Desalinización en Chile: impactos ambientales y socioeconómicos que se deben tener en consideración
Pérdida y alteración de la biodiversidad marina y terrestre, conflictos con comunidades pesqueras, y alto consumo de energía, son algunos de los efectos de la instalación de plantas desaladoras de agua de mar en Chile. Si bien es una industria en creciente desarrollo, que se postula como una de las múltiples alternativas frente a la escasez de agua dulce -tanto para uso industrial como potable-, es indispensable hacer más estudios locales sobre su impacto y mejorar su evaluación y fiscalización ambiental. Así lo señalaron a País Circular Pablo Osses, profesor asociado del Instituto de Geografía UC; Elizabeth Soto, bióloga marina e integrante de Fundación Terram; y Ricardo Barra, investigador del Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera (SECOS).


Debido a la escasez hídrica que afecta a gran parte de Chile desde hace más de una década, con la Región de Coquimbo en una situación particularmente crítica, es que la industria de la desalinización se ha convertido en una opción que se considera viable para el abastecimiento de agua, que ha sido usada especialmente por la minería.
Según datos del Ministerio de Obras Públicas (MOP, del que depende la Dirección General de Aguas, DGA), al menos 44 comunas de las regiones de Atacama, Coquimbo, Metropolitana, Valparaíso y Los Lagos se encontraban con decreto de escasez hídrica en los últimos meses de 2024. De ahí que la desalación de agua de mar, tanto por iniciativas públicas pero especialmente privadas, es vista como una alternativa que toma cada vez más fuerza en algunos sectores. No obstante, diversos estudios muestran que se trata de una acción complementaria para abordar la crisis hídrica, junto con otras medidas más costo-eficientes y con menores impactos sociales y ambientales, como las soluciones basadas en la naturaleza, la eficiencia, y mejoras en la gestión.
En este contexto, de acuerdo a un informe confeccionado conjuntamente entre la Corporación de Bienes de Capital (CBC) y la Asociación Chilena de Desalación y Reúso (Acades), publicado hace pocos días, en la actualidad existen a nivel nacional 24 plantas desaladoras de agua de mar de tamaño industrial. Y a enero de 2025, se registran 34 proyectos en etapas de ingeniería o construcción relacionados a la desalación y reúso de aguas, con dos tercios de ellos enfocados a usos industriales, ya sean de minería o de hidrógeno verde.
Además, en diciembre de 2024 el MOP inició la licitación de la concesión de la planta desalinizadora multipropósito para la Región de Coquimbo, que beneficiará a 460 mil habitantes, aportando una nueva fuente de agua en el contexto de la escasez. Sin duda, estos antecedentes reflejan el dinamismo de una industria creciente en Chile, país líder en la implementación en esta tecnología, aunque no por ello libre de impactos.
Pablo Osses, profesor asociado del Instituto de Geografía UC y director de la Estación de Investigación Atacama UC, señala al respecto que “las plantas desaladoras no son inocuas en absoluto. Son grandes instalaciones que succionan agua de mar y la devuelven al mar con altísimas concentraciones de sal, con efectos que además repercuten a nivel económico y social. ¿Se pueden reducir los impactos? Sí. Las cosas siempre se pueden mejorar, pero no siempre está la voluntad de asumir costos adicionales, ni tampoco de cumplir las normas”.

Captación del agua
Elizabeth Soto, bióloga marina e integrante de Fundación Terram, destaca que “los impactos ambientales más importantes se producen en el mar y ocurren tanto en las aguas que llegan a la planta para ser desalinizadas, como en las que luego se devuelven al mar”.
“Las especies que son parte del plancton pueden ser succionadas dentro de los sistemas de captación de agua de la planta desaladora. El plancton lo forman animales y plantas que son microscópicos. Y como son tan pequeños y no tienen capacidad de nado, lo más probable es que mueran en ese proceso. Se trata de organismos que son súper importantes, porque son la base de la vida en el océano”, afirma la investigadora.
