Exequiel Ezcurra: “El patrimonio natural merece el mismo nivel de cuidado que el patrimonio cultural”
El académico del Departamento de Botánica de la Universidad de California Riverside y experto mundial en ecología y conservación participó en una serie de seminarios en Chile sobre cambio climático, y en esta entrevista con País Circular se refirió a los retos que afronta la biodiversidad en un contexto de crisis climática y frente a proyectos globales que atentan contra ella. Él percibe dos corrientes en una acentuada pugna. “Me siento optimista con la defensa del medioambiente por parte de los campesinos e indígenas, pero me preocupa la fuerza que tienen los movimientos destructivos”, dice el especialista mexicano de origen argentino.
Protegido del sol inclemente con un jockey, al que él llama graciosamente “cachucha”, Exequiel Ezcurra recuerda un episodio muy especial que coincidió con otra visita que hizo a Chile: ocurrió hace exactamente 30 años. “Yo vine a una reunión de la Unesco sobre ecosistemas protegidos acá en Santiago, y estaba en el hotel cuando tumbaron el muro de Berlín”, cuenta el académico del Departamento de Botánica de la Universidad de California Riverside, especialista mundial en ecología, conservación y biodiversidad.
Mexicano de adopción y argentino de origen, Ezcurra se encuentra nuevamente en Chile, donde participa como invitado internacional en varios seminarios. El martes dictó una charla sobre la conservación de los manglares de la costa mexicana, en el Auditorio Abate Molina de la Universidad Católica, y ayer hizo lo propio en el seminario “Latinoamérica ante el cambio climático: biodiversidad, conocimiento y género”, organizado por Capital Biodiversidad, Horizonte Ciudadano, Cepal y Global Center on Adaptation, y realizado en la sede del ex Congreso Nacional.
Defensor de los ecosistemas nativos, Ezcurra es consejero de WWF México y fue director del Instituto para México y Estados Unidos de la Universidad de California (UC MEXUS). Sus áreas de investigación se inscriben dentro de la biogeografía de desiertos, humedales costeros y océanos, y también ha trabajado la aplicación de modelos matemáticos en ecología y conservación. Su discurso sobre la protección de la biodiversidad, sin embargo, se debate entre la fatalidad y la esperanza. “Una de las cosas buenas y terribles que da el paso del tiempo, ahora que voy a cumplir 70 años, es no hacer predicciones apocalípticas, sino haberlas vivido”, comenta Ezcurra a País Circular.
-Hace un par de meses, el informe IPBES constató una pérdida sin precedentes en la biodiversidad en el planeta. En América Latina, para colmo de males, dicha pérdida es más acentuada. ¿Qué tan cerca estamos de revertir esa tendencia y qué políticas públicas se debieran adoptar con esa evidencia científica tan maciza?
-Es una pregunta compleja porque hay días en que me siento optimista, y en otros no tanto. Esta mañana estaba viendo noticias y entrevistaban al líder de la coalición de pueblos indígenas de Ecuador. Uno de los argumentos más importantes que usó es el respeto a la diversidad biológica. Eso se me hizo muy interesante. Porque hace unos pocos años, nunca habrías oído a un líder indígena expresar el concepto tan claramente. Quizás antes habrían tenido el mismo concepto, pero es un llamado al gobierno de Ecuador a tomarlo como una política pública prioritaria. Ven como una tragedia el impacto de la minería, de la extracción petrolera, y el riesgo que representa para la viabilidad de sus territorios en el largo plazo. Ese tipo de cuestionamientos aparecen con más frecuencia en América Latina y son como una geografía de la esperanza. Pero al mismo tiempo, me preocupa la fuerza que tienen los movimientos destructivos de la naturaleza. Es el mismo argumento que se usaba en el siglo XIX: para qué vamos a cuidar el medioambiente ahora; primero hay que talar y destruir para hacernos ricos, y luego tendremos el lujo para cuidar nuestros ecosistemas. Ese argumento es falaz, es el motor de la destrucción. Lo vemos en México con los proyectos hoteleros, que obtienen beneficios de la destrucción de la biodiversidad.
“Veo dos fuerzas en América Latina: una de creciente preocupación por la naturaleza, que indican que sin sustentabilidad nuestro futuro se verá extremadamente limitado, y otra, donde hay intereses económicos muy fuertes, insustentables”.
-¿Le preocupa la transformación de los ecosistemas nativos en América Latina?
