. Además de esos ramos regulares, ella ofrece clases en tres asignaturas electivas: Aves, De Cordillera a Mar (cuyo enfoque es la biodiversidad) y Turismo de Naturaleza.
“La única vez que no hago terreno y hacemos sala con alguna presentación, es cuando está chispeando o lloviendo”, asegura la profesora. “Todo mi trabajo es afuera, porque Chile es un aula increíble. Nada más aburrido que ver el bosque esclerófilo en un PPT. Aquí puedo ir al Parque Gómez Carreño a que los chicos y chicas toquen un boldo, un peumo, que los reconozcan en vivo”.
Conocedora de la Región de Valparaíso, Yáñez afirma, sin titubear, que no se necesita ir a San Pedro de Atacama o a Torres del Paine para estar dentro de la naturaleza. “Acá tenemos los bosques de Cachagua, los acantilados de Quirilluca, el humedal de Mantagua, el Parque La Campana. Es mucho, pero la gente no lo ve, porque no nos enseñan a ver”.
Más aún, ella dice que en la citada región en la que vive y trabaja se suscita una dualidad, ya que “estamos insertos dentro de un hotspot muy importante a nivel mundial. El nivel de endemismo que tiene la zona central de Chile es brutal, pero al mismo tiempo es la zona del país que está más destruida, la que tiene la pérdida de biodiversidad más alta, porque casi todo Chile vive al medio, como país centralizado que somos. Entonces me gusta mostrarles a los estudiantes todo el potencial que tenemos como región”.
Por eso, a Carolina le preocupan todos los acontecimientos que han mostrado la vulnerabilidad de la zona costera regional, como la aprobación por parte de la COEVA del proyecto inmobiliario Maratué en los acantilados de Quirilluca, o la grabación que acusó al conductor Cristóbal Verschae por atropellar aves en la playa de Ritoque.
“No es sólo Quirilluca ni Ritoque, sino que los edificios que hicieron en Los Molles, que hay en Cachagua. No sé cuándo irán a parar las construcciones en las dunas de Concón. Quizás vaya a parar cuando la gente entienda que un billete no te lo vas a comer”, dice Yáñez.
Según ella, “es muy complejo intentar sensibilizar a la gente en un mundo asquerosamente individualista, donde sólo vale el ‘yo-yo-yo’. Quizás suceda cuando entendamos que respiramos el mismo aire, que tomamos la misma agua o que comemos de la misma tierra. Pero hace falta una conciencia más colectiva. O sea, yo estoy convencida de que el tipo que atropelló a los playeros, es malo de adentro, es igual que patear un perro”.
Lo más terrible, agrega Yáñez, es que “él fue grabado, pero ¿cuántas cosas pasarán que uno no ve?, ¿cuántos olivillos o arrayanes son cortados para hacer una fogata?, ¿cuánto aceite se botará? No hay ninguna conexión con el océano. La gente lo mira y siempre está ahí. Sólo sabemos que moldea el clima y gracias a él vivimos”.
Aunque cree que una ley de costas ayudaría a amortizar el daño causado, Carolina apunta a incluir la educación ambiental dentro de las asignaturas obligatorias en el colegio. “Ojalá sea como un ramo más en las escuelas, como matemáticas, como lenguaje, como música, así tal cual”. Las leyes, según ella, poco sirven si no hay fiscalización.
“Es obvio que si me compro un helado, no tiro el papel, lo tengo metido en el chip. Cuánto adulto permite que su niño tire el paquete de papas fritas al suelo, sin ningún remordimiento. Eso no se trabaja de un día para otro, es de muy largo plazo. Hay que apuntar al corazón de la persona. A veces pienso que es mejor que venga un meteorito nomás u otro covid para que el planeta pueda respirar un rato”, concluye.