“Pero también pueden quedar atrapados, por la succión del agua en las rejillas, otros animales más grandes, como peces o equinodermos, dependiendo de la biodiversidad marina en la zona. Y puede pasar que organismos que logran entrar al sistema de la planta empiecen a armar colonias. Por ejemplo, organismos marinos como algas que, de alguna manera forman comunidades dentro de la planta”, destalla Elizabeth Soto.
De acuerdo a la bióloga marina de la Universidad de Valparaíso, esto mismo obliga al uso de detergentes de parte de los operadores para limpiar y destrabar los sistemas de captación. “Entonces, todos esos individuos que pueden verse capturados, finalmente pueden morir, debilitarse o ver limitadas sus capacidades, como las de reproducción”, explica sobre esta trama trófica esencial para el equilibrio y la vida en el océano.
“Sobre esto no existe ningún análisis previo o que la ley exija para saber qué biodiversidad se encuentra cerca de los sistemas de captación de agua. Por lo tanto, antes de plantearse un proyecto de desaladoras en el lugar donde se quieren instalar los sistemas de captación de agua, deberían existir estudios sobre cuál es la biodiversidad y cómo hacer lo más posible que la planta aminore la posibilidad de captar estos organismos”, plantea Elizabeth Soto.

“Los impactos ambientales más importantes se producen en el mar y ocurren tanto en las aguas que llegan a la planta para ser desalinizadas, como en las que luego se devuelven al mar”.
Efecto salmuera, químicos y ruido
Ricardo Barra, investigador del Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera (SECOS) y director del Centro EULA de la Universidad de Concepción, expresa que “al transformar el agua del mar en agua dulce, a través de un proceso de osmosis reversa, todos los iones de la sal del agua se descargan nuevamente al mar en forma de una salmuera. Es decir, de una solución enriquecida en sal que tiene una mayor salinidad a la que tiene el mar. Y esa descarga de salmuera provoca impactos ambientales”.
Eso sí, indica el académico, de acuerdo a los “pocos estudios” disponibles en Chile, el impacto directo de las descargas de las plantas desaladoras está restringido a un área relativamente pequeña. “Por lo menos en nuestro estudio, el área de impacto es del orden de un kilómetro alrededor de la descarga, lo que no es mucho en el ambiente marino. Pero ese es solo un estudio que hay que replicar en otros sitios y con otras condiciones, para ver de qué forma el medio receptor marino recibe esta descarga”.
Ricardo Barra se refiere a un estudio realizado en 2022 por investigadores de la Universidad de Concepción, el Centro EULA y el Instituto Milenio SECOS, que reveló que solo un 4,5% del territorio entre las regiones Metropolitana y de Arica y Parinacota es adecuado para la instalación de plantas desaladoras. De este modo, se evidenció una limitación del espacio disponible, que se contrapone a las expectativas de crecimiento de la industria.
“Otro problema está en que, con las descargas de salmuera, vienen también productos químicos que se agregan en el proceso de desalación y cuyos efectos en el medio receptor son desconocidos. Ahora, el impacto va a ser diferente de acuerdo a las características que tenga el medio que recibe esas descargas. Probablemente, en áreas donde hay mayor dinámica, circulación o corrientes, el impacto va a ser menor que en áreas donde la descarga pueda permanecer durante mayor tiempo”, asevera Ricardo Barra.
“Hay especies que son muy sensibles a los cambios de salinidad. Y las especies normalmente más impactadas son aquellas que no tienen movilidad propia, las especies sésiles que se fijan a un sustrato, como los moluscos. Porque las especies que tienen mayor movilidad, como los peces, van a arrancar del área donde está la salmuera. Por lo tanto, los mayores impactos en los organismos marinos ocurren en aquellas especies que no tienen esta capacidad de escapar del impacto directo de la descarga”, agrega el investigador de SECOS.
Pablo Osses, por su parte, afirma que una medida para minimizar estos impactos tiene que ver con la creación de “sumideros más largos o tubos que ingresen en aguas profundas, de manera tal que se pueda diluir de manera efectiva la concentración de salmuera”.