-Claro. Pero vi con cierta fascinación la reacción de dos vecinos de ustedes, Brasil y Argentina, frente a la ganaderización del trópico y su impacto en el medioambiente. En México, al menos, se está cultivando más maíz para alimentar vacas y pollos que para alimentar seres humanos. Hay un problema de justicia ambiental y alimentaria. Si uno recorre el Chaco paraguayo-argentino, o el Mato Grosso en Brasil, ve una transformación increíble del bosque nativo por lo que algunos llaman “desierto verde”, que son estos campos de soya cultivados con pesticidas. O sea, ecosistemas riquísimos como el chaqueños se ven convertidos en un océano de soya que va a durar tanto como cualquier actividad extractiva que sirva al mercado de China. El día en que los chinos encuentren otra manera de producir proteína para sus pollos, dejarán de comprar y eso será un colapso total. Entonces yo veo dos fuerzas en América Latina: una creciente de preocupación por la naturaleza, representada por campesinos e indígenas, que indican que si no logramos mayor sustentabilidad, nuestro futuro será extremadamente limitado. En el otro extremo hay intereses económicos muy fuertes, como la producción de alimentos industrializados, la producción de pollos y vacas en grandes corrales o granjas de engorda, y las actividades extractivas insustentables. En estos casos la preocupación ambiental no parece ser importante. Hay una tendencia a tratarla con cierto sarcasmo. Veo esas dos fuerzas más marcadas que antes. Yo empecé a hacer investigación en la costa de Tabasco, en 1978, y volví luego de 35 años. Y el nivel de destrucción de paisajes que yo recordaba como increíblemente prístinos fue aterrador y me deprimió mucho, pero también vi grupos de campesinos muy organizados para defender lo que queda y una conciencia en la gente que hace 50 años no existía. Esa es la nota de esperanza.
-¿Puede convivir el actual modelo de desarrollo con la protección de la biodiversidad?
-Yo creo que no. No en el planeta y menos en América Latina. Cuando uno analiza la historia de México, ve que el argumento de muchos hoteleros, mineros y agroindustriales de hoy son calcados a los de hace 150 años en el Porfiriato (dictadura de Porfirio Díaz que desembocó en la Revolución Mexicana). Es ese rollo de que para generar justicia social primero hay que dejar que exista gente que gane mucho dinero porque después habrá un rebalse de ese dinero que llegará a los pobres. Ese argumento te dice que primero hay que ser injustos por un rato porque eso eventualmente llevará a ese estado ideal de las sociedades justas. Eso nunca ha funcionado. Si no somos justos desde un inicio, no lo vamos a hacer más adelante. Los tomadores de decisiones tienen que entenderlo. He hecho amistad con un banquero -hay algunos que tienen sensibilidad humana y ambiental- que impulsa un proyecto muy grande de cuidado de los bosques de pino en México, y no sé cómo surgió el tema del largo plazo. Él me dijo: “Exequiel, cualquier banquero sabe que el largo plazo empieza hoy, no mañana”. Eso tenemos que lograr. Algunos de los problemas ambientales requieren de un compromiso hoy para poder ser resueltos en el futuro.
“Si uno toma Chichén Itzá y quisiera venderla, ¿a cuánto podría vender la cabeza de Kukulkán? Sin embargo, debido a una larga trayectoria de líderes culturales, a nadie se le ocurriría vender Chichén Itzá, porque es parte de lo que somos. Ese es el salto que tenemos que dar también en el patrimonio natural. Cuando podamos trascender el valor económico y migrar hacia una valoración patrimonial del medioambiente, habremos ganado una batalla cultural”.
-¿Y cómo se puede incentivar al sector privado a conjugar sus negocios con la protección de la naturaleza y del medioambiente?
-Más que crear incentivos, yo diría que, por ejemplo, una hectárea de manglar reporta 700 mil dólares a la nación. Si a eso le sumamos el impacto de protección de las costas, ecoturismo, filtrado de contaminantes en lagunas costeras, etcétera, una hectárea de manglar puede brindar servicios valorados en un capital de un millón de dólares. Si un empresario en México se mete a la brava a cortar manglares para construir un hotel, tiene que pagar una multa de 400 dólares por hectárea destruida. Si la gente pagara en serio el valor de lo que le quita a la nación cuando hace un proyecto ambientalmente destructivo, la historia sería otra. Hay que lograr que la nación y los empresarios lo internalicen. Yo siempre uso una metáfora que en México se me hace especialmente importante, que es el patrimonio cultural. Si tomaras Chichén Itzá y quisieras venderla, ¿a cuánto podrías vender la cabeza de Kukulkán o la escalera maya que repite el equinoccio? Sin embargo, debido una larga trayectoria de líderes culturales, a nadie se le ocurriría vender Chichén Itzá para hacer dinero, porque es parte de lo que somos. Ese es el salto que tenemos que dar.
-Eso a nivel de patrimonio natural, dice usted.
-Exacto. El patrimonio natural merece el mismo nivel de cuidado que el del patrimonio cultural. En Chile veo grandes progresos con su bosque nativo. Hay que cuidarlo porque es parte de lo que somos, de nuestra manera de ser, es parte de lo que nos hizo ser Chile. Las selvas mayas hay que cuidarlas porque son las selvas mayas. Cuando podamos trascender el valor económico y migrar hacia una valoración patrimonial del medioambiente, creo que habremos ganado una batalla cultural.
-¿Qué le parecen las áreas protegidas terrestres y marinas como mecanismo de conservación de la biodiversidad?
-Bueno, el gobierno de Bachelet creó un modelo mundial de áreas protegidas marinas que he aplaudido mucho desde afuera. Pero eso tiene un riesgo: que en el resto podamos hacer lo que queramos y destruir todo. No es buena la idea de la preservación como una tapa hermética y ponerla en el congelador. Las áreas protegidas deben tener corredores entre ellas y tienen que haber un manejo sustentable entre ellas. Yo soy promotor de las áreas protegidas: no puedo escupir en la cruz de mi parroquia, como decimos en México. Pero necesitamos más que áreas protegidas.