Una opinión que comparte Elizabeth Soto, quien señala que “ojalá esta salmuera no fuera vertida directamente al mar, eso siempre sería lo ideal. De hecho, hay sistemas de pozos que van mesurando la salida de la salmuera. Ahora, en el caso de ser devuelta, lo óptimo es que le sacaran todos los elementos peligrosos, como metales pesados o detergentes. Y que fuera diluida y lejos de zonas de especies bentónicas, que también podrían afectar, por ejemplo, a la pesca artesanal”.
A los cambios de salinidad se suman los cambios de temperatura en el mar producto de este proceso, que igualmente puede afectar a diversos organismos. “En general, las especies marinas se llevan mal con los cambios bruscos de salinidad y de temperatura. Y a propósito de los sistemas de evacuación de agua, también pueden verse afectadas las macroalgas, que son base de la vida en el océano. Es que aparte de captar gases de efecto invernadero, como el dióxido de carbono, y convertirlo en oxígeno, las macroalgas funcionan como verdaderos bosques donde viven muchas especies. Hay una biodiversidad entera que vive alrededor de las algas”, comenta la bióloga marina.
Y en cuanto a los posibles impactos que podría provocar la contaminación acústica, especialmente en la etapa de construcción de una planta desaladora, la integrante de Fundación Terram afirma que, en general, hay muy pocos estudios sobre ruido submarino. Aun así, es posible prever ciertos efectos negativos.
“Las especies que son más sensibles al ruido submarino son los cetáceos, que se comunican a través de sonidos y de distintas vocalizaciones, como por ejemplo los delfines y las ballenas. La verdad es que tenemos mucho desconocimiento de cómo el ruido de estas construcciones podría afectar a distintas especies. Sabemos a grandes rasgos sobre los cetáceos, pero eso no limita que podría haber también afectaciones sobre invertebrados o peces. Entonces, lo ideal, como principio precautorio, es aminorar al máximo todos los ruidos posibles en cualquier tipo de construcción en la zona costera”, destaca Elizabeth Soto.

“Al transformar el agua del mar en agua dulce, a través de un proceso de osmosis reversa, todos los iones de la sal del agua se descargan nuevamente al mar en forma de una salmuera. Es decir, de una solución enriquecida en sal, que tiene una mayor salinidad a la que tiene el mar”.
Relocalización de especies
El emplazamiento de las plantas desaladoras en los territorios no solo generan daños sobre los ecosistemas marítimos, sino que también sobre los terrestres. Un impacto que se agrava aún más cuando se arrasa con especies endémicas en peligro de extinción.
Frente a estos impactos, las empresas plantean medidas de compensación que, en muchos casos, se restringen a la relocalización de la flora y fauna. Sin embargo, se trata de acciones que no necesariamente reparan el daño a la biodiversidad, según lo confirma Pablo Osses.
“La idea es reubicar a los afectados, pero no es un tema que esté solucionado. En la Estación de Conservación de la cual soy director, he participado en relocalización de especies, como lagartijas y otros animales menores, y tengo la convicción de que no es el mejor proceso”, declara el profesor asociado del Instituto de Geografía UC.
“Eso es lo que se hace, pero hay que revisar algunos protocolos y generar más conocimiento en Chile, en especial en cuanto a cómo hacer la relocalización y cuál es el nivel de riesgo o capacidad de adaptación que tienen ciertas especies. Porque todavía no sabemos tantas cosas que ya estamos implementando y por eso muchas veces nos equivocamos. Ahora, más que en la desaladora, yo creo que la responsabilidad en ese sentido está en nuestra legislación ambiental”, apunta el director de la Estación de Investigación Atacama UC.
Consumo energético
Por otra parte, las plantas desaladoras requieren de gran cantidad de energía para funcionar, principalmente para impulsar las bombas. De acuerdo a estadísticas, una planta consume en torno a los 3 KW/h de energía eléctrica para producir un metro cúbico de agua desalada.
Al respecto, Ricardo Barra destaca que “las plantas desaladoras tienen principalmente fines industriales y eso implica un tremendo costo energético en impulsar el agua desde la costa hacia donde se establece la actividad minera, por lo general en la Cordillera de los Andes. Sobre todo pensando en la realidad del norte de Chile, hay un impacto energético, porque necesitamos impulsar agua desde el nivel del mar hacia 2.000, 3.000 o, incluso, 4.000 metros de altura”.
Sin embargo, en lo que respecta a un efecto negativo sobre el consumo energético, Pablo Osses no lo considera relevante. “En el caso chileno, hace 20 años habría sido un impacto gigante, porque nuestra energía era principalmente termoeléctrica, es decir, quema de combustible fósil. Hoy día hemos transitado de manera significativa a una matriz eléctrica más equilibrada, donde hay una proporción termoeléctrica, una proporción hidráulica y una proporción solar y eólica. Entonces, está bastante balanceada nuestra matriz y, en ese sentido, la energía no sería un gran problema, dado que en el norte, el Desierto de Atacama tiene probablemente una de las mayores radiaciones del planeta. Así que es algo que hoy día está medianamente administrado”.
Sobre aminorar los eventuales impactos en el uso de energía, Elizabeth Soto afirma que “depende del uso de energías renovables. De hecho, en Chile fuimos pioneros en plantas desaladoras solares. En ese sentido, sería bueno incorporar que, mientras la matriz energética vaya alimentada de energías renovables, tenemos mejores posibilidades de contaminar menos y de emitir menos gases de efecto invernadero a propósito de la utilización de la desaladora”.

“Hay que revisar algunos protocolos y generar más conocimiento en Chile, en especial en cuanto a cómo hacer la relocalización [de especies terrestres] y cuál es el nivel de riesgo o capacidad de adaptación que tienen ciertas especies”.
Impactos socioeconómicos
En los últimos años, pescadores artesanales han protagonizado una serie de protestas en oposición a la instalación de plantas desaladoras, sobre todo en puntos de la zona centro norte del país. Precisamente, alertados por los inminentes efectos que esta industria podría ocasionar sobre su fuente laboral.
En este sentido, el investigador del Instituto Milenio en Socio-Ecología Costera indica que “es importante analizar muy bien cuáles son las condiciones de la sociedad alrededor, para evitar conflictos y paralizaciones de iniciativas que pueden tener un fin muy noble, como es proveer de agua potable a una población, pero que a la vez pueden estar impactando negativamente a los recursos que esta misma población explota para su sobrevivencia”.
Efectivamente, la pesca artesanal es un rubro que se ve afectado, ya que muchas especies mueren o no logran llegar a la etapa adulta, producto de los impactos que generan la captación de agua y los residuos de salmuera.
Sin embargo, Pablo Osses subraya que los efectos de la desalación, al menos en lo que respecta a la población aledaña, tienden a ser positivos. “Por más que se diga que no, la verdad es que se producen relaciones de comodidad; las comunidades les cobran por permitir los trabajos. Y, por otro lado, hay un efecto positivo en términos de que se generan empleos, que pueden ser empleos temporales o de mediana calidad, pero que en términos prácticos de otra manera no existirían. En especial, considerando la precariedad del pescador artesanal del borde costero”.
Ahora, si se trata de la población en general, en el caso de que una planta abastezca el consumo humano de una población y si eso se traduce en un alza en las cuentas del servicio básico, Ricardo Barra afirma que “efectivamente hay un impacto en el costo que tiene el agua para el usuario, porque el proceso [la desalación y el transporte] es mucho más complejo que sacar agua dulce de una fuente natural. Acá en el sur, por ejemplo, estamos pagando del orden de $800 pesos, $1.000 pesos por metro cúbico”.
En la comuna de Antofagasta, en tanto, que se abastece 100% de agua desalada, el valor por metro cúbico de agua corresponde a $2.121, de acuerdo a datos de la empresa Aguas Antofagasta. Y si a eso se le suma el alcantarillado, el precio queda en $2.679.
“Es importante analizar muy bien cuáles son las condiciones de la sociedad alrededor, para evitar conflictos y paralizaciones de iniciativas que pueden tener un fin muy noble, como es proveer de agua potable a una población, pero que a la vez pueden estar impactando negativamente a los recursos que esta misma población explota para su sobrevivencia”.

Reflexiones y pendientes
Si bien la desalación es una industria que genera polémica, Ricardo Barra argumenta que “esta es una tecnología que, de una u otra forma, se requiere para el país, en un contexto en que está hídricamente súper estresado. Y una fuente de agua importante es el agua de mar, como alternativa para suplir esas falencias. El drama es que Chile tiene una geografía muy compleja, lo que dificulta la instalación adecuada de este tipo de establecimientos productivos”.
Otro punto en que los expertos coinciden es en la falta de una normativa que permita regular la industria y, por ende, minimizar los impactos. “En Chile, el Sistema de Evaluación de Impacto Ambiental (SEIA) evalúa proyecto a proyecto y no tiene una mirada estratégica global del territorio. Esa es una carencia que tiene nuestro sistema y por eso se han generado zonas de sacrificio industrial. Porque la ausencia de planificación ha permitido que se instale mucha actividad productiva, una al lado de la otra. Y eso genera impactos acumulativos en el medio receptor”, agrega el también director del Centro EULA de la Universidad de Concepción.
“También necesitamos avanzar en establecer sistemas de seguimiento y control. Porque normalmente los Estudios de Impacto Ambiental plantean modelos y esquemas más bien conceptuales y teóricos. Pero necesitamos tener mucho más data experimental para poder evaluar efectivamente el efecto, y no sólo en el corto plazo, sino que en el mediano y en el largo plazo”, recalca Ricardo Barra.
Una opinión que también comparte Elizabeth Soto, quien subraya que hoy no existe una normativa específica para las plantas desaladoras. “En este momento hay un proyecto de ley que está en el Congreso. Pero en general estos proyectos se enfocan en lo que va a pasar con el agua que se desala, qué características va a tener y para qué se va a utilizar, por ejemplo, si va a ser un bien de uso común o no. Pero es muy poco o casi nada lo que se habla de los impactos ambientales. Y ahí tenemos que avanzar”, postula la investigadora de Fundación Terram.
“Entonces, si bien se van a instalar muchas plantas desaladoras, porque no tenemos muchas alternativas a propósito de la sequía, ésta no puede ser la única solución. Tiene que haber una mirada mucho más amplia de lo que estamos haciendo con los recursos hídricos en Chile, cómo utilizarlos de la mejor forma posible y que las desaladoras que se instalen lo hagan con todas las precauciones, con todos los estudios previos posibles, y que se vayan evaluando también en el tiempo”, complementa Elizabeth Soto.
Finalmente, el geógrafo Pablo Osses sostiene que “el desarrollador siempre va a estar en el límite de la ley. Yo creo que esa es una muy mala costumbre y es el desarrollador quien debería ir marcando el paso por delante de la ley, trayendo mejores tecnologías y asumiendo una mayor responsabilidad social. Pero a la vez, ahí entra el Estado con un rol cuidador a través de la Superintendencia de Medio Ambiente”.
“Por lo tanto, el aparataje es más complejo que la instalación o no de una planta desaladora. Es un aparataje donde está involucrado el desarrollador industrial, las comunidades que tienen dos caras [en relación a los beneficios y perjuicios], y el Estado regulador y fiscalizador”, sentencia el director de la Estación de Investigación Atacama UC.
“En este momento hay un proyecto de ley que está en el Congreso. Pero en general estos proyectos se enfocan en lo que va a pasar con el agua que se desala, qué características va a tener y para qué se va a utilizar, por ejemplo, si va a ser un bien de uso común o no. Pero es muy poco o casi nada lo que se habla de los impactos ambientales”.
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